Manzanas de oro

Manzanas de oro

PEDRO GIL ITURBIDES
Nunca he comido manzanas de oro. Ni siquiera en la niñez, época en la que se engulle cuanto sea comestible, supe a qué sabía esta fruta. En ocasiones, cuando contemplaba a quienes las consumían, me preguntaba cómo se encontraba deleite en una fruta cuya semilla parecía un erizo. A lo largo de mi existencia, por encima de tal cuestionamiento, conocí una legión de adictos a la manzana de oro. Y ahora, sin más allá ni más acá, me entero que la exportación de esta fruta puede generarnos monedas fuertes.

La manzana de oro es planta introducida, y probablemente los conquistadores la trajeron del Asia del sudeste, al darle la vuelta al mundo. Pero en el país se reproduce esta planta como si fuera criolla. Es más, parece tener más fortuna que cultivos locales como el mamey o el mamón, que parecen extinguirse sin que hagamos nada por ellas. Pero ahora a la manzana de oro le han encontrado el futuro que le conocían nuestros abuelos, aunque las nuevas generaciones no les hicimos caso. Tuvo la conseja externa que decirnos que de esta fruta salen magníficos jugos, jaleas y dulces, como para sembrarla como cultivo comercial.

Encontrarle mercado a esta fruta entronca con una tesis que hemos propuesto por años. El país, hemos dicho de manera diversa, tiene que escudriñar, cuando no crear, los gustos foráneos. Las regiones tropicales y subtropicales poseen una inexplorada riqueza vegetal. Le dimos la espalda, sin embargo, desde los días en que, por recomendaciones extrañas, nos inclinamos por un crecimiento impulsado por la sustitución de importaciones.

Esta forma de producción satisfizo durante algunos años el anhelo de crear riquezas y puestos de trabajo.

El modelo de la sustitución de importaciones constituyó una respuesta de mucha finitud a las colectivas aspiraciones de lograr desarrollo. Tuvieron que venir de fuera, por nueva vez, para decirnos que ese modelo era obsoleto. Lo supimos con brega, casi a regañadientes, y lo hemos entendido a plenitud con la amenaza de apertura del mercado local. Por eso me he preguntado, por años, qué habría ocurrido de continuar una tendencia surgida en los años del decenio de 1930, que estimuló la creación de empresas de transformación de bienes primarios.

Como resultado, se instalaron industrias de producción de aceites vegetales, refrescos carbonatados a partir de frutas locales, cementos, chocolate y otras. Con la natural evolución del modelo, sostenemos ahora, que se impone retornar a la transformación de bienes primarios de consumo. Y por supuesto, a la producción de estos bienes, con una definida política de orientación a los sectores tradicionalmente vinculados a la agricultura.

De ahí mi satisfacción al conocer el interés por la manzana de oro en el exterior. Pienso, no obstante, que existen otras frutas, tubérculos, vegetales hortícolas que podemos producir con el criterio de la gallina.

Como bien sostiene el viejo proverbio, ésta no se llena el buche de un bocado.

Acumula grano a grano hasta que alcanza la satisfacción del instinto de supervivencia. De igual manera el país, cabalmente orientado -repito el término- puede destinar esfuerzos a artículos destinados a su venta en el exterior como productos frescos, en conserva, o de otro modo procesados.

Debíamos avergonzarnos porque frutas que el viejo mundo conoció en las Antillas, son producidas en la India con mayor profusión que entre nosotros.

En quioscos de venta de frutas en cualquier ciudad de esa inmensa nación pueden verse pirámides de semillas de cajuiles. Y éstos son procesados como fruta en conserva y dulces. Y en cambio nosotros. ¡somos nosotros!

En alguna ocasión les he contado que Ramán Patel pensó instalar una planta para procesar tajadas de mangos verdes como encurtidos. Los hindúes consumen esta fruta de muy diversas maneras, incluyendo, por supuesto, madura. Pero ellos, que son vegetarianos en mayoría, sobre todo los que además siguen la religión de su gentilicio, gustan del mango verde como encurtido. Lo llevan desde su lejana tierra a la diáspora hindú de los Estados Unidos de Norteamérica.

Patel supuso que preparándolo en la República Dominicana saldría menos costoso. Sin embargo, tras realizar un estudio sobre producción, costos de acopio y otros detalles, prefirió seguir pagando el flete del largo viaje.

Al pensar en acudir con manzanas de oro a los mercados externos hemos de considerar estas pequeñeces que, empero, entorpecen nuestra capacidad para colocarnos ventajosamente en el exterior.

Ojalá que las manzanas de oro nos ayuden a abrir los ojos.

Porque en cercano futuro necesitaremos tener los cuatro ojos bien abiertos.

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