Don Mario Álvarez Dugan concluyó anoche su jornada terrenal en la que deja inscritos hechos que indicaron siempre su gran calidad humana y una meritoria carrera periodística a la que se mantenía apegado aún en momentos en que los problemas de salud más recientes imponían limitaciones al acto de escribir.
La suya fue una vida dedicada a grandes y honrosas tareas, las cuales convirtió en verdaderas pasiones. Y con su fidelidad a la profesión, y a las obligaciones de su cargo, lograba, aún sin una presencia física en la Redacción de este diario, ser una fuerza orientadora para quienes estábamos bajo sus órdenes, virtualmente hasta anoche.
Su presencia temprana en cargos ejecutivos de diarios dominicanos convirtió felizmente a Don Mario en un ser cercano, lleno de lecciones útiles de buen periodismo para varias generaciones de comunicadores. Fueron proverbiales su devoción por su familia y su ejercicio del periodismo, del cual hizo un extraordinario magisterio, y su desvelo por sus amigos.
Para este diario, que dirigió con manos diestras e inteligencia de maestro durante 20 años, la muerte de don Mario Álvarez Dugan es un hecho triste y conmovedor. Su compañía será siempre deseada. Conscientes estamos además de que la sociedad en general es sensible a esta pérdida. Alcanzó una emblemática condición de periodista respetado por su independencia y objetividad. Su ejercicio trascendió de manera significativa al campo de los deportes donde dejó una obra inolvidable tanto en la crónica escrita como en la narración radiofónica. Y con su talento y su riguroso respeto por las posiciones que otros asumían en el devenir de las diferentes épocas que ha vivido este país pudo permanecer como un hombre de prensa de común aceptación, a pesar de que la sociedad dominicana ha sido con frecuencia, presa de la pasión y el fanatismo en torno a los medios de comunicación.
Un ser de entrañable relación con su familia, su deceso es lógicamente, motivo de un profundo y particular dolor al que nos sumamos: solidaridad con la pena legítima que hoy sienten su esposa y gran compañera Altagracia Matilde Soto y sus hijos: Jaime Virgilio y Doris Herrera; Mario Virgilio y Rosanna Hernando, y Emil Virgilio y Yaditza Messina, y sus nietos adorables. Paz a los restos de Don Mario y consuelo para todos los que hoy sentimos, llenos de pesar, su partida.