Marien Capitán – Abajo las pasiones

Marien Capitán – Abajo las pasiones

Enardecidos, los dominicanos pecamos de ser demasiado apasionados. Si nos coge con comida, comemos hasta la saciedad; si bebemos, es para darnos un “jumo”; y, si estamos en política, terminamos matándonos.

Es así como hemos tenido que ser testigos indirectos de hechos tan lamentables como los que acontecieron el domingo pasado en Los Alcarrizos, lugar en el que las pasiones políticas se desbordaron a un nivel tal que murieron dos parroquianos y cinco fueron heridos. Tres carros, por otra parte, fueron completamente quemados.

No entiendo cómo, en honor de las ideas o los intereses, se puede llegar tan lejos. ¿Vale la pena morir por los colores de un partido? No creo, definitivamente, que sea razonable.

Como sabemos que el dominicano promedio nunca baraja un pleito, sería saludable que cada uno ponga su granito de arena para evitar que la sangre continúe llegando al río. ¿Qué hacer? Ser sordos y ciegos ante las provocaciones. Esa, en muchas ocasiones, es la mejor arma para salvar la vida (o la propiedad).

Todos, en algún momento, nos hemos visto en situaciones difíciles. Hace un mes, por ejemplo, tuve que ver cómo un señor le daba a mi carro por detrás (levemente, gracias a Dios), terminaba enojándose conmigo, gritándome y espantándome.

Yo reconozco haberme incomodado al sentir que le había dado a mi carro. A pesar de ello, me bajé decentemente y, al ver su actitud hostil, terminé sulfurándome. Eso fue suficiente para que el señor me increpara de una forma tan agresiva que di media vuelta, me monté en mi carro y salí huyendo en “polvorosa”.

Aunque puedan tildarme de pendeja, algo que no me importaría en lo absoluto, en esa oportunidad pensé que era preferible ser prudente antes de buscarme un problema mayor. Una mujer, frente a un hombre agresivo, siempre tendrá todas las de perder.

Son muchos los inconvenientes que todos nos evitaríamos si somos un poco más precavidos a la hora de rebatir las opiniones de los demás. Es cierto que cada cual tiene derecho a expresarse y a defender sus posiciones pero, a la hora de hacerlo, es bueno recordar que nunca debemos pasarnos de la raya ni caer en acusaciones personales. Esos, después de todo, son los detalles que originan las trifulcas y las tragedias.

Bastante trágico es ir al supermercado, a la estación de gasolina o a la farmacia. Peor es ver cómo nos quieren volver a engañar con promesas vanas de una mejoría absoluta que no llegará.

Intentemos que las pasiones bajen, que la cordura se imponga y que no haya que enterrar a nadie más. Ni Hipólito Mejía ni Leonel Fernández merecen ni desean el sacrificio de nuestras vidas. Ellos, estén o no en el poder, no ganarán nada con tenernos en una inerte tumba que se llenará de olvidos y de flores marchitas.

Tenemos que aprender a superar la etapa del barbarismo político. Hay que buscar los mecanismos necesarios para controlar a los tígueres, a los abusadores y a los matones que se ocultan en los barrios y aprovechan cualquier oportunidad para echarle más leña al fuego.

Esperemos al 16 de mayo para pronunciarnos con furia. Esa furia, por supuesto, debe traducirse en el voto que nos dicte nuestra conciencia. Esa conciencia, al calor de los bolsillos despojados que arrastramos con pesar, será la mejor respuesta que le podemos dar a nuestros contrincantes. Mientras, ignoremos sus comentarios y vivamos. Callar, no lo olvides, puede ser sinónimo de vivir (aunque por ello te llamen cobarde).

Publicaciones Relacionadas

Más leídas