Así tituló su primera plana de ayer el vespertino El Nacional, en un esfuerzo por describir el aluvión de preguntas e interrogantes, de conjeturas y especulaciones, que ha provocado la cancelación de los visados del doctor Roberto Rosario, presidente de la JCE, por parte del Departamento de Estado de los Estados Unidos. La forma en que se produjo esa cancelación ha contribuido a desatar la rumorología a niveles pocas veces vistos, pues al parecer no tiene precedentes el hecho de que dos funcionarios de la embajada norteamericana en el país se trasladen hasta una institución pública para declarar a su titular persona no grata en sus territorios, porque eso es exactamente lo que acaba de ocurrir; el resto es diplomacia. ¿Qué movió al arrogante imperio a olvidar las buenas maneras y desconsiderar a un funcionario público bajo su propio techo en su propio país? ¿Para descalificarlo como eventual presidente de la JCE y evitar que siga siendo ley, batuta y Constitución en ese organismo colegiado? ¿Por negarse a entregarle documentos de dominicanos a hijos de haitianos nacidos aquí afectados por la polémica sentencia 168-13? ¿Por el desplante de negarse a recibirlo en su condición de Procónsul con derecho a fisgonear en nuestros procesos electorales? Esas son las versiones más socorridas, pero de ninguna manera las únicas. Pero así como han sido abundantes las conjeturas sobre las posibles razones detrás de la cancelación de las visas al presidente de la JCE lo han sido también las reacciones, matizadas por los intereses de cada quien y, desde luego, por la omnipresente política, donde siempre hay más de un vivo dispuesto a pescar en río revuelto. Y un buen ejemplo a la mano son los diputados y senadores peledeístas que quieren convertir el “ultraje” al doctor Rosario en el mejor pretexto para colarlo en la presidencia del organismo electoral, dizque para darle “una galleta sin mano” al arrogante y abusador imperio el norte. ¡Qué sabichosos!