Manifiesto literario a la antigua

Manifiesto literario a la antigua

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Primero: El gran problema moral de esta época consiste en que se nos propone que todos seamos delincuentes. “Para sobrevivir” es preciso tener el apoyo de algún grupo mafioso. Hay mafias en los muelles, en el sector financiero, en la política, en el mundo de los espectáculos, en las comunicaciones, en los deportes, en el negocio editorial. Los artistas y escritores deben rendir tributo a los delincuentes, participar en actos de delincuencia, aprender a ser ellos mismos delincuentes.

De lo contrario podrían ser “expulsados” del mercado, anulados desde el punto de vista profesional, declarados “culturalmente inexistentes”. Muchos escritores de hoy han dejado de ser disentidores o contestatarios. Son, casi todos, “afirmatarios”, prebendados o “prebendatarios”. Las organizaciones culturales, controladas por gobiernos o por corporaciones privadas, los contratan, los usan, los marginan o rechazan. Pero ya los escritores no pueden hacer como los pintores post – impresionistas: exponer en el salón de los rechazados, reclamar el honroso titulo “revolucionario” de “rehusado” o impedido.

La honra, en el rectilíneo sentido antiguo, ha periclitado como vigencia social. Mario Puzo, el famoso escritor norteamericano autor de El Padrino, nos ha familiarizado con los negocios sucios: La prostitución, el trafico de drogas, los juegos de azar, el contrabando, la extorsión, el testaferrato. La mayor o menor suciedad en los negocios sucios depende de los legisladores. En algunos países no se considera sucio el dinero que proviene del juego o de la prostitución; los casinos y los burdeles pagan impuestos; no sucede así con los recursos procedentes de las drogas, cuyas prohibiciones y penalidades incrementan los beneficios de los traficantes. Mario Puzo ha escrito una novela titulada El siciliano, montada alrededor de la vida del célebre Salvatore Guiliano; también escribió El ultimo Don; después de la muerte de Puzo, su compañera de muchos años completó una novela histórica sobre la familia Borgia, bautizada por ellos con el nombre de “primera familia mafiosa”. El editor de la versión española de El ultimo Don nos dice que la familia mafiosa protagonista del libro – los Clericuzio – tuvo dificultades para retirarse de los negocios criminales, siendo todos sus miembros muy ricos, porque lo único que sabían hacer bien era matar; pero, además, “el mundo ya no es tan sencillo: ahora hay honor entre ladrones y maldad entre hombres supuestamente honorables”. Entrar en negocios limpios no es fácil en nuestro tiempo, ni siquiera para los mafiosos.

Don Domenico Clericuzio quería que su hijo Giorgio se matriculara en la Escuela de Estudios Empresariales de Wharton. “Allí aprendería todas las triquiñuelas necesarias para robar dinero sin rebasar el ámbito de la legalidad”.  La llamada “educación en valores” choca hoy por hoy con un obstáculo social casi insuperable. Los jóvenes estudiantes contrastan continuamente lo que se dice en las aulas –los educadores llaman deontología a la asignatura concerniente a los deberes– y las trapacerías que ocurren todos los días, en calles, oficinas, palacios y tugurios.

Segundo: El gran problema político e intelectual de nuestro tiempo es que las grandes naciones pretenden planificar “centralmente” el curso de la historia. El fracaso del socialismo a la manera soviética dejo en claro que la planificación centralizada de la economía era ineficiente en altísimo grado. La economía de mercado es mucho más eficiente que la economía dirigida por el Estado. El mercado, por sí solo, de manera casi automática, anuda mayor numero de “cabos de la economía” que centenares de burócratas del gobierno o del Partido Comunista. Después de examinar esta experiencia en la URSS, en Polonia, en Hungría, en Checo-Eslovaquia, se considera disparatado planificar una economía compulsivamente. Sin embargo, los nuevos “analistas simbólicos” creen que una realidad abrumadoramente más compleja y extensa que la producción económica -–la historia humana en su conjunto–, es posible someterla a un “plan maestro” gubernamental, que debe ser seguido o adoptado por todos los países. En lugar de la “División Internacional del Trabajo”, prohijada por los rusos en su órbita de influencia durante la Guerra Fría, una “marcha uniforme hacia la institucionalidad democrática mundial”. La integración económica global debe alcanzarse dentro del marco de cinco o seis fórmulas dictadas por los EUA y refrendadas o toleradas por la Unión Europea.

Los escritores todos, poetas, dramaturgos, novelistas, ensayistas, historiadores, sociólogos; los pintores, músicos, bailarines, arquitectos, actores, cantantes, tienen por delante dos problemas mayúsculos: el uno moral, el otro político. Ya no pueden plantear las cosas bajo los anticuados términos ideológicos: izquierdas y derechas, reaccionarios y progresistas. Con esas directrices se despedazaron entre sí las élites de varias sociedades y corrió en el pasado sangre del pueblo en docenas de países. Ahora los viejos humanistas están descartados a limine. Todo es confuso hoy, “penumbroso” o colmado de peligros. Alumbrar los caminos de estos tiempos requiere de luces distintas a las de la llamada “ilustración”. Necesitamos un fulgor nuevo o resplandor intelectual que abarque la razón y el sentimiento, la vida personal y la organización colectiva. Tal vez esté a punto de surgir un movimiento “fulgorista” capaz de agrupar al montón inerme de cocuyos y luciérnagas que son nuestros escritores y artistas.

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