Manuel Arturo Machado
Brillante orador que desde el magisterio
contribuyó a formar generaciones

<STRONG>Manuel Arturo Machado<BR></STRONG>Brillante orador que desde el magisterio<BR>contribuyó a formar generaciones

POR ÁNGELA PEÑA
Sus servicios a la Patria fueron inconmensurables. Educó numerosas generaciones desde las aulas escolares y la cátedra universitaria. Las tribunas de teatros, ateneos, sociedades y centros culturales y el histórico Baluarte Del Conde le tuvieron como el orador brillante que con elocuente verbo nacionalista combatió al invasor norteamericano durante la ocupación al territorio dominicano en 1916. Eran tan excepcionales y vibrantes sus dotes de tribuno que se afirma que superó a  Meriño, su maestro en el Seminario Conciliar.

 En la República pocos han conjugado, como Manuel Arturo Machado González, los destacados atributos de su personalidad versátil. La bibliografía nacional le ha incorporado como crítico literario, ensayista, filósofo, sociólogo, historiador, periodista, filólogo, poeta, geógrafo, teólogo, humanista, conferenciante, jurisconsulto.

 Graduado licenciado en Derecho Civil, profundizó en todas las ramas de esa carrera. Juez de la Corte de Apelación de Santo Domingo, estuvo entre los fundadores de la Suprema Corte de Justicia. Como Diputado al Congreso Nacional se destacó por sus dignas iniciativas.

 El prolífico escritor cuya pluma se deslizó por todas las publicaciones de renombre de su época fructífera, ocupó las funciones de Ministro de Relaciones Exteriores en dos ocasiones; fue Secretario Particular del Presidente Juan Isidro Jimenes y a tal grado ganó la admiración y la simpatía de su pueblo por su sabiduría indiscutible, sus aportes al país y su conducta limpia que en los días en que se preparaba la evacuación de los intrusos marines del Norte, Machado fue postulado como candidato a la Primera Magistratura de la Nación, aspiración colectiva que se vio trunca por su muerte inesperada.

 Sin embargo, la obra y la figura de este personaje insólito sólo ha quedado grabada en el recuerdo de su único hijo vivo, Gustavo Adolfo Machado Báez, y de sus nietos, algunos herederos de su inclinación por la jurisprudencia y de sus luchas por la justicia social, como Cinthya Machado Rosario y Rafael y José Enrique Hernández Machado, este último sucesor de su antepasado en la Suprema Corte de Justicia. Otra nieta es Claridiana Hernández Machado, a quien, como a sus hermanos y prima, adornan la preocupación por los pobres y la pasión por las letras que caracterizaron la vida del abuelo.

 Hablan de su ilustre ancestro repitiendo referencias recibidas de sus padres porque no habían nacido cuando el notable profesor abandonó este mundo. Cinthya es hija de Gustavo Adolfo y los hermanos Hernández Machado descienden del distinguido historiador por la vía de su madre, Gloria Mercedes.

 Pese a tan variados aportes y sobrados méritos, Manuel Arturo Machado González no ha recibido mayor reconocimiento que una calle pequeña en Villa Consuelo. Ya en 1947, el destacado cronista Emilio Rodríguez Demorizi lamentaba que tan egregia figura estuviera en el olvido y sus libros publicados e inéditos desaparecidos.

 Machado González no sólo padeció los rigores del exilio cuando “el furor de las pasiones políticas” lo arrojó a Cuba, sino que murió en la pobreza el diez de diciembre de 1922. Uno de sus biógrafos dice que “Llevó a su tumba gloriosa el único tesoro de su vida: su gran saber”.

Honestidad, cultura

 José Enrique, Rafael y Claridiana le evocan como “fiel cumplidor de sus deberes, no sólo en lo que se refiere a sus obligaciones familiares sino, sobre todo, a su trabajo. Era muy laborioso”. Su versatilidad, piensa el Magistrado de la Suprema, quizá proviene de los poetas Machado de España, pues sus orígenes eran de la Madre Patria.

 Entienden que ocupó tantas e influyentes posiciones públicas porque su capacidad y su honestidad hacían que fuese requerido por los gobiernos. Mirando las fotos del eximio abuelo resaltan que era bien parecido. Algunos autores destacan su elegancia imponente y la serenidad de sus ojos “de mirada tierna o terrible”, según la expresión de su discurso.

 “Para mí constituye un verdadero orgullo haber llegado a la Suprema Corte de Justicia, como abogado, es una cuestión de herencia, papá también fue abogado y juez”, declara  José Enrique con los ojos, muy parecidos a los de Machado, humedecidos por la emoción. Revela que ese organismo fue creado “como Corte de Casación, es decir, como tribunal de puro derecho, en 1908, y mi abuelo, Manuel Arturo Machado, fue uno de los integrantes de esa primera Corte instituida en la República Dominicana. Permaneció tres años como Juez de la Suprema Corte de Justicia. He visto sentencias de ese tiempo en las que él figura como redactor”. El padre de los Hernández Machado era el licenciado José Enrique Hernández Rodríguez, oriundo de La Vega.

 Cinthya tiene evocaciones más frescas del prolífico antepasado por ser hija del único vástago vivo del notable profesional. A sus 85 años él está dedicado al ejercicio comercial en Bonao. “Creo que de mi abuelo recibimos también como legado la honestidad. Papá siempre nos dice que su padre fue el hombre más honesto y eso se practica en mi casa. Cuando él murió, su esposa, para cubrir algunos gastos elementales entregaba sus libros y pertenencias personales, es la prueba de que murió en la pobreza” y la razón por la que en la familia no se conservan los libros de Machado.

Perfil

 Manuel Arturo nació en Santo Domingo el 15 de diciembre de 1870, hijo de José Joaquín Machado Peralta y María Bibiana González Santín. Estudió en el Seminario Conciliar, donde tuvo como maestros de humanidades, filosofía, teología y derecho canónico a Fernando Arturo de Meriño y Adolfo Alejandro Nouel. Se retiró al comprobar su falta de vocación para el estado eclesiástico.

 Licenciado en Leyes por el Instituto Profesional, se dedicó también a la enseñanza. Fue profesor del  Colegio Central, del Instituto de Señoritas Salomé Ureña, Escuela Normal Superior, Seminario Conciliar y en la Universidad de Santo Domingo donde impartió cátedras de Derecho Penal, Civil, Internacional Público y Procedimiento Civil.  En esa academia tuvo como discípulo, precisamente, al padre de los Hernández Machado.

 Fundó con  José Otero Nolasco y Andrés Julio Montolío la revista “El Lápiz”, en la cual colaboraban Gastón Deligne, Rafael J. Castillo, Fabio Fiallo, José Ramón López. Allí aparecieron sus primeros trabajos bajo el pseudónimo de “Cristián”. Empleó también el de “Vindex” en algunas de sus colaboraciones para “El Nuevo régimen”, “La cuna de América”, “Blanco y Negro”, “El tiempo”, “Renacimiento”, “Cosmopolita”. En Cuba se dio a conocer como literato y tribuno, mereciendo elocuentes elogios de los más reputados escritores de ese país.

 Casó con María Teresa Báez, madre de sus hijos Rosa Matilde, Ramón Arturo, Gloria Mercedes, Manuel Arturo hijo, Julio Alfredo, Dulce María Altagracia, Héctor Augusto y Gustavo Adolfo Machado Báez.

 Entre sus obras publicadas están: La reincidencia y su penalidad (Tesis para la licenciatura en leyes) La cuestión fronteriza dominico-haitiana (dos impresiones) Prosas escogidas. Evolución del concepto penal y la escuela Argentina (Disertación para el doctorado en Leyes) Discursos y monografías, donde aparece su “Elogio de la filosofía”. Lecciones de Derecho Romano. Un capítulo de historia documentada.

 Dejó inéditos: Episodios nacionales. Estudios filológicos y gramaticales y varias conferencias y disertaciones. De los discursos, el más memorable fue el que pronunció en el Altar de la Patria durante la intervención norteamericana titulado “La libertad humana”.

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