Mansos y cimarrones

Mansos y cimarrones

Obispos y Ancianos cristianos (católicos, presbiterianos, protestantes) piden que antes de votar el ciudadano observe la precedente conducta de los candidatos. El propósito es evitar que sean electos aquellos candidatos asociados a cuestionables formas de vida. Unos objetan las indecisiones frente al aborto. Otros religiosos cuestionan espúreas vinculaciones con negocios poco recomendables. Y todos -vívase la realidad sin rodeos-, están propensos a que las objeciones expuestas sean inscritas en un registro de simples aspiraciones.

Porque el voto de arrastre permitirá que salgan, juntos, mansos y cimarrones. Les he planteado antes que el sistema electoral, lejos de fortalecerse, se ha debilitado al eliminarse la figura del voto preferencial. El proceso de selección fomentado en los reclamos de los religiosos únicamente es aplicable al marcarse sobre específicos candidatos. Si el votante, al marcar sobre la faz de un candidato arrastra a otros, este pedido se torna inútil.

Cuando Juan Bolívar Díaz escribió sobre el particular, dos o tres años atrás, hicimos la vista gorda. No se columbró en aquél momento el debilitamiento que sufría el sistema democrático como resultado de lo que aparenta ser asunto fútil. Hoy la nación precisa ese voto selectivo. No porque estemos interesados en eliminar a fulano o a perencejo, sino porque se vuelve imperativo fortalecer la institucionalidad democrática. Ella, que a lo largo de poco más de siglo y medio ha vivido como paria, requiere su ordenamiento y consolidación.

El pedido de los sectores religiosos obliga a la Junta Central Electoral a replantearse el alcance del voto preferencial.

No porque el organismo comicial deba quedar sujeto a un pedido de Obispos y Ancianos. Sino porque esa petición pone al descubierto una debilidad que pareció superarse en un instante determinado. Por lamentable que parezca la situación, ella debe servir para que nos preguntemos si con la anulación del voto preferencial hemos ganado o perdido.

La respuesta no precisa estudios. Se hace evidente que retrocedimos. Y echamos hacia atrás no porque con ello retomemos fuerzas para ir adelante.

Sino porque, de igual manera en que hemos hecho siempre, ponemos retrancas a los avances y obstáculos al progreso.

 Porque de este modo pasamos todos hasta por las rendijas.

Y por ellas pasamos los mansos y los cimarrones. 

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