Mansión de dolores

Mansión de dolores

Don Emiliano Tejera, que ha llegado de la capital venezolana, viene con el corazón destrozado. Ha visitado la miserable vivienda ocupada por la familia Duarte y de su conciencia emerge grande malestar. Su familia conoció la pujanza de esa familia cuyo padre, dedicado al comercio, lucía haberes de riqueza. Hoy, proclamada la República dos veces, la una, primera, contra Haití, la otra, reciente, contra España, don Emiliano observa los efectos del ostracismo. Algo, sin embargo, lo remuerde. Más que el exilio, se dice, en esta extrema pobreza subyace el sacrificio.

Muchos fueron los patriotas que sacrificaron bienes. Partieron, se ha dicho siempre, del ejemplo de esta familia. En noviembre del año anterior a la toma del baluarte del Conde, Francisco del Rosario Sánchez y un hermano de Juan Pablo, Vicente Celestino, han escrito al propulsor. En el país están dadas las condiciones para la proclamación de la República. Faltan recursos, sin embargo. Juan Pablo, empujado por la noticia del amigo y del hermano, visita al mandatario venezolano, don Carlos Soublette. ¡Ha llegado la hora!

Ha llegado la hora. Pero no para Soublette, desvelado por preocupaciones muy propias. Juan Pablo recoge aquí y allí donaciones de particulares que no alcanzan para adquirir los mil, dos mil, tres mil fusiles que le han pedido su hermano Vicente Celestino y Sánchez. Ha intentado vender las estrellas del cielo como le pidiesen ambos en la carta del 15 de noviembre. Mas no ha encontrado postor providente. Responde a ambos, instándolos a recurrir a los suyos. Al hermano en particular, le habla de los muchos amigos que tiene.

“Proclamada la República –le dice-, ganada la causa, contando con el crédito de nuestro padre, me haré cargo del negocio y aquello que se ha sacrificado volverá a la fortuna familiar”. Los sueños, sueños son. Los bienes entregados por la causa de la independencia se esfuman en los gastos indispensables al parque militar imprescindible para enfrentar el bien aprovisionado ejército invasor.  Proclamada la República, él y su familia son expulsados del territorio.

Veinte y pico años después visita don Emiliano Tejera cuanto queda de la pujante familia Duarte Díez. Ha ido a Caracas a recoger informaciones de los días de las luchas redentoras. Encuentra a las hermanas Rosa y Francisca prendidas de un costurero con cuyo fruto se alimentan y alimentan al hermano loco, a Manuel. ¡Qué espectáculo más desgarrador! Volverá a Santo Domingo envuelto en el vaho de la desgracia de una familia ilustre y pujante, venida a menos. ¡Qué desolador”. Es entonces, y como resultado de ello, que escribe su famosa página en que describe para sus conciudadanos lo que queda de los Duarte Díez. Es, afirma, una mansión de dolores.  

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