Mark Twain  en el extranjero

Mark Twain  en el extranjero

Poco antes de cumplir los 31 años, Mark Twain dirigió una carta a un corresponsal de Missouri en la que le decía: De la manera en que usted me describe puedo verme tal como era a los 22 años… Usted considera que he madurado algo y doy fe de que buena falta me hacía.

Ha descrito usted a un tonto inmaduro, a un imbécil engreído, a un simple insecto humano que se mueve por el excremento… La ignorancia, la intolerancia, el egoísmo, la presunción, la percepción nublada, un torpe y lastimoso cabeza de alcornoque… Ése era yo a los 19 ó 20 años… (1 de noviembre de 1876). Acaso nos sorprenda que una persona se considere transformada en una década, pero para Twain esto no resultaría nada extraordinario. Como categóricamente declarara en 1887: “¿Cual es la ley más rigurosa de nuestro ser? Crecer. Ni el más pequeño átomo de nuestra estructura moral, mental o física puede quedarse quieto ni un año”. Acorde con ello, Twain utilizará la metáfora del movimiento y los viajes para describir su transformación interior, porque fue un viajero empedernido cuyas peripecias contribuyeron a la profunda evolución de su conciencia como persona y como escritor. Si bien sus amigos, su familia y sus lecturas también calaron hondo en él, no hay mejor indicador de su desarrollo personal que sus cinco importantes libros de viajes.

Mucho era de lo que podía escribir. Son pocos los hombres decimonónicos que puedan igualar milla por milla a Mark Twain. Hablar con detalles sobre todos sus viajes ocuparía tomos. En Estados Unidos viajó de costa a costa, del delta del Misisipi a la ribera norte. Trabajó como operador de imprenta, piloto de barco de vapor, reportero, conferenciante y hombre de letras, y vivió todo tipo de lugares, desde granjas, pueblos pequeños y campamentos de mineros, hasta las grandes ciudades. Mark Twain viajó extensamente fuera de Estados Unidos.

 Vivió temporadas en o cerca de Londres, París, Berlín, Viena y Florencia. Visitó, entre otros lugares, países como Australia, las Azores, Bermuda, Canadá, Sri Lanka, Egipto, Fiji, Gibraltar, Grecia, India, Israel, Jordania, el Líbano, Mauricio, Marruecos, Nueva Zelanda, Pakistán, Turquía, Ucrania, Sudáfrica y Siria. Aunque sus viajes no siempre fueron cómodos o placenteros, emprenderlos le atraía en extremo. Como escribiera en una carta fechada 1867: “todo lo que sé o siento es que me desespera la impaciencia por ¡moverme, moverme, moverme!”.

Seguir la pista de sus movimientos es trazar el crecimiento artístico y ético de un escritor que era tan prolífico como móvil. De hecho, fue su trabajo como corresponsal de un periódico en la década de 1860 lo que convirtió sus viajes en materia de sus escritos. Cada salida era para él una experiencia distinta.  Cuando describe su tiempo como aprendiz de piloto de barco de vapor, dice:

Durante ese breve y riguroso aprendizaje, conocí personalmente y me familiaricé con los distintos tipos de naturaleza humana que abundan en las obras de literatura, biografía o historia… Cuando encuentro un personaje bien definido en una obra literaria o biografía, me tomo un interés personal en él por la sencilla razón de que le he conocido antes: le conocí en el río. (Misisipi, Capítulo 18)

Pero conocer es una cosa y conocer a fondo es otra.  Como reportero, Mark Twain aprendió a investigar, a sondear bajo la superficie, a cuestionar las justificaciones y racionalizaciones del comportamiento humano. Se supone que tenía que formular juicios y ese acto de juzgar le llevaba a observar de cerca, a entender lugares y acontecimientos nuevos desde distintos puntos de vista.      

No fue un camino fácil ni en perfecto estado. El primer importante relato de viaje de Twain, Inocentes en el extranjero (1869), es conocido tanto por su cruda irreverencia hacia Europa, el norte de África y Asia Menor como por su vivo sentido del humor.  Las descripciones que hace de Tánger, por ejemplo, revelan su asombro y deleite. Por otra parte, su conocimiento de los cismas en la historia del Cristianismo y su formación protestante nutren su constante desdén por la Iglesia Católica. La frase del capítulo 25: ¿Por qué no roba a su iglesia? podría ser el título secundario de gran parte del libro.

El descaro, la bravuconería y la irreverencia son reacciones normales de una persona ignorante y, en ese sentido, la burla que hace Twain tanto de las costumbres europeas como de los estadounidenses que se “asimilaban” a ellas son la expresión típica de un viajero principiante. De hecho, generaciones de viajeros han disfrutado de cómo Twain se mofa de “esas molestias necesarias”: los guías turísticos.   Twain compuso Inocentes a partir de una colección de artículos periodísticos que recogían sus impresiones inmediatas. Una vida dura (1872) fue un libro desde el comienzo, lo que le dio la oportunidad de crear el personaje de un hombre más maduro como primera persona narrativa que reflexiona sobre los errores cometidos en sus años de juventud.

De esta manera le fue posible demostrar cómo los viajes por el oeste de Estados Unidos hicieron que el narrador madurara de un novato crédulo y corto de miras, a un observador más sabio y más tolerante del mundo. El humor que distingue al libro coloca sus ideas preconcebidas y negativas sobre el oeste americano frente una realidad mucho más rica. Presenta a sus lectores lo limitadas y atrofiantes que son las presunciones o las suposiciones que se forman tanto europeos como estadounidenses del este del país sobre las demás culturas. En la obra Un vagabundo en el extranjero (1880), Twain regresa al Viejo Mundo. La novela no se revela tanto como una descripción de sus recorridos, sino como un relato amonestador.

Twain indica que cuando imitan a los aristócratas europeos, los estadounidenses ponen en peligro su democracia. Twain vuelve a inventar un narrador cuyas expectativas y comportamiento rígido le colocan en situaciones cómicas, pero a diferencia de Una vida dura, su narrador nunca aprende la lección. El protagonista justifica sus placenteros andares por el mundo como una gran tournée educativa emprendida para conocer las bellas artes. Sin embargo, el título revela la verdad: que un señorito rico y vago que se convierte en copia de un aristócrata es, en realidad, una farsa.

Es una crítica velada, pero muy significativa: Mark Twain no es el feo estadounidense que critica todo lo que no entiende, sino que su narrador demuestra el peligro de las falsas pretensiones. La invención de la persona llamada Mark Twain sirve para advertir que la democracia exige igualdad y compasión. A lo largo de la obra el contacto entre las diferentes culturas da pie a muchas situaciones humorísticas, entre estas el aprendizaje de una lengua extranjera. Como expresara Twain en un apéndice a esta obra en que habla sobre sus esfuerzos para aprender alemán: “Escuché decir a un estudiante californiano en Heidelberg, en uno de sus momentos más sosegados, que preferiría declinar dos tragos antes que un adjetivo alemán”.

La vida en el Misisipi (1883) combina artículos escritos en dos períodos distintos. Twain publicó primero los capítulos 4 al 17 sobre su año como aprendiz de piloto de un barco de vapor en 1875. El resto del libro describe un viaje realizado en 1881 por el corazón de Estados Unidos. Es posible que ninguna otra obra revele más claramente el desarrollo personal de Twain. En este libro acepta que en su infancia y en su juventud formaba parte de la población del Sur de Estados Unidos que tenía esclavos.

Las experiencias vividas le hacen censurar de forma humorística el feudalismo falso de la “causa perdida” (la esclavitud). Twain tiene dos fines políticos: primero, que el tiempo y la oportunidad posibilitan los grandes cambios; y segundo, que no se puede cambiar si no se aprende a observar y a juzgar, a hurgar debajo de la plácida superficie para descubrir la complejidad. En 1881, Twain se convenció de que la Guerra Civil estadounidense había solucionado poco, que el prejuicio racial y la segregación mantenían viva la fantasía de una aristocracia sureña que inhibía el progreso moral y material de Estados Unidos. Era peligroso ventilar públicamente estas cosas en el Sur. El humor amortiguaba la crítica, pero Twain asestó el golpe.

La liberación de los prejuicios fue uno de los asuntos pendientes que ocupó a Twain hasta su último importante relato de viajes, titulado Siguiendo el Ecuador (1897), en el que relata sus experiencias en una gira de conferencias realizada por todo el mundo de 1895 a 1896. Mientras que Misisipi analizaba específicamente el chauvinismo estadounidense, en este libro Twain considera los prejuicios que subyacen el imperialismo europeo.

A menudo atacado por los europeos por su irreverencia hacia el Cristianismo, Twain respondía atacando la hipocresía de sus detractores: “la verdadera irreverencia es la irreverencia hacia el Dios de otro hombre”. Aunque su libro hace un llamado hacia una apreciación más generosa y cosmopolita de las diferencias culturales, intenta explicar, más que preconizar, las variantes culturales humanas. Twain expresa tanto asombro como deleite ante la amplia gama de prácticas culturales que los seres humanos inventan y luego califican como “naturales”.

Si bien estas obras reflejan el desarrollo personal e intelectual de Twain, también revelan su notable coherencia. Siempre intentó comprender el mundo mediante la yuxtaposición de lo que aprendió de los libros y de sus colegas con sus atinadas observaciones y experiencias. Siempre observó el mundo a través de una diversa gama de filtros que incluían de lo compasivo a lo ridículo, y de lo enojoso y burlón a lo gracioso y divertido. Aunque a menudo este enfoque combinado se manifestaba a través de la irreverencia, su resultado fue convertir a Twain en un viajero tolerante y de miras muy amplias. Luego, no debe sorprender que los libros de viaje de Twain figuraran entre los de mayor venta de su época y que aún tengan vigencia en nuestros tiempos.

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