Mariposas y monstruos

Mariposas y monstruos

El mundo sabe que somos un país hermoso, “colocado/ en el mismo trayecto del sol…, en un inverosímil archipiélago/ de azúcar y de alcohol”, según don Pedro Mir. Sobresalientes en turismo, en deportes, en música, en la alegría de la gente, en el rico y colorido folclore, en manifestaciones religiosas, en hospitalidad, en mágicos paisajes, etc.
Muy a pesar nuestro, también sobresalimos en otros rubros de oscura estampa: inseguridad ciudadana, insalubridad, desorden vial, deficiente educación cívica y ciudadana, cuestionable resultado en la escolaridad, inequidad económica, debilidad de la justicia, corrupción endémica y vergonzosa, en impunidad y también en el desprecio a la mujer (pese a una ley escrita, a las mil bachatas de amargue y a los pobres versos merengueros, salvando algunas exquisitas excepciones).
Desde enero del 2018 a junio de este año, se registraron casi 118 mil “casos de violencia de género e intrafamiliar y delitos sexuales en la Procuraduría General de la República”, según datos del Observatorio Político Dominicano (OPD), reseñados en el periódico “Hoy” por la periodista Marien Aristy Capitán, el pasado 25 de noviembre. Que el sistema no está funcionando lo demuestra el hecho de que casi todas las mujeres asesinadas (al menos 357 en los últimos cuatro años, señala dicho informe) por sus parejas o exparejas, se habían querellado y poseían una medida de protección (que no las protegió de nada). Indiferencia total. Debilidad y corrupción en los procesos. Desenlaces tristes, dolorosos hasta la angustia (¡Mira que es grande estupidez y cinismo poner en manos de una confundida e inerme mujer una citación para que se la entregue ella misma a su potencial verdugo!).
Somos un país hermoso, pero profundamente enfermo, de corto aliento e inconstante en sus esfuerzos. Por ejemplo, los intentos de arreglar las cosas en el tránsito duran escasos meses; los esfuerzos por responder a la temible inseguridad no pasan de meros alardes esporádicos; construimos grandes obras y luego las descuidamos o abandonamos; despreciamos las normas más elementales de la moral y de la ética; conocemos a los corruptos, que se ríen en nuestra cara, y no podemos hacer nada porque los que pueden no son más que meros títeres, payasos sobre pagados en sus monótonas pantomimas. Vivimos continuamente amedrentados (por eso las rejas, los muros, el aislamiento y la desconfianza entre vecinos). Y vemos morir asesinadas a nuestras mujeres, en la flor de su juventud la mayoría. Cortamos el vuelo a las mariposas que apenas empiezan a volar.
¿Cómo han surgido esos monstruos? ¿Cómo los hemos alimentado? ¿Cómo los dejamos moverse por ahí sin que nos inmutemos? Esos monstruos somos también nosotros. Esas pesadillas y esos íncubos los hemos creado nosotros. Esas heridas las hemos causado nosotros. ¿Cómo hemos podido llegar a tan oscuro laberinto? ¿Cuánto durará esta afrenta?
Sería un grave error pensar que los feminicidios son un asunto aislado, fruto de hombres neuróticos y machistas inseguros. Una nación es un cuerpo único. Un organismo no tiene enfermedades aisladas, propias de ciertos órganos débiles. Cuando una parte se enferma, es el organismo entero el que está enfermo, y la dolencia hay que tratarla como parte de un todo.
No permitamos que ningún candidato político haga motivo de campaña este asunto. Esto no debe ser materia de un discurso político pasajero y falaz. Esto es asunto de todos y de todas. El asunto debe comenzar a enfrentarse desde el seno materno y recorrer todas las etapas de la educación, y abarcar todos los sectores y rincones de la geografía nacional. Con vigilancia atenta, con cuidado extremo, inteligente, humano, constante. Ahora. No mañana. Ahora.
Creo que todo avance económico no es más que una crasa mentira si la nación colapsa moralmente; si la justicia está comprometida. Que todo alarde de floreciente turismo no es más que una careta ominosa si no hay educación profunda, eficaz y salubridad en los barrios y los campos. Que toda manifestación pública religiosa no es más que una quimera si no respetamos la vida en todas sus etapas y manifestaciones. Que todo avance industrial no es más que cinismo si no cambia también la vida de los pobres. Y que cada mujer asesinada es una puñalada en el corazón de todo el pueblo. Cada niña maltratada es la negación de nuestro ideario fundacional. Y cada vez que la justicia no hace lo que debe, tiemblan los cimientos de todo el engranaje gubernamental, de toda la nación. Si la vida no está primero, el resto es una farsa, una mentira. Y si una mariposa no es cuidada, aparecen los monstruos que afean el paisaje, brota el sinsentido, y se apaga la belleza y la alegría.

Publicaciones Relacionadas