Manifiesto literario a la antigua II

Manifiesto literario a la antigua II

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Tercero: El gran problema estético que deben afrontar los artistas de hoy es el abigarramiento; el de las ciudades, el de los escaparates, el de la publicidad. Las ciudades contemporáneas constituyen una acumulación de épocas y de estilos. Cualquier ciudad produce, en los ojos del visitante, el mismo efecto de un catálogo de formas, colores, masas, de organización de los espacios. El habitante-ciudadano termina por acostumbrarse a esa macedonia de los sentidos.

Cada ciudad del mundo tiene un clima determinado; de eso tratan los boletines meteorológicos; pero, además, existe el “clima emocional” con que nos acercamos a la contemplación de los objetos. Puede muy bien llamarse a esto “clima”, puesto que es una atmósfera colectiva. No es solo que el edificio de ITT esté adornado con una cornisa Chippendale. Al fin y al cabo eso no es más que la influencia de un ebanista y diseñador de muebles sobre un arquitecto específico. En ambos casos se parte de formas tangibles, proyectadas en tres dimensiones.  Lo utilitario y lo funcional, lo privado y lo público, lo refinado y lo vulgar, son estímulos e imágenes que nos invaden todos los días al salir a las calles.

Lo que llaman postmodernidad es –entre otras cosas– un pastiche: plagio, imitación, recreación o revival de artes y ornamentos de otras épocas; utilizado todo con la técnica del arreglo floral: un poco de Grecia, algo del Renacimiento, un toque de romanticismo siglo XIX. Como si fuera una receta de boticario desarrollada por un diseñador de modas de vestir para damas acaudaladas. De este modo las artesanías de la alta costura se convierten en pretendido arte mayor, en postulados estéticos, académicos y de mercado. Ensamblar lo popular con lo culto es la intención u objetivo de las industrias dedicadas a producir artículos para el hogar. Nadie puede escapar a las sucesivas “ondulaciones” creadas por los mercadólogos en los grandes centros económicos del mundo.   ¿Cómo llegaremos a definir qué es lo bello, si no hemos definido, por contraste u oposición, qué es lo feo? El celebre esteta irlandés Oscar Wilde dictó una conferencia en la ciudad de Philadelphia en el siglo XIX. En esa ocasión, como era su costumbre, Wilde lanzó algunas paradojas acompañadas de ingeniosas ironías. Dijo que los Estados Unidos e Inglaterra eran dos naciones separadas por la misma lengua. Pero también explicó que entre las varias deudas que teníamos contraídas con el agudo espíritu de Goethe, estaba la de habernos enseñado a definir la belleza en los términos más precisos que fuera posible. Análogamente, podríamos hacer algunos esfuerzos por definir en que consiste la fealdad – vieja y nueva – que nos rodea hoy, que nos penetra y derrota interiormente. La columnata de Bernini influye menos sobre las mentes de romanos, e italianos en general, que las luces de neón sobre los habitantes de Las Vegas.

La inmoralidad ha sido propuesta como una “forma de liberación” de las “ataduras judeo- cristianas” impuestas a la conducta humana. Nietzsche supuso que el super hombre seria capaz de dominar a los demás porque estaría desembarazado de las limitaciones e inhibiciones de los “sentimientos morales”.  Se dice que no tener “escrúpulos” es una ventaja importante para los políticos, para los altos ejecutivos de grandes empresas, para los hampones del crimen organizado. ¿Es posible que la inmoralidad produzca monstruos? Los artistas del renacimiento relacionaron la belleza con la virtud. En la parte posterior del retrato de Ginevra de Bencí, pintado por Leonardo de Vinci, aparece una cinta con una leyenda que proclama la belleza como coronación de la virtud. Detrás de esa cinta pueden apreciarse las alas de un gran pájaro. Quizás Leonardo comenzó de ese lado un cuadro y no lo terminó. Los pintores del renacimiento tal vez fueran filosóficamente ingenuos, herederos pasivos de la tradición escolástica. El bien, la belleza, la justicia, formaban el antiguo trípode de los valores esenciales.  Aristóteles y Santo Tomás representan, ellos solos, la Grecia clásica y el mundo medieval. La palabra virtu, en italiano, tiene connotaciones especiales: fuerza, virilidad, eficacia. Tanto es así, que Maquiavelo usa el vocablo en dos sentidos. Lo aplica a la buena política, que él llama “virtuosa” cuando es eficiente y alcanza sus objetivos; y también utiliza el término en su acepción moral. Incluso de las sociedades que se hunden en la corrupción puede brotar la virtud. Maquiavelo, fundador de las ciencias políticas de la modernidad, pensaba que la corruzione conduce a veces al surgimiento de la virtud. Con buenos sentimientos puede muy bien hacerse mala literatura, como siempre se ha dicho. El escritor, no obstante, podrá ser amoral o inmoral, pero no logra nunca ser indiferente al bien  y al mal.

Cuarto: Las técnicas. ¿Los problemas morales y los problemas políticos, son inseparables de los problemas estéticos? ¿Es lícito hablar de fealdad moral o de fealdad política? Ésta ultima pregunta podría servir lo mismo al sofista que al pensador riguroso. En cambio, los valores estéticos tienen un solo camino: ser expresados mediante unas determinadas técnicas. Las técnicas artísticas han evolucionado a lo largo del tiempo. Las múltiples técnicas pictóricas constituyen una apasionante historia que no tocaremos. La poesía es un arte que ha experimentado diversas mutaciones, de forma y de fondo, desde Homero hasta André Breton. De la poesía ha dicho John Steinbeck que “es la matemática de la literatura”. Tampoco entraremos –por el momento– en ese movedizo terreno. En la literatura en prosa son evidentes los cambios técnicos operados desde 1605, fecha de la publicación del Quijote, hasta en el camino, del beatnik Jack Kerouac, quien en 1951 escribió ese libro en un rollo de papel de teletipo. En nuestra época los artistas y escritores tendrán que redefinir la belleza y la fealdad, deberán enfrentar intelectual y sentimentalmente la moral y la política reinantes y, por ultimo, necesitarán explorar nuevas técnicas expresivas para la prosa y el verso. No olvidemos que el voluble y caprichoso Oscar Wilde afirmaba: “Donde empieza la arqueología termina el arte”. Aunque en momentos de euforia y sinceridad solía decir: “Una verdad en arte es aquella cuya proposición contradictoria es también verdadera.”

henriquezcaolo@hotmail.com

Publicaciones Relacionadas

Más leídas