Con mucha nostalgia recibimos la infausta noticia de que el emblemático restaurante Maniquí cerró sus puertas recientemente. Maniquí fue una inspiración de Rafaela Caamaño Grullón, la queridísima “Fellita”, quien hizo historia en la plaza no solo por el arte culinario desarrollado a su máximo esplendor, sino por ser un punto de encuentro de la clase pensante de los ochenta y noventa del casi recién pasado siglo.
Fellita dice que trabajó 25 años, tres meses y ocho días ininterrumpidos. Fue un sueño que acuñó durante muchos años y, para realizarlo, inició con dinero propio y sin socios, solo con el empuje de la voluntad para hacer algo diferente. Tanto es así, que la oferta gastronómica compitió con la de los principales hoteles de la capital.
La cocina de Maniquí logró en esos 25 años 19 premios nacionales de gastronomía y en los años 1992-93 fue escogido por el Ministerio de Turismo y Asonahores para representar al país en un festival gastronómico en Portugal.
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Con espacio para 200 personas, dos salones y una decoración amigable y acogedora, el lugar fue un agradable punto de encuentro donde solíamos “arreglar el país” con tertulias sobre el acontecer nacional.
Fue un lugar de moda, donde, al margen de disfrutar de una buena comida, uno se encontraba con los más renombrados artistas nacionales e internacionales. Al quedar detrás del Teatro Nacional, los artistas eran parte de los comensales de Maniquí.
Maniquí fue fundado el 2 de mayo de 1985. “Maniquí es parte de la historia cultural, bohemia, gastronómica, nostálgica y, desde su nombre y estética sociable, es un retrato maravilloso del sueño de Fellita”, apunta Gina Martínez, amiga común, al enterarse de que Maniquí fue cerrado 13 años después de cambiar de administración.
Cómo olvidar la decoración impecable, el trato amable de la dueña, la complicidad con lo mejor de la cultura y la buena gastronomía que hicieron del lugar un sitio casi obligado para visitar. Los más jóvenes iban para ver a los artistas internacionales que asistían después de alguna presentación, y los tertulianos de siempre a pasar un rato en un lugar amigable.
El ambiente de respeto y la sensación de seguridad del lugar fueron un valor agregado para ir a Maniquí. “Terminábamos una jornada de trabajo y decíamos: ‘vamos para Maniquí’”, y al llegar siempre nos encontrábamos con amigos y conocidos.
Fellita, cargada de la historia reciente del país, fue parte del atractivo del lugar. Le agregó su personalidad alegre y fuerte a un sitio que se transformó en un símbolo de los últimos años del siglo pasado.
El tiempo pasa, nos ponemos viejos, pero los recuerdos no envejecen, como la ilusión y el espíritu. Fellita se lamenta de que alguien reseñó que Maniquí tenía 52 años, en vez de 38 y, como fundadora, posee toda la historia en fotos de lo que fue Maniquí: su sueño dorado, su realización y el influjo de todas las personalidades que le visitaron. Fueron a concretar la primera necesidad del ser humano: alimentarse y muy bien en un lugar como Maniquí. Todos los políticos, los artistas nacionales e internacionales que nos visitaron, pasaron por Maniquí. Un recuerdo hermoso de nuestra historia reciente en la Plaza de la Cultura.