Este artículo es parte de múltiples otros que guardo en mis archivos, como un tesoro dejado por mi padre, Ing. Juan Ulises García Bonnelly, quien dedicó su vida a defender los intereses fundamentales del país. Por favor, léalo, que le va a interesar porque tenemos una situación parecida, la de ahora es peor, a cuando él lo escribió.
La historia se ha hecho testigo fehaciente de que los peores enemigos del bienestar y de la felicidad de las sociedades y de los pueblos, son estos tres: primero, el hombre amante del ocio, o que procura trabajar lo menos posible y que, aún con ese ocio fraudulento, se empeña en ganar el mismo salario de los que trabajan bien todo su tiempo de obligación; en segundo término, el hombre prodigo, que equivale al gobernante dilapidador, que se esfuerza por evaporar su salario primero, y los dineros del Estado, en segundo término, o que permite, sin protesta, que roben con su conocimiento, sin tratar de que se impongan justas sanciones penales a los pillos; y por último, el hombre que despilfarra su tiempo útil sin aportar nada al progreso económico, cultural, social y político de su nación.
Los egoístas y los dirigentes que gobiernan solo para sí mismo y para sus amigos de preferencia, que son los que hacen derroche de adulación, se vuelven enemigos del bien común, llevando a ruina a todos sus conciudadanos. Cuando un político, cuando un partido político que alcanza el Poder, usa sus amplias facultades para estrechos fines egoístas y para poner en manos de sus partidarios con exclusividad discriminatoria, los beneficios que en forma inmoral, puede proporcionar el Erario Público; cuando las empresas no piensan más que enriquecerse por vías ilícitas; cuando los militares se olvidan de sus sagrados y primordiales deberes como guardianes del orden público, de los derechos ciudadanos y de La soberanía nacional, también para enriquecerse deshonestamente; cuando los obreros distraen el tiempo que se les paga en las fábricas, o los campesinos el que deben dedicar plenamente a faenas agrícolas, pierden también su tiempo en inutilidades y están ,los unos y los otros, casi en la misma escala de putrefacción moral, contribuyendo a la constitución de gobiernos de fuerza, que surgen para callar las voces de los que, en la perturbada época actual, expresan con vigor y verdad, sus demandas de bienestar y de justicia social; época en la que se hace difícil mantener la cohesión de las masas ante el crecimiento de la población y el aumento del desempleo.
En esos períodos de crisis, causados porque los menos se hacen más, indiferentes a la miseria y al hambre de las masas, mueren en el lecho de la protesta y del dolor los ideales de felicidad que han debido constituir el preferente objetivo de la democracia justa, soñada por los creadores de la República en 1844.
Se hace necesario trabajar, y trabajar más que en ninguna otra época de nuestra historia, para salvar a nuestra nación del caos económico y político. Con el trabajo como raíz profundamente asentada en la voluntad, ni el bienestar ni la democracia perecerán jamás, sino que, por el contrario, se ampliarán sus efectos y se vigorizarán sus esencias. Los grandes ideales por si solo no han conquistado las conciencias jamás, ni han logrado la adhesión y simpatía de los enemigos del derecho, de la justicia y de la paz social. Hay que trabajar con vergüenza para dar ejemplo a los que viven al margen de la moral, para hacer más fácil que los Saúles de la perversión y del fraude se conviertan en los Pablos de la virtud incorruptible, y para imponer, con efectividad constructiva, los sueños, pictóricos de belleza, contenido en esos grandes ideales de efectivo bien común.
La solución de los problemas dominicanos está en que la población trabaje teniendo en cuenta que el único capital de que dispone es la fuerza de sus hombres dirigida y alentada por un espíritu innovador. El trabajo es el medio más eficaz de combatir la miseria, la prostitución, la inmoralidad social y la criminalidad e las fuerzas incontrolables que perturban la marcha del pueblo dominicano hacia el bienestar. Produciendo cada vez más y mejor, ganará más alta escala el nivel de vida, advendrá la recuperación social que ya se hace impostergable, y la población olvidará sus rencillas y sus odios para crear la paz, sin cuyo predominio, la sobrepoblación se unirá a otros factores negativos aumentando su presión sobre la economía, y multiplicando la miseria y el hambre en todos los ámbitos del país.
Cultivemos, pues, en el bosque, hoy casi enteramente despoblado, de nuestras esperanzas, el frondoso y prolífico árbol de la vergüenza laboral, para contrarrestar los efectos amenazadores de la sobrepoblación que, por su propia virtud, hace imposible conservar el orden público y llegar a la prosperidad sin horizontes. Roguemos ese árbol, a diario, con nuestro sudor y nuestras lágrimas, – y si es necesario para el prevalecimiento de la justicia y de la democracia económica y política, con nuestra sangre-, para que la tierra que sostiene sus raíces y lo alimenta sea cada vez más fértil en bienestar, en felicidad y en paz cristiana.
Con vergüenza patriótica crearemos la luz de la felicidad del futuro, y así como Eugenio María de Hostos, el gran educador antillano del Siglo XIX- repetía sin cesar que ó debíamos tener civilización ó morir, digamos hoy, desde el fondo mismo de nuestro corazón: prosperidad justa, o muerte!. Y tengamos confianza en el porvenir, porque en esa batalla contra la miseria y el hambre, se trabajo y vergüenza. Venceremos!