La obra “Los clavos“, de Carlos Acevedo Gautier, presentada en Bellas Artes en 1974, vio nacer a María Castillo, un “monstruo” sagrado del teatro dominicano.
La crítica que Mario Emilio Pérez hizo ese año, sobre su memorable actuación así lo manifestaba. Cuarenta años después, su trabajo impoluto y depurado sigue llenando de esplendor a las tablas dominicanas.
“Mi vocación fue algo indiscutible desde el principio; yo estoy trabajando desde niña, yo no llegué al teatro por casualidad ni ya de mayor. Era una necesidad que yo tenía en mi vida. ¡Yo necesitaba el teatro!”, afirma esa gran diva, que gracias a su talento ha enaltecido a este arte. “Yo siempre quise ser actriz y me imaginaba actuar de pueblo en pueblo”, asegura.
Esta profesora de generaciones se retrotrae en el tiempo. Sus ojos brillan cuando afirma con emoción que una de sus grandes satisfacciones ha sido poder actuar en las obras de los grandes autores de la literatura universal como Shakespeare, Chejov, Molière, Ibsen, Albee y Lorca.
“Ver hacia atrás y ver ese repertorio y esas fotos me hacen sentir orgullosa de hacer una carrera donde lo principal ha sido lo artístico”, afirma y a seguidas explica que la carrera teatral requiere de entrega y sacrificio y quien no está dispuesto a ello se queda a mitad del camino.
Una mujer arriesgada. Si hay algo que caracteriza a esta gran mujer es su atrevimiento. A los 17 años _luego de concluir la escuela se fue a Moscú a estudiar Dirección. De esa época, la actriz recuerda lo que tuvo que hacer para abrirse paso en ese campo. “Me dio lucha porque era joven, extranjera y mujer. Yo me fui a los 17 y hace treinta y pico de años ser directora era un oficio de hombres. Tuve que luchar para imponerme”, indica Castillo tras informar que a los 23, ya dirigía.
Además en ese período, aún estaba en vigencia los “12 años” de Balaguer y los pasaportes tenían un sello que prohibían viajar a los países socialistas. “Yo prácticamente me convertí en una exiliada. Yo duré tres años sin volver a mi país hasta que cayó el gobierno”, señala la actriz, quien para poder ir a Moscú realizó un periplo por varios países. Ya instalada allí, esta singular diva del teatro rompió moldes y le demostró a su profesor que a pesar de su tamaño, su juventud y de que era mujer podía dirigir.
Sobre sus años en Moscú, dijo que fueron difíciles principalmente porque no se comunicaba con su familia con la frecuencia con ella deseaba.
“Mi mamá todas las semanas me escribía una carta y de las cuatro correspondencias de un mes, yo recibía una a los seis meses. No podía llamar por teléfono. Las cartas que yo mandaba pasaban por mucha censura; donde quiera que yo llegaba me detenían en la frontera para investigar por qué mi pasaporte decía eso”, indica y también señala que el DNI la investigó a su llegada al país, porque al parecer estaba incluida en una lista de no sabe qué.
Apoyo familiar. La actriz y directora está agradecida del respaldo que sus padres, Rosa Tapia (fallecida el año pasado) y Filiberto Castillo, le dieron en todo momento. Incluso cuando en la obra “La guerrita de Rosendo” hizo un desnudo, estuvieron a su lado. “Mis padres se adelantaron, ellos son más chéveres que yo”, afirma con seriedad. “Ellos han sido mi inspiración. Antes de salir a escena oro a Dios y a mi madre para que todo transcurra bien. A mi madre le dedico un pensamiento y le pido que desde el cielo me acompañe y me proteja”, dijo mientras las lágrimas inundaban sus ojos.
Esa es María Castillo, una mujer noble, trabajadora incansable que ha roto moldes y que en cada obra inspira admiración.