Mamá: quiero vivir en Toronto

Mamá: quiero vivir en Toronto

Este verano mi nieta Daniela, de siete años, pasó parte de sus vacaciones en Toronto. Cuando regresó, todos la esperábamos felices por tenerla con nosotros, pero sorpresa, al llegar se puso a llorar como lo que es, una niña, y desconsolada gritaba: “Es que me quiero ir a vivir a Toronto, me gusta Toronto”.
Para consolar a Daniela prometimos visitar la ciudad canadiense el próximo año con la condición, dijo su padre, de que si seguía llorando, ella no iba. El caso es que logramos tranquilizarla y disfrutar de su experiencia en el referido viaje.
Nos contó en detalles parte de lo que vio; le gustó mucho el zoológico, su paseo por las Cataratas del Niágara, los animales que conoció “en vivo”, como los osos pandas, las jirafas, el oso polar, así como subir al “CN Tower”, la torre más emblemática de la ciudad.
El mundo de Toronto impresionó mucho a Daniela, una niña muy observadora y amante de la naturaleza.
A Daniela también le gusta el campo. Disfruto mucho con ella los paseos en la zona rural, porque pese a ser una niña de ciudad, le encanta. “Mamá me gusta mucho el campo porque tiene sus propios sonidos”- ¿cómo así?, le pregunto.
“Porque de noche se escucha el canto de las ranas, de los grillos y de otros animales; veo la luz de las luciérnagas”- lógicamente, se le dificulta pronunciar luciérnaga.
Me expresa con mucha propiedad que el sonido del día es muy bonito en el campo, porque se escucha el cantar de las aves, el sonido de los árboles, el vuelo de los guaraguaos, el sonido de las aguas y las piedras del río, el color de los árboles, las flores. “Mamá, me gusta todo lo del campo, me gusta más que la ciudad” ¿Por qué te gusta más el campo?- le pregunto- y rápidamente me responde, como si su razonamiento estuviera elaborado hace tiempo en su cabeza, “porque el ruido de la ciudad es horrible”.
Y de inmediato los enumera: “el ruido de las sirenas, los moto conchos, los plataneros, el amolador, los que venden suaper, el aguacatero…”.
Al comienzo de esta historia, Daniela concluyó que le gustaba Toronto porque no había vendedores, ni ruidos en las calles como aquí. Le impresionó el comportamiento de la gente, el respeto por los niños, los mayores y el orden en la calle.
“En Toronto respetan las luces de los semáforos, le dan la preferencia al que la tiene y ese orden a mí me gusta”.
Hubo que explicarle a Daniela el porqué de las diferencias en los comportamientos de ambas sociedades, reflexión aun compleja para su edad, que nos recuerda la magnitud del esfuerzo que todavía nos corresponde desempeñar como ciudadanos para que, al menos los hijos o los nietos de Daniela disfruten de una ciudad sin ruidos como Toronto. ¡Hay que soñar!

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