Marien Capitán – Tras un hombre con los pantalones puestos

Marien Capitán – Tras un hombre con los pantalones puestos

El país necesita a un hombre con los pantalones bien puestos. Eso aseguró, llena de emoción, la vicepresidenta Milagros Ortiz Bosch el domingo pasado. Al escucharla, y sentir la vehemencia de sus palabras, comencé a entender el porqué de su actitud en los últimos meses.

Todos sabemos que doña Milagros era la única mujer que quería alzarse con la candidatura presidencial de su partido. Posteriormente, después de hacer mil pronunciamientos en contra de la reelección del presidente Mejía y de la viciada convención que le convirtió en candidato del PRD, la vice se sumió en un prolongado silencio del que nunca debió haber salido.

Algo, no sabíamos qué, la llevó a hacer oficial su apoyo a Hipólito Mejía. Aunque en ese momento todavía no entendíamos nada, pensamos que Milagros jamás debió haberlo hecho. La habían engañado, al igual que a sus demás compañeros, y le habían quitado la única oportunidad que tendrá de intentar alcanzar la Presidencia de la República.

Mucha gente había salido en defensa de Milagros Ortiz Bosch. Mucha gente quedó decepcionada. Por eso, a pesar de que ella afirmó que no temía quemarse políticamente, su imagen quedó fatalmente lacerada.

Amén de lo que nosotros hayamos querido pensar o no a lo largo de ese extraño entuerto perredeísta que ha menoscabado la unidad del partido, ahora podemos decir que las piezas encajan perfectamente. Bien lo dijo Milagros: el país necesita ser dirigido por un hombre que tenga los pantalones bien puestos. Convencida de ello, la doña engavetó sus aspiraciones y dejó que pensáramos que la estaban avasallando (así, como sabía que le cogeríamos pena, conquistaría más adeptos).

Todo, al parecer, fue parte de una confusión política. La doña, que había luchado cuerpo a cuerpo por los derechos y la igualdad de la mujer, terminó entendiendo que las mujeres no somos una opción de poder. Ella, por tanto, se descalificó a sí misma antes de que lo hiciéramos nosotros.

Doña Milagros era un ejemplo, un baluarte de las conquistas femeninas. Por eso nos duele tanto ver cómo, al final del camino, se arrodilla frente a los convencionalismos y nos dice que es más machista que cualquier hombre. La pensé distinta, la pensé entera, pero ahora la veo fraccionada y convertida en un político más de la ardiente cantera que ha poblado nuestro país a lo largo de la historia.

Ella debió callar. Eso la hubiera revestido de mucha más dignidad. Pero, haciendo eco de sus palabras, no nos queda más que seguir buscando a un hombre que dirija el destino de nuestro país. Ese, estoy segura, no es Hipólito Mejía. ¿Si no ha sabido dirigirlo en estos cuatro años, por qué habría de hacerlo bien en un próximo cuatrenio?

Hipólito nos ha hundido, nos ha hecho más pobres y nos ha robado la esperanza. Es difícil creer en Él. Por eso, al ver lo caro que le ha salido al país el haber apostado por una opción distinta –el hombre campechano y espontáneo que conquistó a las masas en el 2000– habrá que irse por otro camino.

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