Marchas y procesiones; iniquidades y corrupciones

Marchas y procesiones; iniquidades y corrupciones

Rafael Acevedo

¡Bravo! ¡Excelente!, ya era hora. Al fin tendremos una marcha-protesta contra la corrupción; aunque parece, eso sí, que se rechaza tan solo algunas especies de corrupción. Cuya lista es larga, pero, por fin, nos sumaremos a las acciones anti corrupción que han iniciado otros países. A nosotros se nos ha hecho inveteradamente difícil saber contra cuáles corrupciones enfilarnos. O simplemente ponernos de acuerdo. Eso sí, debemos aprovechar esta oleada mundial y regional para cercar el toro de la corrupción y decapitarlo de una vez por todas.
Por cierto, que varias formas de corrupción son muy personales y se esconden en las mascaradas del libre albedrío y la moda. Como ciudadanos estamos en el deber de exigir del gobierno y todo el sistema institucional que se respeten las leyes y los dineros de nuestros impuestos. También podría ser este el momento para examinar nuestras conductas individuales y colectivas (privadas) no necesariamente normadas por leyes, a fin de ver en qué medida nuestros comportamientos de paisanos están comprometidos con la debacle moral e institucional que vive nuestra nación, y que parece que, finalmente, nos empieza a asfixiar. Porque todo comienza con pequeños deslices, pecadillos, “peccata minuta”. Procuramos (¿inevitablemente?) favores que nos comprometen, cargos para los que no estamos capacitados. Y aún antes: El muchacho no quiso estudiar y se declaró vago, bohemio o político. O “estudió” algo fácil, en lo que solo se necesita labia, capacidad de adular y mentir (periodística y radiofónicamente). Cualquier camino inicuo, por simple e inocente, suele llevar a la corrupción sistémica.
La corrupción, como también las marchas y las protestas deberían ser analizadas, por ejemplo, desde puntos de vista ético, estético, o espiritual. Por caso, la corrupción a que hemos llegado abarca los tres, porque es inmoral, ilegal y desgarbada: horrenda, en una palabra. También, gustativa y peristálticamente hablando, produce vahídos y emanaciones gástricas. No necesariamente a todos, porque también es una cuestión de familia, costumbres, creencias y demás. Tenemos individuos que han llegado a pensar que el ser humano solo vale porque compre en sus negocios, o porque paga los impuestos del peculado; o que fornicar, por vanguardia o retaguardia da lo mismo. La corrupción también es asunto geopolítico: Unos acumulan dineros públicos malversados para el noble propósito de defendernos del imperialismo; otros, para desarrollar una clase empresarial fuerte que pueda competir con los países globalizados, aunque los obreros tengan que aportar parte de sus exiguos salarios. Habrá obligadamente que referirse a nuestra condición de “alegres tropicales”, especializados en diversión y turismo, en paraísos gay y “pedo fílico” (¿?). Pero, fuera de toda discusión, merezcámoslo o no, necesitamos una nación más decente y administradores públicos más honrados y eficientes. Lamentablemente, no todos piensan que esa alternativa exista en sectores opositores con vocación de poder. Acaso no estaría demás, que conjunta u oportunamente, respecto de la marcha de este domingo 22, organicemos, como antaño, apoteósicas procesiones; para que la Providencia celestial se apiade de nuestras iniquidades y nos ayude a ser mejores gentes, y tener gobiernos buenos, bien merecidos.

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