María Amelia González de Sabo

María Amelia González de Sabo

La sonrisa de sus hijos es la felicidad más grande que puede experimentar cada día cuando la travesura de los niños la transportan a un mundo lleno de fantasía, magia y color.

Y es que estos pequeños contagian de alegría a todo el que le rodea, de manera muy especial a su madre, quien disfruta a plenitud cada una de sus ocurrencias.

Ella es el prototipo de mujer moderna que cumple con el rol de madre y al mismo tiempo trabaja y se prepara para enfrentar a un mundo cada vez más exigente y globalizado.

Firme, decidida y segura, son las palabras que definen a María Amelia de Sabo, quien no le teme a los retos.

Con ternura y paciencia, comparte cada día con sus tres hijos, a los que considera el mejor regalo que ha recibido.

Su principal meta es hacer de sus niños, hombres seguros, educados y firmes, que conozcan la palabra de Dios.

Entiende que es preciso transmitirle a los hijos amor y firmeza, y sobre todo, educarlos bajo los valores cristianos.

“Lo que más me interesa es que aprendan a ser honestos y obedientes, para que sean hombres de bien, con una convicción de lo que quieren en la vida y seguros de sí mismos”.

Narra con emoción, que cuando recibió la noticia de ser madre, hace diez años, sintió una felicidad muy especial. “Mis hijos son mi mayor alegría, ellos son el mejor regalo que he recibido. Es como un legado que Dios me ha dado de poder trabajar con ellos y ayudarlos para que se preparen para el futuro”.

Tiene doce años de feliz unión matrimonial junto al norteamericano Steven Sabo. “Es la persona a la que yo admiro, respeto y valoro. Trabajamos juntos para ser de nuestros niños hombres que le sirvan con honestidad a la sociedad”.

El señor Sabo es el gerente general para el Caribe de Cadbury Adams, oficio que le obliga a viajar constantemente por varios países, y es por ello que le cuestiono a María Amelia cómo pueden llevar un balance en el hogar, tomando en cuenta la ausencia de su esposo. “Es una relación muy interesante, es como si tuviéramos un noviazgo eterno, porque mi marido viaja con gran frecuencia, pero eso nos hace tener la llama encendida. Compartimos todos lo días por teléfono e internet. Es duro cuando uno siente que lo necesita en un momento difícil, pero él siempre está disponible”.

Esta joven madre de tres hermosos niños, tiene una definición para cada uno de sus hijos. Christian, quien es el primogénito, y tiene diez años de edad, es un niño muy organizado y tranquilo, pero a la vez es cariñoso y soñador; Andrew, de seis años, es el que hace más travesuras, pero es el más alegre, y Steven, el pequeño, tiene tres años, es muy espontáneo, con una personalidad muy atrevida y un léxico muy rico para un niño de su edad.

Opina que en un mundo globalizado, los padres tienen que darle una visión de la vida, pero sobre todo, enseñarlos a ser felices; “que utilicen las herramientas que tienen en la mano, porque uno no elige, sino, Dios nos regala cada cosa, aprender a darle lo mejor a la gente que tiene a su alrededor y enseñarles a los hijos que en la vida hay que trazarse metas, porque hoy en día, vale mucho la proyección y la seguridad de la persona”.

Afirma además, que se debe ser firme en la educación de los hijos. “No hay un manual donde se enseñe a ser madre, y cada hijo es diferente y se debe tratar así. Uno mismo va aprendiendo y creciendo con ellos. Es muy importante enseñarle desde niño la importancia que tienen los valores cristianos, que respeten a Dios y amarse ellos mismos para que puedan dar amor a los demás”.

Al hacer una evaluación de la educación que se le debe dar a los hijos, nos confiesa que “no hay padres perfectos, lo que tenemos que hacer es tener una buena comunicación porque en cualquier momento uno falla. Cuando siento que me he equivocado, rectifico mi error excusándome con mis hijos”.

Asegura que los padres deben ser el mayor ejemplo de los hijos, porque son un ejemplo a imitar y define la familia como el mayor soporte que puede tener un ser humano.

Aunque María Amelia es de nacionalidad dominicana, ha tenido la oportunidad de vivir tanto en los Estados Unidos como en Puerto Rico, pero su tierra le encanta.

“Después de vivir fuera por un período de nueve años, cuando retorné a mi país, tuve la grata sensación de haber llegado a mi casa.”

María Amelia es graduada en diseño arquitectónico en UNIBE, la cual ejerció durante varios años en Puerto Rico. “Trabajé por cinco años en la tienda Palacio, además, tenía clientes individuales, diseñando casas y apartamento. Cuando llegué a Santo Domingo, sentía que yo quería hacer algo, porque quería aportar con mis conocimientos a la superación personal de los demás”.

Es por ello que lleva tres años trabajando en desarrollo personal en Barbizon.

“Le imparto clases a jóvenes y adultos en el área de pasarela, autoestima y poses fotográficas. Es un trabajo que me encanta, porque siento que puedo aportarle algo a esas niñas”.

Para María Amelia la belleza no sólo se tiene por fuera, sino que hay que cultivar nuestro interior. “Es importante enseñarle que la belleza verdadera comienza dentro. Es una experiencia muy linda porque la mujer de hoy tiene que estar preparada acorde como lo exigen estos tiempos, donde no sólo vale la imagen, sino ser segura y que no se limite”.

Por encima de los éxitos profesionales, entiende que lo mejor que le ha pasado en la vida es haber tenido un encuentro con Jesús, conocer a su esposo y tener unos hijos tan especiales.

“Dios es mi fuente de energía, el camino y mi vida.

Empecé una relación muy personal con Jesús cuando tenía 19 años, por medio de un grupo de oración, y esa ha sido la experiencia más preciosa que he tenido”.

Se visualiza en un futuro conduciendo un programa de televisión que le permita aportar algo a nuestra sociedad.

“Tengo muchos planes que espero se puedan hacer realidad. Quiero ver a mis hijos crecer; me encantaría ser una abuelita consentida y moderna”, dice entre risas.

Está convencida de que hay que aprovechar al máximo cada momento que la vida nos regala. “Con el correr de los años he aprendido a explotar lo mejor de cada momento, con el objetivo de hacer de nuestro entorno un nido de felicidad”.

En este día tan especial, María Amelia desea que las sonrisas de sus hijos sean su alegría, que sus logros sean su felicidad, compartiendo junto a ellos cada instante de sus vidas, con ternura, paciencia, comprensión y, sobre todo, con amor. “Esa es la bendición más grande que recibimos las madres”.

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