La sociología hace una importante diferenciación entre categoría y grupo social. Mientras la categoría es tan solo un segmento, esto es, un subconjunto matemático del todo social, el grupo posee una estructura interna, un sistema de relaciones entre sus miembros, que incluye objetivos, valores normas “comunes”.
En cambio, la categoría puede tener un conjunto de valores e intereses “semejantes”, pero carece de estructura y propósitos comunes (no tiene un sentido del “nosotros”).
El capitalismo trajo consigo la división del trabajo y la especialización de funciones.
El auge del marxismo se debió en gran medida a que proveyó un esquema para entender los conflictos inherentes a las relaciones entre patrones y obreros, y además proponer un proyecto de identidad y de defensa para los trabajadores industriales, haciendo que los obreros fuesen capaces de convertir sus intereses semejantes en intereses comunes.
Esta estrategia existió en épocas anteriores, cuando grupos étnicos y territoriales la utilizaron para sus proyectos independentistas.
En tiempos recientes, el desarrollo de la mercadotecnia y los medios de comunicación y redes satelitales, han promovido categorías sociales cuyos miembros, en el pasado, no tenían conciencia de su potencial mercadológico y político.
El marketing comercial, primero, y el marketing político, después, elaboraron mecanismos de detección, promoción y “explotación” de dichos segmentos; y de convertir sus intereses en proyectos de participación social y política, para lo cual han desarrollado verdaderas elaboraciones ideacionales y racionalizaciones acerca de sus reales o supuestos derechos sociales y políticos de los nuevos segmentos; que suelen convertirse en agrupaciones sociales y políticas de considerable poder e influencia.
Incluso mucho más eficaces que los de grupos y categorías sociales de mayor arraigo y legitimidad social y política, pero que carecen de organización y representación efectiva, y cuyos intereses sociales y políticos suelen estar diluidos en el contexto de una totalidad amorfa que solo reacciona a supuestos intereses nacionales cuando ocurre alguna real o supuesta amenaza extranjera, mayormente si se trata de cierto tipo de extranjeros.
Algunos de estos nuevos segmentos, producto en gran parte del marketing y la comunicación masiva recientes, salen a la luz pública con consignas de orgullo, en ocasiones exhibiendo sin rubor conductas que suelen merecer repudio general de la población.
Al tiempo de que determinados sectores nacionales e internacionales, partidos o movimientos políticos, comerciales e industriales ven en ellos verdaderas oportunidades de mercado, esto es, targets mercadológicos, blancos de público formidables, electores o consumidores, tratando de atraerlos mediante estrategias tan atrevidas como convertirlos en figuras estelares de “nuevas élites”.
Su objetivo más legítimo es fundamentalmente adquirir y hacer prevalecer derechos constitucionales, ser respetados y tener mayores espacios sociales de consumo y de poder, lo que los hace grupos de interés no muy diferente de otros.
Pero lo que debe mover a especial cuidado es su elaboración de ideaciones que suelen carecer de vínculos con las bases morales de nuestra sociedad, o con proyectos identitarios o que miren al futuro. Sus consecuencias pueden ser inmanejables para un pueblo ya demasiado confundido como el nuestro.