Marmoladas

Marmoladas

VÍCTOR A. MÁRMOL
Matán los ladrones, matán los ladrones», oí que gritaban frente a mi casa en la calle General Valverde, a poca distancia de la entonces Avenida Generalísimo Trujillo, hoy Hermanas Mirabal, de la ciudad de Santiago de los Caballeros. Frente a mi casa vivía la joven Asela Mera, quien 28 años después sería Primera Dama, al contraer matrimonio con el doctor Salvador Jorge Blanco.

Al oír el griterío, salí presuroso a la galería de mi casa. Yo tenía 11 años de edad y me disponía llevar el almuerzo a mi madre que estaba en una pequeña tienda situada en la avenida Valerio.

Sin pensarlo, dejé el almuerzo en manos de una prima que mi mamá tenía en la casa para ayudarla en los oficios domésticos, y corrí detrás de todos los mozalbetes y adultos que se dirigían hacia la «Avenida Generalísimo» para luego tomar la otra avenida que popularmente se le llamaba «gurabito», hasta llegar al campo de tiros del Ejército, detrás del antiguo play, donde fueron «ejecutados» los delincuentes.

Cuando llegué al lugar, había mucha confusión, un ardiente sol y mucho polvo provocado por las correrías de los curiosos que querían ver «los ladrones muertos».

Se trataba de 14 hombres y 4 mujeres que habían sido muertos por las balas de los fusiles «de los guardias de Ludovino», que custodiaban los reos mientras realizaban trabajos públicos por la condena de 30 y 20 años de prisión, al ser encontrados culpables del más grande robo ocurrido en el país hasta ese entonces.

El 6 de noviembre de 1954, en horas de la mañana, un grupo de hombres jóvenes penetraron al local del The Royal Bank of Canadá, que se encontraba ubicado en una vieja edificación en la entonces calle Presidente Trujillo, hoy calle El Sol. Era sábado y el Banco no ofrecía servicios al público.

Los ladrones mataron dos mensajeros, hirieron al contador, señor Julio Zeller y obligaron a otros empleados a entrar a la bóveda. En cuestión de minutos cargaron con la suma de RD$149,268,01, y a los cuatro días del suceso todos los participantes estaban detenidos, por la rápida actuación de los organismos represivos del régimen, cumpliendo «instrucciones precisas del Jefe».

Ludovino Fernández, un rudo y valiente coronel del Ejército, era el jefe de ese departamento en Santiago. Tenía fama de que donde él estaba no podían actuar los ladrones; odiaba terriblemente a estos delincuentes.

Durante su permanencia en Santiago, aparecían muertos, de vez en cuando, conocidos ladrones, cuyas muertes eran atribuidas al coronel Fernández.

Tras el robo al Banco, el militar «lucía indignado, frenético», como lo describe Héctor Pérez Reyes, en una breve biografía del famoso guardia.

Cuando yo llegué al lugar acompañado de varios muchachos, un señor se nos acercó y nos advirtió: «Tengan cuidado que ese señalando un militar  es el coronel Ludovino».

Miramos hacia donde estaba el oficial, y pudimos ver cómo iba dejando entrar a unos señores con sacos y corbatas, y a los curiosos que querían pasar al sitio donde estaban tirados en el suelo los muertos. Nunca se me ha borrado de la mente, la escena trágica y la de uno de los muertos sin zapatos, a quien según rumores se los quitaron «porque eran buenos».

Los militares que custodiaban a los ladrones, según el coronel Fernández, «tuvieron que tirarles porque trataron de escapar». Mi padre me dijo que eso no era verdad, sino que le aplicaron la llamada «ley de fuga».

El principal de los malhechores era Eudes Bruno Maldonado Díaz, un homosexual quien tenía 27 años de edad, y sus hermanos Marima Maldonado Díaz, Normandia Inés Maldonado Díaz, Vinicio Manuel Altagracia Maldonado Díaz, Ramón Emilio Maldonado Díaz, Félix Rolando Maldonado Díaz, Horacio Nelson Maldonado Díaz.

También participaron José Ulises Almonte y Almonte, Bienvenido Antonio Pichardo Zeleme, Evaristo Benzan Carmona, Luís Emilio Sosa, Cristóbal Martínez Otero, José López, Ricardo Christopher, Franklin Christopher y Luz Filomena Taveras Ventura. Al señor Luís María Torres Peña, quien había prestado el carro Ford en donde se cometió el hecho, se le acusó de cómplice, así como a María Modesta Báez de Almonte.

José Ulises Almonte salvó la vida el día del «fusilamiento», porque un día antes lo enviaron a la capital. No se supo nada de él.

La familia de Eudes vivía a una cuadra de mi casa, en la antigua calle Julia Molina a esquina General Valverde, frente al parque Ramfis, hoy Plaza Valerio. Yo presencié en una ocasión, la figura de un indio pintado en un cuadro que adornaba la sala de la casa.

Los acusados admitieron haber cometido el robo bajo la influencia «del Príncipe Carmelo».

Eudes eran un practicante de la hechicería, y creía ciegamente «en los seres». Tenía gran talento y era el que dirigía el grupo y organizaba las prácticas de brujerías, en una de las cuales les dijo al grupo que «podrían hacerse de una buena suma de dinero atracando un banco». Y le creyeron.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas