María Castillo, una residencia de 40 años

María Castillo, una residencia de 40 años

Eran los primeros años de la década de los 70, mi hermano, el actor Mario Heredia Ottenwalder, profesor de la Escuela Nacional de Teatro, me comentó que en un “Laboratorio de actuación”, en el que se presentaba una tragedia de Konstantin Stanislavski como ejercicio de concentración, había participado una jovencita que lo había impresionado grandemente. Su nombre era María Castillo.

La primera vez que tuve ocasión de verla fue en la obra “Trevor” -1975- comedia dramática del inglés John Bowen, protagonizada por Mario Heredia y Josefina Gallart, bajo la dirección de Luis José Germán, en la que una muy joven María, estudiante del segundo año, interpretaba a una madura Sra. Lawrence. Su actuación logró conmovernos, y le mereció las mejores críticas. El año anterior por su participación en “Los clavos”, obra de Carlos Acevedo Gautier, fue reconocida como “Revelación del Año”. Mario Emilio Pérez señalaba en su artículo: “Nace un monstruo sagrado de la actuación: María Castillo”.

Y siguieron sus triunfos participando en obras de Brecht, Pirandello, Wilde, Domínguez, pero su deseo de superación la llevó a Moscú a estudiar actuación. A su regreso se unió a “Nuevo Teatro”, bajo la dirección de Rafael Villalona, de esa época recordamos sus memorables actuaciones en “La guerrita de Rosendo”, “Picnic”, “Banco de parque”, “Emily”, “Las criadas” y otras tantas. También fue directora de las obras “Yepeto”, “Muller Machine”, “La historia de Miseria, la Muerte, el Diablo y su Hermana”, y siendo directora de la Compañía de Teatro de Bellas Artes: “La misiva de Pobosky” y “Prohibido suicidarse en primavera”.

Entre las obras más recientes que le valieron reconocimientos están “Cero”, “Tres mujeres altas” y “Bodas de sangre”.

El teatro ha sido para María el espacio vital donde ha transcurrido su vida durante 40 años, y justo para celebrar este aniversario, el dramaturgo Haffe Serrulle ha escrito para ella “La Residencia”, interesante y profesional propuesta enmarcada dentro del llamado teatro circular. Consecuentemente somos invitados a pasar y rodear a la actriz, que se encuentra en pleno proceso de maquillaje, al término del cual junto a ella en movilidad permanente, recorremos la “Residencia”, y participamos del ritual donde quedamos todos emocional y físicamente implicados.

A través de la poética prosa de Serulle, conocemos las interioridades de la señora, los momentos trágicos que marcaron su vida, y que quedaron guardados en los diferentes espacios de la “Residencia”. Cada parlamento, con sus metáforas brillantes, es una remembranza, una necesidad de compartir, de alejar la soledad.

En el texto que subyace, hay una intención sublime de Serulle, que le ofrece a María Castillo la posibilidad de recrear una vivencia actoral. Inmensa en sus cavilaciones, con el rostro transfigurado una y otra vez y un poder de concentración admirable, la actriz se olvida del público en una introspección profunda, pero mientras mayor es su abstracción mayor es la comunicación, ¡qué gran paradoja es la magia teatral! Por un instante quedamos aturdidos, luego, en un acto reflejo aplaudimos, visiblemente emocionados.

La pieza de Serulle bien pudo ser un monólogo, pero la inclusión de dos personajes enriquece la propuesta. Advertimos en Stuart Ortiz –El hombre– un potencial histriónico que deberá desarrollar, no menos talentosa es Yasiris Báez –La Muchacha–. Ambos intervienen en escenas de profundo dramatismo y gran atractivo estético.

La puesta en escena creativa contiene una estructura donde cada elemento se integra al conjunto: letanías cantadas, sonidos e imágenes, son parte del discurso escénico, donde el texto es un componente más, sin duda el más importante.

La sala de la Galería Nacional, el Salón de la Cúpula de Bellas Artes, incluyendo sus hermosas escaleras, albergaron este fascinante periplo teatral, pretexto válido para conmemorar los 40 años de una de las más grandes figuras de la escena nacional de todos los tiempos: María Castillo.

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