Manifiesto literario a la antigua

Manifiesto literario a la antigua

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
El pintor Pablo Picasso hizo una caricatura del poeta y novelista – transgresor Guillermo Apollinaire.  La caricatura de Picasso, dibujada a comienzos del siglo XX, presenta al rebelde e iconoclasta Apollinaire en traje de académico, con un bicornio emplumado en la mano derecha, enarbolando en la izquierda un pliego de papel con un extenso manifiesto.  Ya no se escriben manifiestos.  No los escriben los poetas, ni los políticos, ni los pintores.  Conozco un periódico digital que dice estar abierto a las opiniones que no caben en los “adocenados” periódicos de papel, declinantes y conservadores.  Pues bien, en ese periódico “alternativo” los únicos escritos que no está permitido enviar son “los manifiestos de cualquier clase”. 

Parece que, a juicio de la dirección de ese órgano, no hay cosa más “sectaria” e “impropia” que un manifiesto.  Como ya no existen vanguardias artísticas, es lógico que tampoco existan manifiestos vanguardistas.  En las épocas en que se producían manifiestos esos textos significaban: una protesta contra el orden establecido; un cambio de rumbo en la sensibilidad de los artistas; una exposición sincera y generosa de la situación emocional de los grupos sociales más educados, a la cual se adherían centenares de jóvenes, atrevidos o entusiastas.  Los manifiestos podían adoptar tonos graves o agudos, sombríos o estridentes, ser “ajustados a la realidad”, excesivos, insensatos, radicales o, si se quiere, lindantes con la demencia.  Pero siempre contenían algún punto esencial que definía el carácter de los tiempos emergentes; y eso los absolvía de cualquier desmesura accidental.

Cuenta Gómez de la Serna que Apollinaire fue alcanzado en la cabeza por “un pedazo de obús” mientras leía el Mercurio de Francia, en una trinchera, durante la Primera Guerra Mundial.  Apollinaire quiso seguir leyendo pero la sangre tiñó la revista.  Tuvo que ser llevado al hospital, donde se comprobó que tenia un brazo y una pierna paralizados.  Hubo que practicarle una trepanación, como se decía entonces.  De esta intervención quirúrgica Apollinaire salió bien: “Su mano paralítica tamborileaba sobre la mesa de operaciones con la alegría de volver a funcionar”, comentó Gómez de la Serna.  Le colocaron en el cráneo una tapa metálica de la que el poeta decía: “Es un aparato telefónico que llevo a perpetuidad”.    Apollinaire falleció en 1918 –el mismo día que se firmó el armisticio con el que concluyó la Primera Gran Guerra– a consecuencia de una gripe que le congestionó los pulmones.  Picasso trazó con plumilla un dibujo de Apollinaire con la cabeza vendada.

En septiembre de 1911 Apollinaire fue acusado de haber robado del Museo del Louvre La Gioconda de Leonardo de Vinci.   La policía francesa encaminó las pesquisas del robo hacia el gremio de artistas.  Marinetti, el patriarca del futurismo, había recomendado poco antes “la destrucción de los museos y de las obras de arte”, esto es, de las viejas obras de arte.   Según el testimonio de Gómez de la Serna, Apollinaire escribió en una de sus revolucionarias novelas el relato del robo de varias estatuas que luego fueron devueltas al Louvre.  Se convirtió así en el sospechoso principal.   Una vez detenido el poeta y arbitrariamente encarcelado, se recogieron firmas para pedir su liberación.  Algunos se negaron a estampar su firma en el documento, diciendo: “Que continúe en la cárcel ese loco, si no lo hizo ahora lo hará después”.  El aduanero Henri Rousseau pintó el famoso retrato de Apollinaire titulado: “La musa inspirando al poeta”. Apollinaire era un extraño poeta cubista que escribía versos con rimas de frente y de perfil, como si se tratara de un pintor o de un dibujante de planos para arquitectos.  ¿No es azorante que haya un Braque de las letras?

Se llama manifiesto al escrito con el cual se convoca a una manifestación.  Toda manifestación es, por definición, un acto publico, sea política o no.  La expresión tiene un origen religioso.  Manifestar quiere decir “exponer el Santísimo Sacramento a la adoración de los fieles; y a la ceremonia en la que se presenta públicamente la hostia consagrada se la denomina “manifiesto”.  Los manifiestos en que nos ocupamos en este momento no son religiosos; pero son públicos y civiles, o sea, colectivos y propios de ciudades.  Y ahí está el problema:  la relación desigual que hoy existe entre lo privado y lo público.  El exacerbado individualismo contemporáneo nos hace desconfiar de los asuntos públicos.  “Yo tengo que seguir con lo mío, con mi trabajo, con mis intereses y ocupaciones profesionales”.  Esto oímos decir para justificar la falta de participación o de atención ante los problemas colectivos.  La dedicación exclusiva a los negocios privados, por parte de las personas mejor calificadas de una sociedad, es la causa de que “la cosa pública” esté en las manos de los hombres peor preparados para mandar u organizar.  Existe una creciente deserción de lo público en aras de lo privado o personal. Damos la espalda a una dimensión de la realidad –lo público– que se vuelve contra nosotros y amenaza con destruir la frágil estructura de nuestra vida privada.  La gente desdeña  los manifiestos porque son públicos, colectivos o comunales.

Lo manifiesto, en el lenguaje ordinario, es lo patente, ostensible, notorio, claro y visible.  Los hechos sociales, sin embargo, no siempre son patentes, visibles e inteligibles.  Se requiere de alguna ayuda para verlos en perspectiva lineal y desde una perspectiva histórica o cuasi –caballera.  Es entonces cuando surge la necesidad de redactar manifiestos “anticuados”.  Los poetas surrealistas y los pintores cubistas habrán de ser evocados – en nombre de Vico, puesto que la historia es un ir y venir – a la hora de escribirlos.  Crear una perspectiva doble de lo humano, periodística e histórica –un poco cubista-, podría contribuir a sacarnos de la crisis actual.

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