María del Carmen y Balaguer

María del Carmen y Balaguer

Tengo una hija cuyo nombre es María del Carmen. Era muy niña cuando, junto a sus hermanos, me acompañó a saludar a Joaquín Balaguer en su fecha natalicia. Conversábamos él y yo, cuando la pequeña, de unos tres años, se abrió paso para preguntarle si era cierto que cumplía años. Balaguer le respondió afirmativamente.

No es verdad, afirmó la niña.

Condescendiente, Balaguer le explicó que en día como aquél había nacido y que por tanto, aquella era fecha de su cumpleaños. El tema de la política, en que nos habíamos ensarzado, quedó en el olvido, debido al diálogo que entablaron. Balaguer reía ante la negación de la niña a admitir que cumpliese años, e, intrigado tal vez, le pidió una explicación.

Tú no tienes refrescos ni bizcocho, y mi papá me compra bizcocho cuando yo cumplo años.

La carcajada fue estruendosa, y todos los presentes los acompañamos a mandíbula batiente. Balaguer prometió a la pequeña que mandaría a buscar los refrescos y el bizcocho para probarle que cumplía años. A seguidas el mandatario le preguntó si le cantaban en la celebración, y ella respondió afirmativamente. Y sin esperar entonó una tonadilla que aludía al canto de una rana, que el Presidente le celebró entusiasmado.

A poco salía hacia el exterior para el tratamiento médico por medio del cual intentó recuperar la visión. Lo acompañamos en un ir y venir casi constante, a lo largo de varios años. Pero fue en diciembre de 1978, mes en que se trasladó a la Florida para huir de las frías temperaturas del norte, cuando me preguntó por mis hijos. Y por la canción de la rana.

Ese mes debí verlo en tres viajes diferentes, y hacia el tercero, en la etapa final del mes, me pidió una grabación con el cucú de la rana. En la amplia residencia de Pine Tree #7, que le alquilase su amigo Neit Rafael Nivar Seijas en Miami Beach, resonaron las vocecillas de María Isabel, Pedrito y María del Carmen, con el cucú de la rana.

Fueron aquellos, tiempos de olvido y abandono. Tiempos que daban cabida a evocaciones perdidas, y a atrevimientos infantiles. Tiempos para encontrar diversión en las tonadas sencillas e ingenuas que tres niños dedicaban a un anciano que se aferraba a la posibilidad de rescatar una infancia lejana y preterida. Guardo esa cinta como un recuerdo imborrable de tiempos en los que una desconocida ternura se hacía presente en Balaguer.

Esos tres de mis hijos ejercen sus propios quehaceres, dos de ellos con familia. María del Carmen, psicóloga, se encuentra lejos del cucú de la rana, metida como está entre las aplicaciones de tests para conocer el potencial de los recursos humanos de la entidad en que labora.

Balaguer se ha ido. Pero al saber que, casi al borde del sepulcro años después que se pintase a sí mismo en ese lugar, habló al Presidente Hipólito Mejía de su sensibilidad, no pude menos que recordar aquellos momentos.

Habían transcurrido algunos años en el instante en que me pidió le llevase, durante su estancia en el exterior, aquella canción del discutido cumpleaños. Apenas recordaba la tonada, pero la tuvo presente como para que mis hijos la recrearan y me permitieran llevársela en esa, su etapa de soledad y abandono.

Sin duda, como le dijese al Presidente Mejía, era hombre capaz de emocionarse. Y lo tengo presente ahora, cuando no es, para muchos de los suyos, sino un recuerdo apenas visible, en lontananza.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas