MANUEL MONTILLA EN SU MAGIA VISUAL

MANUEL MONTILLA EN SU MAGIA VISUAL

Manuel Montilla pertenece a la sólida generación del 70, forjada por una Escuela Nacional de Bellas Artes en la que la enseñanza se recibía con el empuje de profesores y maestros que obligaban al estudiante a investigar y a sacar su mejor formación y duende.
Dibujante ante todo, la línea y la forma geométrica del maestro Montilla es un enjambre de múltiples códigos y señales que hacen fondo silencioso y prudente, ocultado por el pintor para que el vidente de su obra penetre en lo más profundo de la materia pictórica. Si el centro o el primer plano de su cuadro enfoca un cuerpo zoomórfico evocando un manatí, o una cabra en gestación, esa misma masa puede transfigurarse en una mujer opulenta y danzante errante en las fiestas nocturnas de los cañaverales, porque el pie o la pesuña que marca una presencia bestial o humana permite evadirse de todas las periferias de la forma en un ritual en el que el ser humano y el ser animal se confunden en una misma celebración de magia y de vida, que puede ser el espacio antropológico de los ingenios de las ciudades de La Romana y de San Pedro de Macorís. Una armonía celestial nocturna se compone con todos los fetiches y amuletos que salpican internamente la pintura para hacer un equilibrio entre el discurso técnico y el discurso poético.
Manuel Montilla trabaja con acrílico para darle una consistencia de capas a sus obras que generan un efecto de los óleos más clásicos del Renacimiento. La obra pictórica de este artista tiene la precisión, el detalle y la minuciosidad de los alquimistas. Como la Reina del panal, el pintor es un constructor, un armador de un sistema visual en comunicación y movimiento permanente entre el fondo y el primer plano.
Los detalles contenidos en lo más profundo de las capas de pintura son las puntuaciones de la representación central, un collar, un amuleto, una cruz, un higüero, un palo de mando, una cinta perdida, fundidos en la materia le ofrecen a sus masas danzantes y flotantes la ritualidad del carnaval, del Gagá, de la Fiesta de Palos, y de las ofrendas del altar mayor. Esta primera impresión nos confirma una vez más los matices, las alegorías y las convergencias visuales entre el sincretismo visual de la mágico-religiosidad caribeña y el surrealismo occidental. El conjunto de la obra de Montilla se mueve y se expresa en ese límite abierto y fusional. Este artista pertenece a un grupo de la generación del 70 que emigró a Europa, con una madurez visual muy confirmada. Montilla se fue con su trópico y regresó varias veces a la isla con sus colores y sus luces, enriquecido de sus nuevas vivencias visuales en Madrid, donde llegó y ha vivido por unos 30 años, adquiriendo un gran dominio de su técnica y de sus investigaciones en la Academia de San Fernando. Allí practicó, experimentó y encontró toda la ciencia de su tratamiento, de la base de su obra y el lenguaje de sus contrastes y luces.
La exposición de un cuadro de Montilla tiene que manejarse con el discurso de la luz natural. De ese contacto se expresa su lenguaje visual que parte de la sombra y se aclara paulatinamente hasta encontrar el sol. Un fondo verde, azul o rojo movido en diferentes cambios de luz puede evidenciar un símbolo y un código mantenido secreto en la oscuridad.
Estamos frente a una situación visual bastante perturbadora, que nos pone a pensar en la noche muy cerrada que contiene en la oscuridad los elementos vivenciales del día. Así funciona la obra de Montilla, invita a sacar de lo oscuro todos los detalles del cuadro evolucionando y evidenciándose a través del movimiento del sol. Montilla plantea en su ejecutoria plástica la interpretación de la imagen con un lenguaje figurado en la realidad, y lo interpretado logrado por la libertad del imaginario cuando la visión se hace semántica discursiva de lo que se ve y de lo que se siente, porque ver es también sentir y pensar, porque el color causa un efecto, una dinámica y una energía, y es ahí donde se comunican los dos imaginarios, el del artista y el del público, desatando un trasfondo de lecturas posibles y múltiples de una misma obra, provocando asombros, curiosidades y referentes compartidos o individuales.
La obra de Montilla, se fecundó y se fortaleció en la partida de su país de origen hacia nuevos horizontes, nuevas luces y sombras. Si en España desarrolló nuevas investigaciones pictóricas, con una seria práctica y trabajo continuo desde el taller, no es menos cierto que llevó de su tierra tropical a través del recuerdo, del sueño, de la nostalgia y de la separación toda la esencia poética de su trópico escondido en el fondo de sus telas.
La factura de este pintor postmoderno es surrealista, pero con una intensa expresión de la trascendencia de la realidad sobre el sentimiento y las emociones.

Esta obra pictórica nos lleva a pensar en tantos conceptos que se manejan en una simbiosis de lenguajes, que a su vez se filtran sin límites de definiciones. Frente a la obra de este gran artista, nos sentimos invitados a analizar su discurso con la sabiduría literaria de una obra de Alejo Carpentier, donde por encima de la realidad humana e histórica del Caribe, el escritor nos ofrece todas sus virtudes imaginarias en el arte de escribir para llevarnos a salir de la realidad y penetrar la visión barroca, sincrética y maravillosa de su mundo y, a través de este, engendrar el nuestro….Es como salir de la realidad social e histórica para entrar en el desenlace de la belleza, de la estética que hace arte, es decir, del duende compartido. Es ahí donde entramos en lo más profundo de su musa surrealista, así como en Magritte y en “su manzana”, que ya no era la manzana ofrecida al espacio real de su vista, como tampoco la pipa.

Las obras de Montilla, cuyos títulos nos evocan espacios culturales dominicanos, transforman esa realidad social en alegorías de códigos y símbolos, pero también señales que se convierten en formas, colores, líneas y masas que nos inducen a reencontrar el origen en la realidad o en el sueño.
La exposición antológica que presentará en la Galería del Palacio Nacional de Bellas Artes, abriendo en el mes de agosto, es una invitación única para volver a la fuerza alegórica y semántica de los maestros de la generación de los años 70, donde él ocupa un espacio excepcional.

Esta exhibición confirma toda una carrera de arte, investigación y trabajo, y ofrece al público y a los coleccionistas pensar el entorno existencial con el duende de un imaginario envuelto en la libertad de lecturas visuales que ofrece el juego de la mirada mágica y surrealista, una mirada suelta y libre, como un canto poético al universo.

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