María, Virgen de Fátima

María, Virgen de Fátima

Este aniversario de la aparición de la Virgen de Fátima que hoy celebramos con devoción tiene un significado muy especial para la comunidad mariana de todo el mundo: se renuevan los votos del rezo del Santo Rosario que la Madre de Dios nos legó. Sin embargo, y a pesar de que el rezo del Santo Rosario es mayormente practicado por personas más adultas que por los jóvenes, pareciera que esta juventud actual ni siquiera se molesta en saber su significado espiritual.

Precisamente, es ella la que más necesita sentar sus bases en la cristiandad para poder afrontar con fe y esperanza los problemas que día a día se presentan. Más, el materialismo palpitante de nuestra sociedad la aleja de la verdadera gracia, de la verdadera paz y de la verdadera felicidad que solo Dios nos proporciona a través del poder de la oración.

El Santo Rosario, considerado como oración de la paz, oración de la familia, proporciona la tranquilidad espiritual que tanto necesitamos. El santo papa Juan Pablo II nos expresa en la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae que “rezar el Rosario por los hijos, y mejor aún, con los hijos, educándolos desde su tierna edad para este momento cotidiano de ‘intervalo de oración’ de la familia, no es ciertamente la solución a todos los problemas, pero es una ayuda espiritual que no se debe minimizar”.

La humildad, la sencillez y el espíritu de entrega raras veces lo encontramos en los distintos estratos sociales de nuestro país. Muchas veces pareciera que no existe sencillez y humildad que proporciona la paz en la familia. Falta oración.

Sor Febronia le decía a Santa Teresita que el alma de ésta era sumamente sencilla; pero cuando fuese perfecta, sería más sencilla, pues cuanto más nos acercamos a Dios, tanto más nos simplificamos.

Miremos entonces a María: la muestra de sencillez, de humildad y de aceptación al sufrimiento para colaborar en la redención de su Hijo, la encontramos en ella. María no necesitó de adornos materiales para enamorar a Dios y ser la elegida para concebir bajo la gracia del Espíritu Santo a su Hijo, a nuestro redentor, al hombre más grande de todos los tiempos. Y si la observamos detenidamente, nos damos cuenta que ninguna mujer del mundo, ni de antes ni de ahora, ni de siempre, es más bella que María. Es precisamente la sencillez de María que la hace ser no sólo Madre de la humanidad y de la Iglesia por designio directo de su Hijo en la cruz, sino porque es la mejor mediadora para llegar a él.

¿Y qué no le pide un hijo a una madre que ésta no haga lo imposible por cumplirlo? ¿Y qué no hará María por nosotros para que su Divino Hijo vuelque la mirada a nuestras miserias? Jesús, simplemente no se resiste a las peticiones de su madre. Sólo nos pide la Madre de Dios oración, sacrificio y penitencia ¿es esto tan difícil que se lo podamos negar a nuestra Madre Celestial?

Muchas veces pareciera que las cosas materiales son necesarias para hacernos felices y aunque algunas de ellas son imprescindibles para nuestra vida, la mayoría no son más que demostraciones de nuestros vacíos espirituales.

Nuestra juventud tiene un gran reto: ser más sencilla, más humilde, más mariana. Y que hermosa es la devoción a María. El solo hecho de conocerla, de permitirle un rinconcito en nuestro corazón, de conversar en la intimidad con ella, de saber cómo adoró a su Hijo y cómo se ocupa de nosotros en cada paso que damos, de contemplar cómo por puro amor nos aceptó como sus hijos, es motivo suficiente para entablar un diálogo directo con ella, de expresarle nuestras necesidades, penas, alegrías, estando siempre seguros que las presenta a su Hijo para que éste derrame su misericordia sobre todos nosotros, misericordia que nunca falla. Bien señalaba el señor Joao Cla Dias que la Madre de Dios es bien conocida en Brasil como Nuestra señora del Jeitinho, que significa “la que le busca la vuelta a los problemas”.

María como Madre del Hijo de Dios nos solicita que por un instante la miremos y también con devoción y fe entreguemos a ella nuestras necesidades. El rezo del Santo Rosario es el mejor regalo que le podemos ofrecer. Es la corona de rosas que le colocamos a Nuestra Señora en cada Ave María, en cada misterio, en cada contemplación.

Esa Madre única, Madre de bondad, nos dijo en Medjugorje, al proclamarse Reina de la paz, lo siguiente: “Queridos hijos, si supieran cuánto los amo, llorarían de alegría”.

Que bellas son nuestras lágrimas cuando brotan por el solo hecho de saber cuánto María nos ama.

La autora es Terciaria de la Asociación de Derecho Pontificio Heraldo del Evangelio y colaboradora de los centros María Reina de La Paz.

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