Margarita, está linda la noche…

Margarita, está linda la noche…

De acuerdo con la concepción socrática, la debida organización de la sociedad sería aquella en que la  función y la situación social de cada individuo, estadista, soldado, o productor, es determinada por la naturaleza de la obra que sus aptitudes, entendimiento y carácter le permiten realizar. Sócrates (470-400 a C.) filósofo y educador se adelanta a su  tiempo cuando propone  admitir a las mujeres en las mismas condiciones de aptitud que  los hombres, en los empleos públicos, militares y civiles, y en la educación. “Una mujer no está peor dotada por la naturaleza que un hombre. Mediante la preparación necesaria, es capaz de hacer las mismas cosas”. Partiendo de ese pensamiento, al PLD le corresponde, a propósito de sus candidaturas, tomar una decisión sabia y oportuna

No se equivocaba el Maestro al ponderar las aptitudes de la mujer. La historia de la humanidad está llena de mujeres extraordinarias, heroicas, valientes, sabias, y también terribles, caprichosas. Excepcionalmente  dotadas para gobernar y educadas para ello: Cleopatra, Catalina La Grande, Isabel de Inglaterra, Golda Meier, Indira Gandhi, la Thatcher, la Michelet. Otras se han destacado por su total entrega a los demás, Teresa de Calcuta,  o abrazando otras múltiples pasiones: literarias, científicas, deportivas… Pero no se conocen   muchas que aspiren o hayan alcanzado la Primera Magistratura de la Nación por ser la Primera Dama de la Nación, la esposa del Presidente.

En el litoral de la región, son contados los casos: Evita, Esther Martínez y Cristina, en Argentina.  Entre nosotros, ni siquiera el Perínclito, que pudo imponerla, se atrevió a tanto. Las hemos tenido ciertamente virtuosas; ocupadas y preocupadas, como fiel compañera y  callada asesora de su consorte, sin dejar de impulsar acciones benéficas  en  menesteres propios de su capacidad,  vocación y conocimiento:  Doña Trina, Doña Carmen, Doña Reneé, Doña Asela, Doña Rosa. Todas ellas mujeres notables por su sencillez, su laboriosidad, y su talento. Asumieron  su rol con elegancia,  con exquisito tino y prudencia. Tampoco pudieran negarse dotes y derechos  a Doña Margarita; pero el mismo Sócrates advierte y disuade a Glaucón, de no precipitarse, poniendo en tela de juicio sus conocimientos y experiencia en los asuntos públicos. Su ignorancia en cuestiones del Estado, en tiempos calamitosos y difíciles. Teniendo en el conocimiento  la mayor virtud del hombre, Sócrates, admirado por su bondad y su sabiduría,  deplora que en la democracia “la soberanía de la multitud, que carece de este  bien supremo, es la justificación necesaria para la dirección de sus asuntos.”

A Doña Margarita,  la suerte le sonríe. No le falta alrededor gente buena que cree en su obra, tampoco  alabarderos que quieren asegurarse con ella su futuro.  Luces y oropel brillan por doquier e iluminan el  rostro de la Primera Dama. Está linda la noche. Pero al despertar,  quién sabe si algún doliente, conmovido de su pena, le susurrará al oído otros versos: “La princesa está triste, ¿qué tendrá la princesa?

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