Marien Capitán – Lo que se tira regresa

Marien Capitán – Lo que se tira regresa

El fin de semana pasado fue bastante movido. Como si se tratara de una regresión, volví a visitar muchos rincones a los que había llegado en otras ocasiones y con muy distintos motivos. Era el turno, nueva vez, de enfrentarme con los fantasmas que rondan al mar Caribe.

La tarea era clara: tenía que recorrer, para ver qué veía, todo el litoral sur de la ciudad de Santo Domingo. La encomienda, en apariencia, era fácil. Finalmente, tras tres horas desmontándome de un vehículo para escudriñar los montes, arrecifes y recovecos que se esconden detrás de los muritos y plazas de las avenidas 30 de Mayo y George Washington, debo confesar que la experiencia fue asqueante.

Amén del calor y de la llovizna que a cada rato nos asaltaba, lo cierto que fue duro descubrir todo lo que se escondía detrás de la maleza de los “montes” que se suceden a lo largo de la 30 de Mayo. La basura, de todas las clases y tamaños, era tan extrema que hasta un perro lleno de gusanos encontramos.

Los restos, que nadie quiere ni sabe dónde depositar, son lanzados por esa zona sin que nadie se compadezca de ello. Las pruebas están ahí, al alcance de la vista, sin que nadie se detenga a pensar en el tipo de ciudad que le estamos ofreciendo a quienes nos vienen a visitar.

“Bienvenidos al gran chiquero del Caribe”, podría rezar un letrero que se ponga justo antes de llegar a la plazoleta del monumento de Fray Antón de Montesinos, una edificación que se ha tornado nauseabunda, fétida y deprimente. Con cruzar el umbral, y sentir el repulsivo olor a excrementos humanos, es para pensar lo que los turistas dirán cuando se acerquen por allí (recuerden que el Puerto Don Diego, donde llegan el ferry y los cruceros, está a escasos metros de ahí).

Después de advertirles que por ningún motivo suban por las escaleras que llevan a la estatua, también he de solicitarles que no se les ocurra bajar por las escaleras que están poco después de la estatua: el olor de una charca de aguas negras les sacudirá.

Me dicen que esta área, al igual que la de todas las playas, calas y arrecifes, no le corresponden al edil, sino a la Marina de Guerra (y pensar que decían que los guardias eran serios).

Llegados a ese punto, es bueno preguntarnos por qué no se establece un mecanismo para que ambas entidades hagan su trabajo. También, después de ver que limpian la plazoleta de Güibia pero no los arrecifes que están pegados a ella –y eso que con sacar la mano se alcanza la basura que está sobre ellos–, es vergonzoso ver hasta dónde llega el desinterés y la desidia.

Si escribo sobre esto, a pesar de que salieron dos reportajes durante el fin de semana, es porque todos piensan en el área que está frente a los hoteles pero nadie recuerda las que le preceden y anteceden. Tampoco, como si no fuera una de las peores imágenes, piensan en las playas que están atestadas de basura.

Esa basura, en gran medida, es arrastrada por el mar. La ignorancia, y las lluvias, son las culpables de que eso suceda. Mucha gente, que vive al margen del Ozama, tira sus desperdicios allí, en sus aguas, sin pensar en el grave delito que están cometiendo.

Aunque sé que muchos dirán que son las lluvias las que llevan la basura hasta el mar, es bueno recordarles que la basura nunca llegará a él si está envasada y depositada donde debe estar. Sólo cuando está tirada por el suelo, al aire libre, ella contamina las aguas. Cuando eso sucede, como si se tratara de una maldición, las aguas traen la basura hasta la arena.

Hay que crear conciencia, hay que eliminar los vertederos al aire libre y hay que sanear la ribera de los ríos. Urge tomar medidas para hacer de Santo Domingo una ciudad limpia. Mientras eso sucede, vale recordar que lo que se tira regresa.

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