Marfa, un oasis cultural en pleno desierto de Texas

Marfa, un oasis cultural en pleno desierto de Texas

MARFA, Estados Unidos. AFP. Marfa, un trozo de tierra árida a una hora de la frontera con México, parece escondido de la vista del mundo, pero miles de visitantes acuden a este oasis cultural enclavado en el desierto de Texas.

La magia de Marfa, un poblado de 1.900 habitantes, puede hacer que sus visitantes olviden sus edificios a veces decadentes, sus casas modestas y sus adormiladas calles, cuyas tiendas se mantienen cerradas la mitad de la semana.

No hay ni una farmacia ni un supermercado, pero sí una librería especializada, fundaciones de arte o la literatura, galerías, un teatro, una estación de radio, dos festivales de cine y tesoros del art decó.

Cada fin de semana, se llena de visitantes. «Es como la marea», bromea Valerie Arber, una artista plástica que vive allí desde hace 16 años.

Además de los turistas que se acercan desde el vecino parque nacional Big Bend, es posible cruzarse allí con el director de la Tate Gallery, la actriz Sissy Spacek, la estrella del pop Beyoncé o grupos como el de pop indie The XX.

En torno de la pequeña ciudad gira una nebulosa de artistas que se instalan por unos días, unos meses o indefinidamente.

«Marfa es una utopía contemporánea, un lugar de reflexión y de arte en un paisaje de una belleza salvaje», dice Fabien Giraud, un artista francés que participa en el programa de investigación Fieldwork Marfa.

La localidad subsistió en otro tiempo entre vías del tren, ranchos y una base militar, que fue cerrada tras la Segunda Guerra Mundial, cuando la sequía diezmó su ganado. Ni el impulso que le dio la industria hollywoodense al rodar allí en 1955 «Giant», con Elizabeth Taylor y James Dean, pudo detener su declive.

Hasta la llegada providencial, en 1972, de Donald Judd, uno de los grandes artistas estadounidenses del siglo XX.

Cansado de ritmo frenético de Nueva York, amante del desierto y en la búsqueda de espacios para sus esculturas gigantes, compró muchos de los antiguos edificios militares y comerciales.

Judd instaló en Marfa a su familia y su taller y, con el apoyo inicial de la Fundación artística Dia, creó la Fundación Chinati, dedicada a la exposición permanente de algunas de sus obras monumentales y las de artistas cercanos a él, como Dan Flavin o John Chamberlain.

– Tiendas de diseño, hoteles modernos. Desde la muerte de Judd en 1994, la colección ha crecido, convirtiéndose en una verdadera Meca del arte contemporáneo. «Judd estaba seguro de la calidad de su obra, sabía que la gente vendría», asegura el director asociado de Chinati, Rob Weiner.

Otros también contribuyen a la promoción de Marfa.

La fundación cultural Lannan patrocina residencias de escritores. En 2003 se creó el centro de arte, música y cine Ballroom Marfa, que entre otras iniciativas, patrocinó la famosa instalación Prada Marfa, una falsa tienda de la firma de moda italiana levantada en medio del campo.

«Nos gustó la idea de una nueva frontera», cuenta Fairfax Dorn, cofundadora de Ballroom Marfa.

El abogado y mecenas Tim Crowley, por su parte, le dio al pueblo un teatro, una biblioteca y un gran toldo bajo el cual un camión-cantina reúne a la pequeña comunidad alrededor de grandes mesas.

«En Londres nunca podríamos ver al director de la Tate. Aquí comemos tacos con él», bromea Crowley.

Pero el filántropo señala, no obstante, que el público es extremadamente exigente: «Cuando haces una exposición mala aquí, la gente no hace cumplidos. Dice: ‘Era horrorosa'».

De los cerca de 18.000 visitantes anuales y entre los residentes de Marfa, predominantemente hispanos, no a todos les interesa el arte.

«Hay quienes hablan de la fundación ‘Chianti'», ironiza Valerie Arber.

«Yo vine a muchas inauguraciones de exposiciones de Chinati porque la cerveza era gratis», admite Ricky Negro, «cowboy» profesional, a quien le parecen «muy bien» los nuevos habitantes y agradece su contribución económica.

En los últimos años, Marfa se ha aburguesado: club de gimnasia y yoga, restaurantes gourmet, tiendas de diseño, hoteles modernos.

Pero para Rainer Judd, hija de Donald, que pasó su infancia allí, Marfa mantiene su espíritu. «Siempre hay las mismas camionetas, las mismas personas en la oficina de correos o el banco…».

¿Qué pensaría su padre? «Le hubiera gustado lo que hacen Ballroom y los demás, y que podamos por fin conseguir una buena comida en el restaurante».

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