Maquiavelismo y democracia

Maquiavelismo y democracia

JULIO CESAR CASTAÑOS GUZMÁN
La Democracia constituye hoy un valor universal indiscutible por todo lo que ella implica de tolerancia, consenso y respeto por el hombre.

Además de que es una verdad bastante admitida que el gobierno de las mayorías si bien no es infalible al menos parece ser más confiable que la oligarquía; todavía más conveniente, que la soberanía de ciertas  categorías sociales, que a través de leyes de hierro han gobernado tiránicamente con partidos únicos.

La separación de los poderes, o la panacea de Montesquieu, de que “el poder lo controla el poder” aparece también hoy, como un fundamento para la vida institucional y la organización del Estado. La sustancia ideal del más puro gobierno de los unicornios inofensivos.

Sin embargo, ingenuamente podríamos concluir que todo está resuelto y que simplemente debemos esperar la cosecha de todo el bienestar que nos deparará la democracia, hoy potenciada con el neoliberalismo, y todo el credo de salvación manifiesto en los tratados de libre comercio.

Este problema es mucho más complejo que el derecho a importar desde un elefante a un alfiler, o comerse  unos mejillones de Nueva Zelanda con casabe.

Nicolás Maquiavelo en pleno Renacimiento y partiendo de una concepción bastante cruda de la naturaleza humana, escribió su opúsculo “El Príncipe”, dedicado a Lorenzo de Médicis  e inspirado en la figura de César Borgia.

Maquiavelo procuraba con sus recomendaciones, que  se erigiera en Italia el gobierno de un Príncipe eficiente que la reunificara, para que unida reviviera días de gloria, constituyendo un Estado nacional fuerte.

Ciertamente que Maquiavelo abrió, para los que estudian la actividad política, un espacio importante al considerar el oficio de gobernar en una dimensión más consecuente con la realidad, haciendo la diferenciación entre el deber ser (la moral) y los hechos políticos tal y como son.

Lo que no imaginó Maquiavelo es que sus desenfadadas recomendaciones para asegurarse el éxito en obtener y mantener  los principados, formuladas en un  ambiente despótico y autoritario, serían de tanta “utilidad” para los actores políticos que hoy se desempeñan en regímenes democráticos.

El maquiavelismo, festivamente maquillado por los retoques cosméticos de la denominada “Razón de Estado”, justificada y secularmente bendecida por la necesidad de retener el poder en la Realpolitik, asiste a los príncipes contemporáneos que auxiliados por las estadísticas, las encuestas de popularidad y sonrisas de cartón, reinan hoy.

Maquiavelo utilizó el mito de Aquiles y el centauro Quirón para sugerir las condiciones del Príncipe.  Se cuenta que Aquiles tuvo como preceptor a Quirón, medio caballo, medio hombre para instruirlo en las artes de la música y la guerra. Los antiguos querían significar con esto que el Príncipe debe actuar como animal y como hombre.

En tanto hombre con las leyes, en tanto animal con la combinación de la fuerza de un león y la astucia de un zorro.

Con los pies en la tierra y atento al mundo cambiante de las circunstancias, alguien ha dicho para describir los matices de los acontecimientos que: “Si una serpiente me sale al paso en mi camino, me apresuraré a matarla con el primer palo que encuentre; pero, si encuentro a  la serpiente en la cama en que duermen mis hijos, he de tomar mayores precauciones para que no los muerda, y mayores aún, si la culebra se haya en el lecho de los hijos de mi vecino…“.

Como terreno de engaños y trapisondas está la política llena de discursos falaces y porfías que asemejan a cantos de sirenas, que le hacen perder el rumbo a los navegantes; también a los gobernantes.

En la política (el arte de lo posible) es vital establecer constantemente la diferencia entre lo posible y lo probable. El intersticio delicado y tenue entre lo imposible y el ideal alcanzable; o lo que es quimérico en el presente, pero de realización futura. En la realidad vemos  cómo  muchas  promesas  electorales que  son objetivamente falsas precisan ser dichas, porque  la clientela política de un candidato requiere oírlas, ya que se avienen con el perfil que le han dicho sus asesores de campaña que él tiene.

Don Quijote, previniendo a Sancho Panza de la debilidad humana que es asaeteada constantemente por los flechazos de distintos  sagitarios, lo aconseja para que  gobierne correctamente en la Ínsula Barataria, y le dice: “Si alguna mujer hermosa viniere a pedir justicia, quita los ojos de sus lágrimas y tus oídos de sus gemidos, y considera despacio la sustancia de lo que te pide, si no quieres que se anegue tu razón en su llanto y tu bondad en sus suspiros”.

Para el maquiavelismo los hombres son la arcilla del poder, porque dentro de este esquema la reivindicación del propio hombre no es lo esencial. Lo más importante y la finalidad, es un gobierno fuerte, un Príncipe eficaz que se imponga a todos sus enemigos.

El gran humanista Maritain escribe al respecto esta advertencia: “¡Qué tentación el maquiavelismo para todos los  que se han lanzado a la política, aún a  la democrática!”.

El Estado democrático moderno aparece hoy estremecido por la lucha de sus Príncipes, perfectos ejemplares sacados de una estampa del Renacimiento, discípulos acabados de Maquiavelo. Enquistados en los mismos poderes del Estado que elaboró Montesquieu.

Ante los medios sugeridos por la subyugante “Razón de Estado”  y  las  travesuras de los nuevos  centauros demagógicos que implacables arrojan sus dardos a los unicornios indefensos, quiera Dios que un día no se haga preciso resucitar al mismo César Borgia, y que los acaudille; o a Hércules, para que los extermine.

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