Manuel Rueda en un libro de testimonios

Manuel Rueda en un libro de testimonios

Ante el entusiasmo que ha suscitado este año la dedicatoria de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo a la memoria del eximio artista y escritor Manuel Rueda (1921-1999), la Fundación Corripio ha tenido la iniciativa de reunir en un libro los testimonios de sus amigos más entrañables, artistas y escritores que lo conocieron y lo trataron, así como personalidades del ámbito cultural que lo siguieron con avidez durante dos décadas en sus editoriales de «Isla Abierta» del periódico «Hoy», una revista que bien puede considerarse como el mejor suplemento cultural del último cuarto del siglo veinte, que él dirigió con amor y entrega desde su creación hasta el final de sus días. El homenaje que se le tributa tardó años en llegar, pero debemos celebrarlo como un acto de justicia y un verdadero acontecimiento cultural.

Rueda es un creador inconmensurable de las artes y las letras de nuestro país, quien influyó de manera decisiva con su palabra, su pensamiento y su obra en la cultura dominicana de la segunda mitad del siglo veinte. Más aun, que la marcó con un sello indeleble en su búsqueda interminable de una definición de la dominicanidad. Porque si algo hay que caracteriza su tránsito en este espacio insular fue su ingente esfuerzo por trazar un perfil de lo que somos como pueblo, desde aquellos elocuentes versos que consagró a la figura del «rayano» en sus dolientes «Cantos de la frontera», hasta la recreación de toda una mitología popular en «Las metamorfosis de Makandal»; y su tenaz rastreo de las raíces de nuestra heterogénea y compleja identidad cultural.

Decir en este limitado espacio lo que significó Rueda para la cultura dominicana contemporánea es una tarea inalcanzable. Fue tanto lo que hizo y tantos los campos en los que brilló con luz propia en el firmamento insular, que siempre se corre el riesgo de reducir su contribución a una mera cronología de hechos y fechas como pianista, maestro de generaciones y orientador de vocaciones, insigne poeta que transformó las letras nacionales con su obra y sus ideas, dramaturgo innovador, folclorista amante de todas las manifestaciones orales del pueblo, narrador avezado, crítico incisivo, periodista de altos quilates y activo gestor cultural. Creo que en vida no lo supimos valorar en su justa dimensión, y ahora solo nos queda el consuelo de leer su obra y estudiar su legado.

En el libro de testimonios de la Fundación Corripio, publicado en tan feliz ocasión y que constituye un documento para visualizar su trayectoria y sus aportes, convergen las voces de muchos amigos, colegas, relacionados, admiradores, lectores y oyentes de Manuel Rueda. Están los músicos que testimonian su admiración por las apasionadas y seductoras interpretaciones del inigualable artista del teclado; los escritores que aprendieron con él los secretos de la escritura; los lectores que lo seguían con fervor en las páginas de sus libros y escritos; los amigos que lo quisieron sin reservas, más allá de sus luces y sombras, porque sabían que era fiel en los afectos, un hombre bueno, un intelectual honesto, un pensador brillante, un ser humano, en fin, del que aguardamos un estudio profundo sobre su vida y su obra.

Si en ese libro no están todos los testimonios posibles, puedo asegurar que se hallan los indispensables, y que las múltiples miradas allí reunidas forman una verdadera constelación de opiniones que cada cual ha escrito con el corazón, así lo han hecho sus amigos más queridos, a partir de recuerdos imborrables; o con el cerebro, en el caso de opiniones literarias en las que se amalgaman el juicio y la admiración por el inmenso artífice de la palabra que fue y al que debemos regresar siempre en busca de las ideas perdurables, la belleza del idioma cincelado palabra a palabra, y el temblor del sentimiento más genuino.

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