Manolín Javier, García Márquez y la candidata

Manolín Javier, García Márquez y la candidata

El Shakespeare que yo conocí en la infancia escribía en español, era maestro de primera enseñanza  y usaba su ingenio para divertir sin zaherir, para encantar sin emplear artes de nigromante.

Era un maestro de los que le pegaban a un niño y éste no lo decía en casa porque tendría un castigo seguro de sus padres.

Tenía un trozo de madera que usaba como sicólogo (como dice mi hija Nieves Cristina) y siempre le dio buen resultado.

Un día me condenó a diez azotes, fue la única vez que me aplicó el sicólogo, la cuenta no pasó de una sola vez (ante los gritos que estremecieron la escuela).

Adaptó al teatro la historia de un mercader que salió con una caravana a comerciar  al confín del reino. Encomendó a su mejor amigo varios odres llenos de olivas, conservadas en vinagre de uvas.

Dos o tres años después cuando el comerciante regresó reclamó a su amigo la devolución de los toneles de aceitunas y al ver el contenido gritó: me has robado. Al revisar el contenido, el comerciante advirtió que  las aceitunas eran nuevas. José Barján hizo el papel del cadí, probaba las aceitunas y las degustaba mientras decía que necesitaba comer más para determinar la culpabilidad o inocencia de quien guardaba el encargo. José disfrutó de las olivas y dictaminó que eran nuevas. Que habían sido cambiadas. Que el comerciante había robado el contenido de oro que ocultaban las aceitunas. Manuel de Jesús Javier García, mi maestro de segundo y cuarto curso de la primaria, adaptó al teatro ese cuento de “Las Mil y Una Noches”.

Gabriel García Márquez cuenta que el síndico fue al único dentista del pueblo, miembro de la oposición, cuando el profesional terminó su trabajo preguntó: ¿dónde te mando la cuenta, a tu casa o al ayuntamiento? A lo cual el funcionario respondió: ¡da lo mismo¡

No hay confusión  en distinguir entre lo propio y lo ajeno.

Resulta difícil entender  que un político actúe como el comerciante del cuento de “Las Mil y Una Noches” que quiso desligarse del cambio de las aceitunas o como el síndico gobiernista del cuento de García Márquez. Resulta difícil entender que se alegue ignorancia sobre la procedencia de bienes que se usan en una campaña, si provienen del Estado o de su peculio, cuando hay peculio. Por eso no entiendo cómo la  candidata vicepresidencial del PLD insiste en usar recursos del Estado en su campaña política con una abusiva “ingenuidad” ¿cómo se llamará el José Barján que juzgue tan conveniente “confusión” en la que se cae al usar fondos públicos en actividades privadas? ¿Es abuso, ignorancia o prepotencia?

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