Manos decisorias

Manos decisorias

POR MANUEL A. FERMÍN
El escritor mexicano Carlos Fuentes nos deja la nada halagüeña preocupación de que en nuestra América Latina existe una nostalgia por el autoritarismo, por la fuerza del cesarismo, del déspota que está en constante acecho a los malos pasos de la democracia representativa, sistema éste debilitado por el populismo y el clientelismo generadores al mismo tiempo de la corrupción desmedida, de la incompetencia y la venalidad de sus principales actores: líderes y dirigentes políticos, congresistas, síndicos, regidores, sindicalistas, empresarios, militares, etc., dejándole al espacio político sustentado por ella como sobreviviente solo la alternabilidad, que también corre peligro.

Esas malas conductas propiciadas por los llamados a protegerla, a promover la verdadera administración del bien común, a patrocinar la justicia distributiva, negándose a cumplir con estos deberes solo han conseguido acelerar el proceso de descomposición social, a la falta de respeto a las instituciones y a la autoridad, a la vulgarización de la cultura popular, a fomentar la falta de cortesía y a prepararle el «ubérrimo terreno» a la cortesanía, a la conducta palaciega.

Así que si hoy los pueblos latinoamericanos sentimos nostalgia por la «mano dura», no es porque seamos masoquistas, sino porque queremos evitar la ruina nacional. La democracia, si ha transitado con tantos fracasos no es por ser un modelo infuncional, sino que los propios beneficiarios que interactúan y se interrelacionan son quienes la conducen por el descrédito. El mundo gordiano reside aquí, en los políticos que faenan en ella que han sido los menos interesados en preparar a los ciudadanos para ejercerla en forma participativa. Desde el alba de la República caminamos en forma extraviada. Seguimos atrapados en la deficiencia, la ineficacia de los organismos del Estado, en fin, en el relajamiento de los valores éticos. Por la crecida y tupida maleza que se han encargado de hacer florecer los ambiciosos que se han movido en el erario influidos por aspiraciones bastardas, ha recibido aposento el caudillismo personalista, sembrando patíbulos por toda la República, unos usando el desdén por los intelectuales, otros haciendo acopio de la granuja, o de ambos a la vez. Federico García Godoy se preguntaba: ¿cuál ha sido la característica más importante de estos periodos tiránicos?: «identificar el orden público con la personalidad misma del dictador». Tras ese fin nos han dejado una estela claroscura, un esplendor fugaz, pues su luz reflejada en su obra material siempre vivirá eclipsada porque casi siempre ese avance material carece por completo de necesarias finalidades morales. Otras veces la economía logra florecer bajo su férrea voluntad y hasta armonizar lo material y lo moral con una aceptable administración jurídica, pero se envanecen por sus proezas y no por el dictado de la razón poniéndole frenos a los impulsos de nobles ideales.

Ahora bien, de lo que sí parece que estamos necesitados es de «manos decisorias» para la democracia con fuerza, con amplia libertad económica y fuerte vocación de servicio para consolidar la disciplina y el andamiaje para el crecimiento sostenido y el desarrollo. Que actúe sin ahorro de esfuerzos y sacrificios; que sepa suavizar dificultades y removerlas valientemente si el caso se hace necesario; con un dominio personal decisivo, generalmente astuto y cauteloso; que abre siempre por el afán del trabajo, con visión de futuro y atado a las más indeclinables responsabilidades del Estado.

Las manos decisorias que condujeron a los dragones de Asia (Corea del Sur, Taiwán y Singapur), derrotaron el dirigismo estatal y la cultura de la abundancia fácil por vía de la corrupción. Estos dirigentes no permitieron que la autoridad superior fuera cercenada para impedir hacer lo que se tiene que hacer. Sin negocios particulares, con probidad a toda prueba, sin mirar de reojo el avance de las comunicaciones, no viendo la computadora como una imprenta dirigida a socavar el régimen.

Es decir, no caer en las autarquías informativas de los regímenes dictatoriales.

Evidentemente, como ya he argumentado, lo que necesitamos es la hegemonía de la autoridad, que emane del poder de mando para ir legitimando instituciones por los efectos democratizadores que se derivan de ciclos largos de crecimiento económico.

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