Temprano el lunes, sentí un fuerte arañazo en el alma, leyendo el reporte de Ángela Peña sobre la muerte por ansiedad de Tomasa de la Cruz, una criolla de fin del siglo 18, cuando el embrión de identidad nacional que germinaba con fuerza en su alma, le fue muerto por una patada traicionera, que le diera el gobierno español, al entregar nuestro territorio al dominio francés. Una pérdida, un aborto, del cual todavía la patria dominicana no se repone. Aunque abundan por miles las pruebas de esta afirmación, la propia Ángela Peña nos reporta que en memoria de Tomasa de la Cruz tan solo hay el nombre de una callejuela en Los Minas, pero al nombre de Martha Cruz, vaya usted a saber… ¡Qué fracaso aquel, cuando la Patria intentaba por primera vez nacer y tener un nombre y una identidad! El tratado de Basilea decretaba la no viabilidad del feto nacionalista. Ahora teníamos que ser preñados por otros cromosomas culturales, los de los franceses.
Después las potencias, todas, y toda su piratería entendieron que tenían derecho a aventurarse hacia nuestro territorio, y los haitianos tampoco perdieron tiempo, y nos cantaron otros 20 años de oprobio, sin ser ellos necesariamente los peores.
Demasiados han intentado fornicar con la joven Patria, incluso sus propios hijos… se han comportado perversamente.
Lo de saber quiénes somos los herederos, los descendientes, es asunto in fieri, está pendiente. Aún aparecen los que detractan a los patricios, los menosprecian, y sobre todo, que no entienden el Proyecto. Ni siquiera el concepto de identidad mismo, mucho menos las complejidades de nuestra identidad nacional. También persiste poca claridad respecto del concepto de “identificación”. Identidad es una estructura subjetiva compleja, compartida, respecto a quienes somos y hacia dónde nos movemos. Identificación, a lo sumo es una actitud del individuo o la comunidad según la cual se siente empatía y se apoya a otros, su accionar, su pensamiento, sus intereses. También se utiliza el término identificación como un proceso o procedimiento de control social, formal o informal, mediante el cual se establecen los rasgos objetivos que permiten diferenciar a las personas, individual o colectivamente.
Hemos insistido anteriormente en que lo único que nos uniría es un Proyecto (¡hacia futuro!), especialmente tratándose de un pueblo y nación con un pasado tan complejo y por momentos tan oprobioso que hace difícil que uno se identifique o siquiera desee recordarlo como cosa propia; pero que también están en el día a día, en los dirigentes, pero igualmente en las gentes, en los que dirigen y en los que van detrás… o abajo.
Me ha motivado lo de los jesuitas apoyando la Marcha Verde, con mea culpa incluida, por pecados propios y ajenos. Entre otras razones más importantes, tal vez, porque me recuerdan las procesiones en tiempo de grandes sequías, huracanes y terremotos, donde todos pedíamos perdón en plena calle (aún los niños).
Marchemos, pues, hasta que encontremos, no solo a farsantes e impostores. Marchemos con firmeza, hasta encontrarnos nosotros mismos.