JOSÉ LUIS ALEMÁN SJ
Dichosos tiempos aquellos en los cuales los Reyes no tenían que ser electos y solicitaban o simplemente y a ratos aceptaban buenos consejos de quienes no gobernaban. Los consejeros más audaces se atrevían incluso a publicarlos como Manuales de o para Buen Gobierno.
En formato distinto muchas organizaciones multilaterales como el Banco Mundial publican aun hoy en día lo que en el fondo desearían que fuese el Gobierno de países que no acabamos de enrumbarnos hacia el desarrollo. Los Manuales de antaño y los Programas de hogaño difieren en sofisticación pero conservan el mínimo común denominador de estar escritos por personas o staffs de expertos de buenas intenciones pero que no han sido electos por sufragio universal mientras que sí lo son los actuales reyes presidentes.
Por eso las autobiografías de gobernantes ilustres además de servir para la satisfacción de curiosidades, morbosas o no, son analizadas más por politólogos y personas de letras que por economistas ya que necesariamente reflejan el proceso de convertir ideales en realidades dentro del marco cuestionante de un pueblo al que habrá que rendir cuentas. Este toque de realismo falta en las Memorias de estadistas con poderes dictatoriales aunque siempre en un contexto de limitaciones ya que ni ellos hoy en día y probablemente nunca pueden suponer una tolerancia absoluta de sus regimentados sin pagar las consecuencias. Lo importante en estos últimos casos es analizar el mecanismo empleado para conservar un poder tan amplio.
Vuelvo a los Manuales de Buen Gobierno. Los mejores son escritos por expresidentes electos y después relegados, asesores por excelencia de los organismos multinacionales aunque por lo mismo coartados en su libertad de expresión. La cima de la escala la ocupan expresidentes que hablan por cuenta propia, es decir que están «libres» de contratos políticos. Ahí pertenece Felipe González elegido tres veces presidente del gobierno español al menos cuando habla como invitado a actividades académicas de algún centro importante. De una conferencia suya -«Consenso Estratégico para América Latina» en el Instituto de Economía Mundial Fernando Braudel de San Paulo- extraigo la quinta esencia de su brevisimo y atinadísimo Manual de Buen Gobierno.
El ambiente político
El gobernante necesita conocer la cultura de su país. Para Felipe González el principal reto que tenía la España postfranquista era el baldón de vivir en una dictadura: «me avergonzaba sentirme libre sólo cuando salía del país y de sentirme oprimido al regresar. Me rebelé espontáneamente contra la dictadura. Encontraba más gente en la Izquierda opuesta a la dictadura que en la Derecha. Quizás era natural para alguien opuesto a la dictadura hacer filas con la Izquierda. Mi espacio político venía dado más por rebelión moral y exclusión que por cualquier otra razón».
En esa España dividida la tribu de González, la Izquierda, debatía el futuro creyendo que todos los problemas se resolverían con redistribución y acababa como Castro distribuyendo pobreza. La Derecha, en cambio, estaba obsesionada con el crecimiento económico al que consideraba problema técnico. La Derecha sabía crear riqueza pero olvidaba una redistribución necesaria para ser sustentable. Nos decían siempre que esperásemos hasta acumular una riqueza bastante y nunca llegaba el tiempo de hacerlo o cuando llegaba estábamos en crisis y no podíamos hacer nada.
La división nacional impedía una comprensión más amplia y un acuerdo de fines comunes. La izquierda, su tribu, disimulaba su malestar al caer su gran símbolo el Muro de Berlín. Como Octavio Paz escribiese las respuestas eran equivocadas pero la gran pregunta seguía con nosotros. El origen del desastre pudo estar ligado a un culto excesivo de la razón y de la pura lógica al lidiar con seres humanos de identidades y sentimientos distintos.
De la Derecha nada más dice Felipe González. ¿Sería aventurado decir que su pregunta tan cruelmente respondida por el postmodernismo se referiría a Dios, Patria y Tradición?
¿Cómo superar esa división profunda de la sociedad sin entregarse indefinida e inútilmente a discutir fines últimos? Sencillamente rebajando el nivel de los fines a los que la política puede apuntar con la convicción de que muchos que por razones profundas de comprensión del sentido de la vida nunca votan ni votarían por uno pero pueden apoyarlo. Discutir de fines últimos intelectual y emocionalmente fundados no es sencillamente tarea de la política aunque sea lo más importante que uno pueda hacer. El político que se distingue del inquisidor implacable de la ortodoxia no pretende convertir a nadie en un mundo radicalmente dividido. Su tarea, su inmensa tarea, es buscar acuerdos sobre fines generales no últimos compartidos.
Esto significa que la política de González encaminada a que el español se sienta orgulloso de su presente y no de sólo su pasado se reduzca a tres temas: formar capital humano, crear y ampliar la infraestructura física del país e incentivar el ahorro en moneda nacional. Nunca perderá sus energías en buscar consensos sociales sobre los fines últimos del hombre o de la sociedad. Hacerlo equivaldría en la realidad a violar la conciencia y las creencias de una parte apreciable de los ciudadanos, algo que ni siquiera la religión organizada del más dogmático cristianismo, el católico, puede justificar después del famoso decreto sobre la Libertad Religiosa del Concilio Vaticano II que defiende la veracidad única objetiva pero rechaza la trampa de la Fe de no tolerar pareceres públicos contrarios aunque los estime errados, pero dista aún millas de aceptar decisiones políticas adversas.
Desgraciadamente los políticos latinos de derecha y de izquierda se han dedicado a combatir y desprestigiar a sus oponentes en vez de buscar algo común. Han sido tan dogmáticos y tan proféticos, a veces tan plagados de intereses en su actividad, que no quieren dejar espacio libre a otras concepciones de la existencia. Su objetivo ha sido destruir al «enemigo». Así nadie puede gobernar por la sencilla razón de que nadie acepta que se le quiera ultimar sin reaccionar con hambre de tomar venganza. Increíblemente los políticos han confundido la política con teología fundamentalista.
Esta tradición de nuestros partidos lleva a la confrontación estéril y es causa de su estrepitoso fracaso. Una buena parte de eso que llamamos «pueblo» no pide a los políticos que imiten a Felipe II campeón implacable de la ortodoxia católica ni a Stahlin, aprendiz de brujo del implacable socialismo científico. Piden que los dejen vivir en paz, en mutuo respeto, en libertad para disentir y para creer, y en bienestar económico en este tiempo en que viven y no en otro tan utópico como para muchos indeseable.
Felipe González entendió los límites de una política tolerante. En ese campo los fines generales (no últimos) no registran desacuerdos importantes aunque sí en lo que toca a los medios para conseguirlo. González se sabe político pragmático no en el sentido maquiavélico de que el fin de quedarse en el poder justifica los medios sino de tratar de convertir en realidad fines generales aceptables por todos: «el gran problema de la ideología es confundir el debate sobre políticas públicas. Trata como graves temas morales lo que debiera ser objeto de eficiencia operacional del sector público».
Esta es la primera y más preciosa norma de su Manual del Buen Gobierno.
LAS METAS POLÍTICAS
Como preámbulo de su oferta Felipe González recalca que lograr un consenso estratégico que perdure más allá de los términos de un gobierno sólo es posible si se sacrifican muchas otras políticas generales y se buscan nada más tres o cuatro. Un consenso sobre muchos fines es «demasiado complicado». Esta simplificación parece a muchos planificadores y a muchos gobiernos sencillamente incompleta y hasta sesgada. Para quienes hemos tenido alguna ocasión para asesorar gobiernos resulta, en cambio, absolutamente genial. Nadie en su juicio planifica su vida en todos los órdenes; baste «planificar» cosas importantes como estado, carrera y país. La enorme e imprevisible riqueza de oportunidades son enfrentadas a partir de ahí. Si algún proverbio es sabio es el que afirma que «lo mejor es enemigo de lo bueno» por irrealizable.
a) Felipe González habla en primer lugar de la formación de «capital Humano». Capital significa en economía capacidad de un «activo» para generar una corriente de beneficios futuros. Capital humano significa la capacidad mental y física de la persona humana lograda a base de educación y salud que la habilita para desenvolverse en una vida abierta al mundo externo sin complejos de inferioridad. Más claramente en nuestro caso se trata de que el dominicano no se sienta inferior a los habitantes de ningún otro país.
Las metas de la educación todavía se ciñen a dos áreas: cobertura y bagaje de conocimientos no muy por debajo del logrado por otros países. González se siente orgulloso por haber logrado el acceso de todos los españoles a una educación obligatoria hasta los 16 años de edad y aumentado el número de estudiantes universitarios de 600,000 a 1,600,000 con 900,000 becas. El nivel de calidad educativa de los mejores estudiantes españoles medido en exámenes internacionales se acerca mucho al de la OECD no así el de los peores estudiantes.
El sistema de servicios de salud con buena cobertura y calidad llega al 7.2% del Producto mientras que el de los Estados Unidos alcanza el 16% pero excluye a 46 millones de norteamericanos.
Como se aprecia el costo, medido en impuestos, de esta acumulación de capital humano ha sido enorme pero aceptable para los españoles. Un consenso nacional (Pacto de Moncloa) lo posibilitó.
Este avance no significa en modo alguno que la acumulación de capital humano a través de educación haya sido totalmente satisfactoria. Poniendo el dedo sobre una llaga que tenemos abierta también en el país confiesa Felipe González que la educación todavía gira en la producción industrial de títulos que convierte a los egresados en exigentes demandadores de empleos del Estado. La cultura latina los hace más exigentes porque están titulados. Los maestros y profesores tienen que enseñar lo que saben pero además tienen que recordar a sus estudiantes que sus conocimientos tienen que serles útiles para crear ellos mismos su empleo y no sólo para exigírselo al Estado.
b) La segunda meta política capaz de obtener el apoyo de la mayor parte de los ciudadanos, sea cual sea su tribu política, es la construcción de una infraestructura de carreteras, de distribución de agua, de telecomunicaciones y de producción eléctrica. «En esta nueva era el Estado se está retirando permanentemente de la producción directa de riqueza. Más bien debe concentrar sus esfuerzos en proporcionar los servicios necesarios para administrar el espacio que todos compartimos».
Ningún sociedad desarrollada ha surgido del subdesarrollo sin haber resuelto sus problemas fundamentales especialmente el del crecimiento y redistribución del ingreso especialmente por caminos indirectos. «La redistribución indirecta se levanta sobre la base de un desarrollo humano a través de la educación y de la salud y de una moderna infraestructura física. Pero esta redistribución exige el consenso de una estrategia a largo plazo entre los intereses económicos y políticos».
c) La tercera línea política general es el incentivo al ahorro en moneda nacional y no en moneda extranjera. Sin ahorros no hay inversiones en infraestructura física y capital humano. Pero no todo ahorro es óptimo como lo muestra el caso argentino. Parte de la cultura argentina, consecuencia de la inflación, es la tendencia a ahorrar en dólares y no en pesos. El capital extranjero hay que cuidarlo pero por naturaleza es volátil.
Una anécdota traída por el mismo Felipe González ilustra la tesis. Una vez, dice, coincidió en Buenos Aires con un grupo de financistas japoneses llamados a invertir en Argentina. Los japoneses notaron enseguida que muchos argentinos ahorraban fuera de su país y dijeron: «si ustedes no creen en invertir sus ahorros en su país ¿creen que nos van a persuadir a hacerlo nosotros? Nos parece un país prometedor y puede que invirtamos aquí pero ustedes mismos son los primeros que deben hacerlo».
Esto significa que los gobiernos tienen que incentivar el ahorro nacional y la educación la capacidad de ahorrar y aplicar sus conocimientos y habilidades a nuevas inversiones.
CONCLUSIÓN
Lo dicho no necesita resumen ni conclusión: respeto a posiciones sobre el sentido último de la vida y de la sociedad; propuesta de Gobierno asequible al apoyo de todos limitada a tres o cuatro temas; importancia del capital humano, de la infraestructura física y de su financiación nacional.
No es esta la orientación de nuestros partidos. Aparentemente a ellos les interesa más desprestigiar gestiones y posiciones de otros que buscar una estrategia de crecimiento y redistribución indirecta de la riqueza. Nos estamos convirtiendo en desprestigiadores profesionales lo que ciertamente no nos prestigia y lanzadores de piedras a un tejado de vidrio que nos cubre a todos. Reproducimos, en pequeño, la tragedia histórica de una España no sólo invertebrada sino dividida. ¿Cuándo llegará un Felipe González?
Mala pregunta ésta. Las cosas no suelen suceder porque les llegue un arcano turno sino porque las engendramos.