«María Estuardo», el placer del teatro clásico leído

«María Estuardo», el placer del teatro clásico leído

POR CARMEN HEREDIA DE GUERRERO
La Embajada de la República Federal de Alemania y el Centro Domínico-Alemán, presentaron a la compañía de teatro clásico Zulema Atala Javier en la obra de Friedrich Schiller, «María Estuardo». La modalidad de realizar dramatizaciones leídas de teatro clásico ha caracterizado a esta compañía, que dirige la actriz Flor de Bethania Abreu.

En momentos en que en la escena dominicana se ve dominada por obras vacuas, intrascendentes, en un afán de escapismo desmedido, sin siquiera privilegiarse la buena o alta comedia, tener la oportunidad de ver una obra de teatro clásico, es un deleite para los amantes del teatro.

Friederich Schiller (1759-1805) pertenece al período romántico alemán, influenciado del ambiente prerromántico del Sturm und Drang (Tempestad y Pasión), movimiento intelectual que redescubre y reverencia a Shakespeare y que propugna por la libertad absoluta del individuo. Su teatro, principalmente en los dramas de corte clásico al estilo de la tragedia griega, utiliza temas históricos en los que manifiesta admiración por el héroe mítico.

La originalidad de los temas, sin embargo, no era lo más importante para Schiller, sino la originalidad en su desarrollo y el contenido.

De la fuente de la historia toma el argumento y lo adapta a sus preocupaciones dramáticas, tal y como sucede en su obra «María Estuardo», en la que los efectos dramáticos y la intención ideológica, son lo esencial y no la exactitud histórica.

En esta obra, el autor recrea el drama de dos figuras históricas antagónicas: María Estuardo, reina de Escocia e Isabel Tudor, de Inglaterra. Y las hace coincidir en un encuentro que en realidad nunca se produjo, pero esto no cambia el curso de los acontecimientos que propiciaron estas figuras, en la que al parecer la una, era la evocación de la otra.

Schiller presenta estos personajes como seres inconmovibles, dotados de una entereza a toda prueba. El autor maneja la condición humana, la vanidad, las mujeres, el sentido del poder, la corte y sus intrigas, con singular maestría, el concepto filosófico da unidad a la acción. Su escena está cargada de imágenes y símbolos, y la noción de la fatalidad y las fuerzas inexorables, llevan a los personajes al desenlace final. El texto de Schiller es esplendido, con soliloquios y diálogos de gran contenido, y una narrativa cautivante.

DRAMATIZACIÓN

Flor de Bethania Abreu utiliza en esta presentación a un reconocido grupo de artistas muy fogueados en el quehacer teatral. Cada uno de ellos incorpora a su personaje sus vivencias y experiencias acumuladas en su largo transitar por la escena, lo que permite que fluya la acción, obviando las limitaciones que representa el texto leído.

El lirismo del coro a la manera griega, nos revela los sentimientos del personaje central, María Estuardo. Cuatro bellísimas voces, cuatro presencias agoreras ataviadas de negro, nos introducen en el apasionante drama. Artistas nuevas de nuestra escena, Ana María Ventura, Karina Guerra, Yorlla Lina Castillo y Johanna González, vaticinan la excelencia de la representación.

Karina Noble y Elvira Taveras ofrecen un verdadero duelo de actuación. Karina Noble privilegia su apellido y con noble estirpe se convierte en María Estuardo, la víctima, la bella, la católica, la reina blanca. El drama de este personaje colocado en los días anteriores a su decapitación, es proyectado en todos sus matices por la actriz, entre una y otra transición, en un intercambio de emociones que nos sobrecoge.

Elvira Taveras (Isabel I), desafiante, enfrenta el mismo drama, las mismas pasiones. Colocada en otra perspectiva, la reina Isabel I, la victimaria, despótica, protestante, con frialdad y lentitud evoluciona y gesta el desenlace final. La actuación de Elvira Taveras es creíble, auténtica. Su presencia escénica es cautivante, y su recia personalidad se aviene al personaje.

Monina Solá, para la que no existen papeles pequeños, pues ella se encarga de engrandecerlos, representa a la nana de María Estuardo (Ana Kennedy) y lo hace con ternura y hondo sentir.

Cuatro personajes, Leicester, Gurleigh, Talbot y Paulet manejan los hilos de la intriga y el conflicto. Son los eternos cortesanos de ayer y hoy. Iván García, Franklin Domínguez y Pepito Guerra en sus respectivos roles, contrastan con sus formas de actuar, que pudiéramos llamar teatral, con la de César Olmos, más distante, pero no menos efectiva. El personaje de Mortimer, con características diferentes, interpretado por Ernesto Báez, actor de hermosa voz y menos experiencia, logra convencernos.

La dirección de Flor de Bethania Abreu logra armonizar una estructura, unificando los elementos y estableciendo el nexo entre los personajes. Sin tramoya, sin efectos condicionantes, sólo con el actor como centro del espectáculo, y la grandilocuencia del texto dramático, se hace teatro, buen teatro, desde los parámetros tradicionales.

El escenario natural que sirvió de albergue a la representación, el patio colonial del Centro, con sus muros centenarios y escalinatas de piedra, si bien pequeño para la movilidad de los actores, resulta un espacio ideal para este tipo de teatro.

El público que colmó el acogedor recinto, se resistía a abandonarlo a pesar de la llovizna que caía intermitente; el sonido de los truenos, el relampagueo y la leve bruma que se esparcía, daban un toque mágico a la estancia, como si la naturaleza se empeñara en recrear la atmósfera gris de la Inglaterra Medieval.

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