Manresa es lugar de tranquilidad y retiro para muchos jesuitas notables

Manresa es lugar de tranquilidad y retiro para muchos jesuitas notables

POR ÁNGELA PEÑA
Cada uno tiene una destacada historia de vida ejemplar, fructífera, productiva, valiosa, útil. Sus aportes y méritos a la sociedad dominicana son insuperables

Han sido lumbreras reconocidas dentro de las especialidades en que han descollado. Científicos, ambientalistas, educadores, filósofos, elocuentes predicadores, escritores, históricos polemistas, historiadores, trotamundos que han ido de pueblo en pueblo siguiendo el rastro de especies animales, marinas, vegetales, consagrados mensajeros del amor, la espiritualidad, el Evangelio, expertos en estudios clásicos, pedagogía, idiomas, misioneros, catequistas, voluntarios que se han trasladado a lejanos continentes para dar a conocer al Dios en el que muchos de sus habitantes no creen.

Están hoy aislados en ese remanso de paz que es Manresa, la casa de la Compañía de Jesús que fundó el padre Luis González Posada en el año 1952. Enfermos, algunos muy débiles, impedidos de caminar, prácticamente inválidos. Otros recuperándose de accidentes automovilísticos, caídas, comienzos de alzheimer o, sencillamente, disfrutando con absoluta lucidez y patética energía la jubilación que imponen los años y la Comunidad, pero incansables en el trabajo intelectual.

Este es el caso del eminente ecologista Julio Cicero que a sus 85 años escribe en computadora, lee, investiga, camina erguido, veloz, oficia misa y participa de actividades culturales y sociales a las que es invitado por discípulos y amigos. Hace poco estuvo departiendo en un ameno sancocho, encuentro del que habla con la misma amplitud que definió la forma en que planificó su retiro.

Allá, cobijado por los frondosos almendros y encumbrados pinos, rodeado de mar, cocoteros, palmeras, está el padre Láutico García, octogenario, pero aún con disposición para tomar notas y redactar su columna semanal de El Nacional. Un aparatoso accidente de tránsito y una caída reciente han dejado huellas visibles en su rostro, sus manos, brazos, dedos, boca. Accede a conversar, acompañar un café en una de las amplias terrazas amuebladas de haraganes de medio siglo.

“Láutico es un testigo privilegiado de la historia dominicana, sobre todo de los años 59, 60, 61 y 62”, comenta el padre Antonio Lluberes, quien cortésmente realizó junto al Superior, padre Benito Blanco, el recorrido por el histórico y paradisíaco entorno. Lluberes es joven y goza de perfecta salud. No reside en Manresa ni está jubilado, sólo fue intermediario que gestionó la visita.

Blanco, amable y docto español, especializado en latín y griego, autor de la voluminosa tesis “La Narración en el discurso de Cicerón”, saluda, consuela, juega chanzas, auxilia a sus compañeros abatidos por serios quebrantos mientras cuenta parte de la biografía personal de cada uno. Es como el padre común pese a ser más joven que muchos, a sus 79 años.

Dice jocoso que Cicero y García “se hicieron compinches después del accidente” del último. El padre Láutico García adquirió gran notoriedad en diciembre de 1962 por el memorable debate televisado que protagonizó con el profesor Juan Bosch, entonces aspirante a la presidencia de la República, al que acusaba de marxista. “Hombre, después de eso nos dimos un abrazo, terminamos siendo muy buenos amigos”, expresa el religioso.

Para llegar a ese paraíso alejado de ruidos y contaminación que es Manresa masculina –hay una femenina, Manresa La Altagracia- hay que recorrer el infernal tramo que conduce a la aduana de Haina Oriental, y atravesarla. Después asoma la sombreada y serena avenida orillada de pinos y corales que conduce al complejo de ensueño en el que está el apacible cementerio donde los jesuitas fallecidos duermen el sueño de los justos con el rumor y la corriente arrulladora del mar por cabecera.

Desde el especial camposanto, las viejas estaciones de bronce del Viacrucis conducen a las 60 habitaciones, doce hospedan a sacerdotes, en un ala, y las demás a cursillistas y personas en retiro de espiritualidad.

Hay capillas, comedores, salas de conferencias, acogedoras terrazas, amplios balcones, escaleras de mármol, un pequeño templo para los enfermos y un ascensor instalado recientemente, todavía con olor a nuevo para hacer más cómoda la movilización de los curas que están en sillas de ruedas o que apenas pueden moverse, como el padre Carlos Benavides que lleva tres años y medio en Manresa, operado de corazón abierto, con una úlcera sangrante, infección en las vías urinarias y con las piernas débiles para dar un paso. O el padre Arturo Pérez de Soba, inválido nonagenario al que llevaban esa tarde de urgencia al hospital con dificultades respiratorias. Al preguntarle cómo se sentía respondió sofocado, pero ameno: “Con 92 años y siete meses. Voy al doctor”.

Vive allí, sumamente sonriente, ocurrente, anecdótico y sabio, el padre Ernesto Martín, una reliquia del Instituto Politécnico Loyola, contando con espontaneidad sus recuerdos del ataque de Pearl Harbor. También los padres Tomás Macho, José Sánchez, Francisco Javier Lemus, entre otros, que respiran con libertad el olor de los piñones y la cañafístola o el del plácido océano, distrayendo el pensamiento con la mirada puesta en los frondosos mangos y tamarindos, las floridas acacias o cobijándose bajo la sombra generosa de las caobas.

Olmes Wilfrido Vega Estrada, ecuatoriano, es el enfermero principal que está pendiente de los pacientes durante las 24 horas, auxiliado por sus colegas Martha Iris Jiménez y Nélida Montero. Bertha es quien prepara el menú cotidiano.

Mirando televisión, leyendo, orando en las capillas, conversando en las salas colectivas, participando de la misa que oficia el padre Cicero, caminando, pasan sus días con alegría y paz inexplicables ante sus padecimientos.

“No lo voy a poder evitar, las cosas que son, son”, dice Benavides, fanático del fútbol y del tenis de Rafael Nadal, inamovible por obligación, con una sonda que no le han retirado desde que llegó a Manresa, sentado frente a la pantalla chica del sencillo aposento.

No se lamentan. Enfrentan con asombrosa fortaleza y admirable apacibilidad enfermedades graves, irreversibles, dolorosas. Se someten sin protestas ni resistencia a los exámenes clínicos, soportan el dolor sin quejarse y aun enfermos, algunos siguen vigentes mientras la mente y el cuerpo les responden, como Ernesto Martín, que continúa siendo maestro en el Loyola a pesar de sus pies ya impedidos de largas caminatas y de subir los estribos de las guaguas, y Benito Blanco, dirigiendo el centro y también impartiendo docencia pese a estar afectado por el cáncer.

Cada uno tiene una destacada historia de vida ejemplar, fructífera, productiva, valiosa, útil. Sus aportes y méritos a la sociedad dominicana son insuperables. Ellos, como los fallecidos, dieron lo mejor de sus capacidades y talentos a esta República a la que los enviaron Dios, sus superiores, el destino. En próximas entregas se contarán sus testimonios y la impresionante crónica de más de medio siglo de Manresa, esa agradable estancia que ha sido refugio de ministros de Dios y de seglares.

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