Por lo menos en el primer Siglo de este Tercer Milenio aún en pañales, cuatro serán sus grandes calamidades cruciales: terrorismo, pobreza, deterioro del medio ambiente y corrupción; ordenadas por rango de su capacidad destructiva y nivel de formalidad visible (ahora se habla de transparencia).
Mantener esas preocupantes realidades dentro de un rango de tolerancia compatible con la gobernabilidad, debe constituir el primordial objetivo de los políticos y los partidos aspirantes a la conducción del Estado y en consecuencia, ser la temática forzosa de todo programa de gobierno.
La tragedia nuestra en este primer cuatrienio del siglo, se origina en el absurdo de un propósito continuista incompatible con la cualificación y el desempeño político del gobernante. Que para permanecer tiene forzosamente que desconocer y enfrentarse a la abrumadora expresión de la soberanía popular.
Terrorismo, pobreza, daño al medio ambiente, y en buena medida la corrupción, mutan su carácter de factores exógenos al propósito y la ética de bien gobernar para convertirse en instrumentos endógenos que el propio gobierno fomenta y a la vez utiliza como jugosos recursos. Cuando por obra y efecto del autoritarismo la gobernabilidad se aparta y se hace indiferente a la calidad del desempeño del gobierno, el sistema democrático entra en agonía hasta devenir en dictadura personal o de partido.
El terrorismo, otrora percibido como una vaga amenaza externa, se internaliza como herramienta represiva de los organismos de seguridad comprometidos con el «mantenimiento del orden». Para vigilar y mantener a ralla la disidencia opositora o reprimir la protesta callejera de una pobreza crítica agravada por el meteórico aumento de precio de los alimentos básicos, medicinas, la ausencia de asistencia médica por los organismos de salud pública, la carestía del gas propano y la electricidad, el creciente desempleo y, más aún, por la pérdida del trasiego de la ayuda no visible proveniente de una clase media ahora criticamente empobrecida.
El tema medio ambiente merece especial consideración por cuanto está vinculado a la depredación del patrimonio nacional, al embargo de la soberanía nacional y al creciente proceso de «extranjerización» y desnacionalización en curso.
Agotada internamente la cuantiosa fuente de recursos que requiere este atípico proyecto reeleccionista, la Administración se ha volcado al exterior: engrosando el endeudamiento externo; enajenando áreas sustanciales de nuestro patrimonio turísticamente explotables, e inclusive, exportando recursos de suelo no renovables (tierra negra). En ese propósito enajenador, se inscribe y cobra significado el denodado esfuerzo del Congreso de la República para mutilar los parques nacionales, las áreas protegidas y las reservas ecológicas, todas ellas patrimonio de la Nación cuyo cambio de estatus demandaría una consulta plebiscitaria.
Acentúa y agrava esta tragedia, el hecho innegable por evidente que mientras enajenamos nuestro patrimonio, complementamos ese crimen de lesa patria, con la abominable importación de basura contaminante de nuestro ambiente ecológico, lo cual tiene como real contrapartida la exportación a precio vil de nuestro bienestar presente y futuro. El «rockash», para nosotros, será la imagen semiótica de estas transacciones alienantes cuyo ritmo medirá el avance de lo antinacional. De ahí el sentido de «roque ash roll» que figura en el título de este artículo, como significando «rumba para baile».
En cuanto a la corrupción: es un vicio político que toda forma de populismo potencia. Porque es condición sine qua non del éxito de su estrategia política. Que el encanallamiento suele interpretar como práctica normal exonerable de penalidad delictiva.
La gente dominicana «nataguea» en una gran crisis que es una tragedia que flagela con todo rigor al espectro social de clase media hacia abajo. Hacia arriba, todos pretenden ganar con esa tragedia, sin asumir una momentánea cuota de sacrificio proporcional a su nivel de riqueza y bienestar históricamente acumulados. Que conste que el gobierno y ellos son los temerarios «ganadores» en esta tragedia, a expensas de los más desposeídos.