Mansos opacados por cimarrones

Mansos opacados por cimarrones

Sociólogos prominentes afirman que en la República Dominicana no ha existido realmente una clase dirigente con idea o noción de la responsabilidad social que conlleva el liderazgo. Se refieren casi siempre a las capas sociales que, como la crema y la nata, han flotado encima del resto.

No estoy del todo de acuerdo con esta creencia, pues a raíz de la eliminación de Trujillo, la clase alta dominicana sí ha participado de manera activa y positiva en los asuntos públicos.

Esa clase social tan incomprendida ha generado asociaciones como el CONEP y los demás gremios empresariales, creado y financiado instituciones como la PUCAMAIMA, UNPHU y APEC, promovido iniciativas como la Fundación Dominicana de Desarrollo (FDD), la FINJUS, más recientemente CREES y múltiples patronatos dedicados a la filantropía.

Pero los pocos miles de dominicanos cuyas destrezas, abolengo, patrimonio o suerte les permite vivir igual o mejor que los ricos de cualquier lugar del mundo, poseen una imagen distinta a la que deberían tener, principalmente porque unos pocos farandúlicos con ínfulas de grandeza usurpan esa preeminencia.  Me refiero a tres o cuatro claques, o bandas o pandillas, cuya principal misión en su vida parece ser reforzarse recíprocamente en la importancia de su vaciedad, sin asumir ni desear otra idea que no sea el hedonismo más refinado. Su gozo se mide en proporción a la champaña descorchada; sus automóviles constituyen a veces una proporción descabellada de su real patrimonio; sus sonrisas esconden un temor de muerte a que se divulguen sus vicios o debilidades.

Carentes de virtud, de disposición constante del alma para las acciones conformes a la ley moral, en vez de proceder de modo recto se constituyen en claques, o sea en grupos que aplauden, defienden o alaban las acciones de otros buscando algún provecho.

Lo más terrible de ello, lamentablemente, no es la risa o pena que provoquen a quienes sepamos distinguir cada cosa según su uso o destino, sino que infinidad de jóvenes forman sus juicios o valores creyendo que el éxito es esa opaca caricatura que se les quiere vender como paradigmática. En verdad lo más exquisito, en gusto, educación y virtud, la verdadera crema y nata, rehúye ese ritmo atolondrado que pugna por imponerse, como árbitro social, cimentado en la más atroz impunidad. Pero esos auténticos buenos dominicanos nunca buscan fama ni gloria.

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