Manuel Corripio García: “Yo creo en el trabajo… porque es la esencia de la vida”

Manuel Corripio García: “Yo creo en el trabajo… porque es la esencia de la vida”

POR ANGELA PEÑA
Don Manuel Corripio García, quien falleció anoche a los noventa y seis años de edad, era un archivo humano que no sólo registraba en su memoria clara las lejanas vivencias de su infancia en España sino también los acontecimientos más relevantes ocurridos en la República Dominicana desde que vino a Santo Domingo, el veintiuno de octubre de 1921, hasta prácticamente sus últimos días de vida caracterizados por el trabajo intenso, la inconmovible fe en Dios y una tierna devoción por la familia.

            Nació en Asturias, el ocho de febrero de 1908, hijo de Pedro Corripio Madiedo y Teresa García García, a quienes decía agradecer el que le enseñaran a trabajar desde pequeño. Iba por las mañanas al colegio de la Parroquia de Viñón, donde estudió hasta el cuarto grado de primaria, y por las tardes alimentaba los pocos animales que representaban el reducido patrimonio de los Corripio.

            “Tengo gratos recuerdos de mi niñez y estoy muy agradecido de todos los que me acompañaron entonces. He sido un protegido de Dios desde que nací hasta la fecha”, contaba recordando a los profesores Matilde e Inocencio Fernández y a sus condiscípulos Rafael Estrada, José Prida, Bernardo Pérez, Servando Sánchez y Bernardo Madiedo.

            Allá vivió hasta los trece años junto a sus padres y sus hermanas Mercedes e Isolina porque el otro varón, Ramón, mayor que él, ya estaba instalado en la capital dominicana como empleado del colmado de Francisco Lavandero, frente al Parque Independencia, y conquistó al menor que también pasó a ser dependiente del conocido expendio de comestibles.

            Con la admirable lucidez que exhibió hasta sus últimos años de existencia, describía el funcionamiento, la clientela, el consumo y hasta las marcas de productos como el jamón Ferris, los machetes Collins, el zinc Apolo, el alambre Americano, la mantequilla Primera, los jabones Colibrí y Martillo, los espaguetis Carusso, la cerveza Tenis, la malta Niña o el papel higiénico Waldorf.

            “Mi hermano hizo esfuerzos para que yo estudiara y por la noche me enviaba al colegio Santa Ana, que dirigía Lulú Pérez, frente a la iglesia de Las Mercedes y ahí aprendí algo de comercio, pero yo no era muy amante del estudio, lo dejé y seguí con el trabajo desde las seis de la mañana hasta las once de la noche”, refería.  Ramón, a quien consideraba su segundo padre y para el que tenía elogios y gratitudes reiteradas, se había independizado con setecientos cincuenta pesos que tenía ahorrados, la misma cantidad que le había prestado Modesto Lavandero y cincuenta que había ganado don Manuel en sus cinco meses de labores.

            Así que, para 1922, los dos hermanos se encontraban en la Nouel esquina Palo Hincado. El trabajo absorbía casi todas las horas del inquieto muchacho que apenas gastaba treinta centavos en la peluquería de Joaquín Medina y que sólo tenía por diversión asistir esporádicamente a ver las películas del teatro Independencia.

            Con especial dulzura, paciente, sencillo, humilde, cronológico,  don Manuel narraba estos aspectos de su vida enmarcándolos en el acontecer nacional que explicaba sus ruinas y bonanzas.  Vivió la ocupación norteamericana de 1916-1924, los gobiernos de Horacio Vásquez, el terrible ciclón de San Zenón,  la oprobiosa dictadura de Trujillo.  A los marines los recordaba pasando a caballo por el frente de Corripio Hermanos; a Vásquez cruzando hacia el Palacio Consistorial y a Trujillo solicitando a Ramón quinientas planchas de zinc, a crédito, para las familias que quedaron sin hogar el tres de septiembre de 1930 cuando el fatídico huracán arrasó la capital.

            “Vino de sorpresa, nadie esperaba que fuera tan fuerte y por eso causó tantos estragos y vinieron tantas desgracias”, expresaba. Ya Ramón y él vivían en la Arzobispo Nouel esquina Pina y al lado tenían el negocio y la panadería Pando que, aunque propiedad de ellos, tenía como encargado a Joaquín Pando.

            Allí compartieron techo, tareas, comida con el profesor Juan Bosch, su contable; Luis Prida, Osvaldo Orsini, el cubano Gerardo Iturraldi y Antonio Lebón, gallego.  Bosch, sobre cuya personalidad conversaba extendidamente don Manuel, ya se revelaba como literato en La Opinión, según sus remembranzas, y tal vez como político, pues le visitaba quien luego sería presidente de Venezuela, Rómulo Betancourt.

            San Zenón separó a los dos hermanos. Don Manuel volvió a España, trabajó agricultura en Arroes y el dieciséis de julio de 1932 casó con Sara Estrada, a quien conocía desde que era niña. Dos años más tarde, el dos de marzo de 1934, nació su primer y único hijo, José Luis (Pepín).

REGRESO A SANTO DOMINGO

            “Como yo me crié en la República Dominicana, todos los amigos, todos los créditos, todos los conocimientos comerciales los tenía aquí”, declaró. Por eso, cuando asomaba en España la Guerra Civil decidió volver definitivamente a Santo Domingo y se quedó para siempre en esta tierra desde octubre de 1936, cuando retornó, esta vez a la Mercedes esquina Sánchez.

            Y con lo poco que le había quedado, dos mil pesos, inició independiente la exitosa carrera empresarial que continuó su hijo, al que consideraba “el bastión  de la familia” y a quien atribuía inteligencia, capacidad, talento para los negocios que, según él, “heredó de su madre”.  Las empresas de don Manuel se multiplicaron pero su presencia estuvo siempre en Manuel Corripio C.porA  a la que acudía a cumplir, pese a su edad, el mismo horario de labores que el empleado de posición más baja.

            En vida, Corripio García recibió infinidad de premios y homenajes por su entrega al trabajo, el desarrollo de relaciones comerciales con la mayor solidaridad hacia sus colegas, el desinterés con que compartía sus ganancias con sus empleados, el apoyo a la educación, la difusión de la cultura o los aportes a las comunidades nacionales más necesitadas.  Asociaciones de comerciantes, organizaciones barriales, universidades, bibliotecas, gobiernos, empresarios, emigrantes, le distinguieron con placas, pergaminos, históricas condecoraciones, develizamiento de cuadros con su foto, doctorados Honoris Causa, designación de salas con su nombre, entre otras distinciones que agradecía con manifiesta humildad.

            Fue galardonado con el Gran Premio a la Excelencia Comercial Juan Pablo Duarte, por la Federación Dominicana de Comerciantes; la Coordinadora de Organizaciones Barriales Don Bosco le entregó un pergamino por sus continuos aportes a las comunidades; la biblioteca de la Universidad Militar Nacional fue designada con su nombre; la Universidad del Caribe  le otorgó el Doctorado Honoris Causa por sus más de ochenta años de trabajo en la República Dominicana, la Universidad APEC le dedicó su XXXV graduación, entre otras distinciones.

            Pero la faceta más reconocida de don Manuel fue su consagración al trabajo, que no abandonó ni aun siendo nonagenario. Decía: “Yo creo en el trabajo, que es el legado que recibí de mis mayores, y que luego, de manera racional, entendí como la esencia de la vida del hombre y el secreto del éxito de cualquier empresa. Me parece también que es muy importante el ahorro. Pienso que los gastos superfluos deben evitarse. El dinero derrochado en la juventud de alguna manera hará falta en la vejez”.

El rey Juan Carlos I, en 1993, lo reconoció con la Orden del Mérito Civil, por sus aportes sociales.  La Orden al Mérito de Duarte Sánchez y Mella le fue otorgada por el presidente Hipólito Mejía. Fue declarado Hijo Adoptivo Meritorio de Santo Domingo y le fueron entregadas las llaves de la Ciudad por el Ayuntamiento del Distrito Nacional.  

DISTINCIONES

Entre los reconocimientos por sus aportes sociales figuran la Orden del Mérito Civil concedido por el rey Juan Carlos I en 1993; en 1998 recibe de la Federación Dominicana de Comerciantes el “Gran premio a la excelencia comercial Juan Pablo Duarte” por una vida dedicada al comercio; la Orden al Mérito Duarte, Sánchez y Mella, en el grado de Oficial, dada por el entonces presidente Hipólito Mejía, e Hijo Adoptivo Meritorio de Santo Domingo y las llaves de la ciudad, otorgado por el Ayuntamiento del Distrito Nacional. Además, la Universidad del Caribe lo invistió con el título de Doctor Honoris Causa en el 2001 y la biblioteca de la Academia Militar Batalla de las Carreras recibe su nombre. En el año 2002 la Universidad Apec le dedicó su XXXV Graduación como un reconocimiento a sus méritos. En el año 2003 la Coordinadora de Organizaciones Barriales Don Bosco le entregó un pergamino de reconocimiento por su preocupación y participación en el desarrollo de las entidades comunitarias y la Federación Dominicana de Comerciantes le entregó un anillo de “Presidente de Honor”.

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