Marmoladas

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VÍCTOR A. MÁRMOL
Con la llegada de Luis Julián Pérez al Banco Central en la mañana del 17 de agosto de l986, su vida  comenzó a cambiar.  Largas horas de labores, inmensas responsabilidades, incomprensión de los grupos empresariales, y hasta falta de apoyo y solidaridad del propio presidente Joaquín Balaguer, tuvo que afrontar  el eminente  hombre público desde el mismo momento en que decidió a poner las cosas en reglas en el Banco Central. 

Evadiendo todos los obstáculos, don Luis se entregó de cuerpo y alma a sanear la institución y a trazar pautas para el ordenamiento de la economía nacional, dejada casi en ruinas por el gobierno anterior.

Asesorado por brillantes economistas, entre los cuales se encontraba el hoy gobernador Héctor Valdez Albizu, entonces subgerente de política monetaria, y quien ocupaba un modesto despacho junto al también economista  Eligio Bisonó, Luis Julián Pérez comenzó a desarrollar  una labor a todas luces transparente en defensa de los mejores intereses de la nación.

Héctor Valdez desempeñaba sus funciones con bajo perfil.  En la institución había  lo que muchos funcionarios denominaban  “islas de poder”.   Yo viví esa situación y me preocupaba para mantener al gobernador atento a las “travesuras de algunos funcionarios contra otros”.    Don Luis y el gerente general, Donato Brea Domínguez, buscaron el asesoramiento de Héctor Valdez, reconociéndole su capacidad y sus funciones ejecutivas.   Antes de yo ir todos los días al Despacho del Gobernador, visitaba la oficina de Héctor Valdez, y tomaba un café con él.  Siempre nos reciprocamos afectos y amistad.

De estos 60 años de aniversario, más de la mitad lo ha dedicado Valdez Albizu a su engrandecimiento.  Es justo que esa institución, con la Junta Monetaria a la cabeza, le rinda un reconocimiento a este brillante economista que con su labor al frente de esa entidad ha podido contribuir a la estabilidad económica de la nación.

Durante la permanencia de don Luis en el Banco Central, recuerdo el día histórico para él y para quienes lo acompañábamos, cuando en forma cortés, pero enérgica, se  paró de su sillón y le pidió al entonces embajador norteamericano Paul D. Taylor que se retirara de su despacho, porque consideró que éste trató de asumir una postura de ingerencia en los asuntos del Banco Central.

Mario Méndez, economista, que cubría la fuente del banco para el periódico Hoy, revela en su obra Reformas y Lucha de Intereses, que don Luis  le manifestó al embajador que el país tenía sus autoridades a las cuales correspondía decidir qué hacer.

Otro día histórico para don Luis fue cuando en un viaje a Washington, a principios de 1987, les advirtió a los miembros del Fondo Monetario Internacional y del Tesoro de los Estados Unidos, que bajo ninguna circunstancias iba a firmar acuerdos “que implicaran que los recursos que debía destinar el país para salir del subdesarrollo se utilizaran para el pago de la deuda externa”.   La deuda en ese entonces, según publicaciones del propio Banco Central, ascendía a US$3,719.5 millones.

  Dos hechos lamentables tuvo que afrontar don Luis  desde su posición como Gobernador del Banco.  El primero de ello fue su interpelación por parte de los legisladores, apoyados soterradamente por el propio Balaguer, para que explicara por qué la llamada prima del dólar estaba subiendo. Su discurso fue enérgico y responsable, denunciando los gastos fiscales excesivos del Gobierno en las obras, y a las especulaciones de los bancos de cambio, así como de empresarios ligados  a bancos comerciales y financieras.

El otro hecho fue la sesión que presidió  con los miembros de la Junta Monetaria en el propio Palacio Nacional, frente al presidente Balaguer, en donde enumeró los problemas  económicos que afrontaba el país.  Balaguer se disgustó con Luis Julián Pérez, y éste con el propio Balaguer, rompiéndose unas relaciones de muchos años con su renuncia  el 24 de octubre de 1987, a los pocos días de celebrarse la sesión.  Hasta la hora de su muerte, esas relaciones se mantuvieron cerradas.

 Recuerdo que Rafael Bello Andino me llamó el día en que falleció  don Luis  para preguntarme  su dirección,  pues yo había llamado a la residencia del ex mandatario para dar la infausta noticia.

 En una oportunidad, el doctor Balaguer me recibió para hablar  un asunto sobre la Plaza de la Salud y me dijo que la muerte de don Luis le conmovió. Los dos quedamos unos segundos en silencio, y no le contesté.  Preferí tratar el asunto por el cual había acudido a su casa.

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