Mario Manduca

Mario Manduca

POR PASTOR VÁSQUEZ
Se llamaba Eduardo Moreno y vivía en Manatí o Rancho Arriba, tal vez cerca de la loma del difunto Machorro. El caso es que yo nunca supe cuál era su lugar. Vestía pantalón y camisa gris, con un gorrito de policía con dos piquitos curiosos. En la hora siempre llevaba su cachimbo de barro.

Nunca se puso un zapato en su cachaza de andariego que se rajaron con el paso de los años y el trajinar por esos caminos de barro.

Desde niño yo lo veía en todos los velorios, fiestas de atabales, en los perico ripiao y hasta en los juegos de pelota. Se mantenía de lejitos porque a temprana edad los tígueres del batey comenzaron a fuñirle la vida. Fueron tantos los nombres que le adjudicaron que luego ya Eduardo Moreno no respondía el nombre que le puso la doña que lo echó a este mundo injusto.

Entonces cuando Eduardo Moreno bajaba de los montes de Manatí, en todo el buey se escuchaba una sola voz, entonada como si se tratara de un coro infernal arrancado de las cortes del averno.

¡Manduuuuuuuca! ¡Manduuuuuuuca! ¡Manduuuuuuuca! ¡Manduuuuuuuca!

Y el pobre Eduardo Moreno agarraba una piedra y la lanzaba a cualquier dirección. Los tígueres reían a carcajadas porque Manduca era bizco, miraba a mi lado y la piedra buscaba otro objetivo.

Se ponía furioso. Lanzaba alaridos de rabia y luego se internaba en los montes con un marcado deseo de incendiar al mundo.

Muchos años después me enteré que Manduca era epiléptico porque un día que buscábamos guitarra en el cacao de Mamá Loa (Eloísa Herrera) le atacó una vaina y cayó botando espumas por la boca.

Desde entonces, dejé de decirle Manduca, porque me daba mucha pena. Para mí ya no era una diversión corretear detrás de ese infeliz para amargarle la vida, mientras nosotros nos divertíamos.

Un día Manduca enfermó, porque un ratón le mordió un dedo en su bohío. Mi hermanita y yo hicimos una colecta y lo llevamos al pueblo. Por primera vez vi a Manduca de cerca. Estaba tirado en la cama, manso, humilde, y con una ternura que me partió el alma.

Mi hermana me dijo que Manduca era tan rebelde por culpa de los tígueres. Y era que de tanto ponerle nombres, ya Manduca ni siquiera saludaba al mundo que lo rodeaba. Usted lo llamaba para darle algo de comer y él reaccionaba con un ronquido de rechazo porque pensaba que venía a fuñirlo.

Ahora murió Manduca, murió solitario, como siempre quiso vivir, alejado de un mundo que lo único que hizo fue joderlo. Mario Manduca en su bohío de Manatí o Rancho Arriba. Murió Eduardo Moreno, carajo. ¿A quién le van ustedes a decir Manduuuuuuca?

Hoy quiero brindar por un infeliz de este mundo que a nadie hizo mal.
Puerto Príncipe, Haití, 3 de febrero, de 2005

Publicaciones Relacionadas

Más leídas