Marcio Veloz Maggiolo y ese ‘yo’ dominicano en “Los Angeles de Hueso”

Marcio Veloz Maggiolo y ese ‘yo’ dominicano en “Los Angeles de Hueso”

He dicho en otros artículos que el dominicano enmascara su propio yo y lo envuelve en un nosotros que parece un sujeto antimoderno, precartesiano; anterior al romanticismo. Pero no es ese el yo que me permite pensar la obra de Marcio Veloz Maggiolo, “Los ángeles de huesos” (1968). El “yo” del dominicano es también otro yo. Es aquel producto de las dictaduras, de autoritarismo, de largos siglos de coloniaje, de muchas épocas de vasallaje. Mientras el “yo dominicano” se disfraza, surge con fuerza el “Yo soy Pedro Santana”; se desborda El yo de Báez, el yo soy cacique de Lilís; el yo soy Trujillo, el jefe, el padre la patria, el primer maestro… El yo de nuestra tradición autoritaria, como tantas veces la ha retirado Andrés L. Mateo, nos lleva, sin lugar a duda, al “yo” desestabilizado del dominicano.
Políticos, médicos y psiquiatras, como Juan Bosch, (“Trujillo causas de una tiranía sin ejemplo” (1959) , Juan Isidro Jimenes Grullón (Juan Bosch, Joaquín Balaguer al desnudo, 1999), Antonio Zaglul (Mis quinientos locos, 1966, “Apuntes”, 1974) José Miguel Gómez, Trujillo visto por un psiquiatra, 2003 ); Fernando Sánchez Martínez (Psicología del pueblo dominicano, 1997) han realizado esfuerzos intelectuales por definir ‘ese yo dominicano’ de manera particular en los políticos, en los gobernantes, en la gente común; como lo han narrado Moscoso Puello (Cartas a Evelina,1941 ), José M. Sanz Lajara en el cuento “Hormiguitas”, El candado, 1959) y Julio González Herrera en “Trementina Clerén y Bongó”, 1943)…
En 1968, el joven escritor Veloz Maggiolo, que ya había tenido importantes reconocimientos con la publicación de “El buen ladrón” en 1960, publica su segunda novela “Los ángeles de hueso”. Es un texto que inicia la nueva novela dominicana, que va más allá de sacarse de encima los temas y espacios de la tradición novelística inaugurada por Angulo Guridi y Pedro Bonó, con La fantasma de Higüey y El montero. Una nueva manera de escribir la novela que sólo tiene precedente en el Nouveau roman francés. Es una novela antiburguesa que instala una nueva forma de lectura. En ella el lector es el actor de la refiguración de las acciones humanas. Ella quiere negar la poética de la novela moderna, quiere ser vanguardista, irreverente con la tradición de la novela que la sociedad había privilegiado.
La teoría novelística de Marcio Veloz es que una novela se está haciendo constantemente en la escritura, en el texto. Como se puede ver en estas líneas: “quisiera escribir la carcajada misteriosa que en este momento rueda sobre el papel y que ha saltado desde mis labios como un campo enloquecido” (113) No es una novela sino una protonovela, como “Materia prima” (1988) o como “Uña y carne” (1999). Dice el narrador al inicio de “Los ángeles de hueso”: “podría comenzar una novela narrando un suceso cualquiera. Un suceso cualquiera es lo que se necesita para que la vida tome giros nuevos… mi novela puede comenzar narrando un suceso corriente…” (112).
La rebelión de los jóvenes del movimiento político Catorce de Junio y la masacre que realizan las fuerzas del orden contra sus miembros es lo que desata una narración interior a través del yo de un hermano de Juan, quien participa en los eventos y es asesinado. La exploración de ese yo interior, de la locura, del delirio de persecución es el eje central de una novela donde las acciones no ocurren, sino que se refieren, por lo que no existe en esa un “showing” sino un “telling” continuo, un fluir narrativo desde adentro; desde una sola voz, como una especie de monólogo mediante el cual se expresa el “yo” de la dominicanidad: el yo que rechaza el autoritarismo.
Un buen ejemplo de la suplantación del yo que da origen o continuidad a este otro yo es el texto siguiente: “La dictadura. La voz de la dictadura. La voz de Trujillo convertida en voz de nuestros padres. La voz de la noche convertida en Trujillo. La voz de los petardos convertida en la de los miedosos. Voces y voces, bang, bang, bang, bang. Nochebuena” (190). Es un yo temeroso: “yo me he arrinconado, le tengo tanto miedo a la gente, a los actores, a los animales, que no puedo salir de mi casa sin hacer un esfuerzo… además hay policías, y niñas estropeadas por los tiburones” (128).

La novela se origina en dos muertes, la de Farina, una mujer que llega (a la capital) desde un campo de Higüey, la historia muestra el drama de la vida de opresión que vive la mujer; el marido que le acosa por su falta de fertilidad. La Farina se suicida al lanzarse al mar. Un mar poblado de tiburones. Todo el espacio-tiempo es trabajado en una narración de inconexiones, de representaciones surrealistas, con un gran nivel de expresión estética literaria, de una poeticidad que se construye con el ritmo de la lengua. En ella se encuentran las distintas referencias al mundo vivido en Santo Domingo luego de la dictadura.

La otra historia que permite una cierta trama en la novela es la de Juan, el hermano del narrador homodiegético que presenta el desbordamiento de la subjetividad, del yo enfermo de la dominicanidad, del yo mutilado, herido y usurpado por la tradición autoritaria.

La otra historia que tiene como eje la muerte del guerrillero inicia “Cuando Juan mi hermano se fue a las montañas, a pelear contra el gobierno, [y] el viento lo traicionó. El viento vestía uniforme verde olivo igual que él. Cuando lo trajeron tenía el pecho reventado…” (117). Más adelante, luego de una bella y alucinada narración interior el narrador interno de la obra inserta estas frases que son la continuación del sentido: “los pinares traicionaron a mi hermano, no supieron decirle que las tropas del gobierno le fusilarían” (119).

El yo juega entre la expresividad, el sueño, la vigilia, la locura y la invención. Como la que realiza con sus propios monstruos interiores. Pero no para afirmarse él, sino en el hermano. Su narración concuerda con la otredad entre libertad y opresión, entre lo nuevo y lo viejo que caracterizan las ideas de la época…

En un tiempo de vigilia, sin poder dormir, sus monstruos interiores brotaron de su cuerpo hacia las habitaciones de la casa, luego salieron a la calle, estos monstruos hacían lo que hacía el Otro, pero estaban dentro de él: “Iban calle abajo, calle abajo cometiendo tropelías” (134). Los monstruos también disparaban contra los ciudadanos indefensos y algunos gritaban contra el gobierno.

La relación entre locura y poder surge con claridad. Una relación del poder que afecta y desestabiliza el yo, la construcción del yo como un yo libre. Sin embargo, el relato se convierte en la cura del yo, que busca en la lengua su propia existencia: “mamá se molestaba cuando Juan le decía que había que salvar el honor del país. Los golpes militares convierten en loco a cualquiera, sí, Juan estaba dispuesto a todo.” (139). Le propusieron que también fuera a las lomas, pero él responde: “Yo no soy hombre de lomas, Juan”. “Yo en una loma no soy nadie” …

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