Marta Hillers o “las piernas que caminan”

Marta Hillers o “las piernas que caminan”

“Porque aunque derrotada nunca se entregó”

Hans Magnus Enzensberger

Como la mujer de “Diatriba de amor contra un hombre sentado” ese monólogo escrito por Gabriel García Márquez que Graciela Dufau interpretó en Casa de las Américas en La Habana de los setenta, yo venía sosteniendo un monólogo con hombres de mi pasado. Con hombres de la Argentina, de Centroamérica, del Caribe, con hombres de otras épocas, hasta imagino que con ancestros que nunca conocí pero adiviné por la vida de las mujeres de la familia.
Y así como Graciela Dufau sentó a su hombre innominado en un monólogo en La Habana yo lo hice con los hombres de mi vida, de mis dos familias, los repensé en la niñez, la adolescencia, en la juventud, en la madurez y ahora en la vejez, los pensé a mis hijos, los senté imaginariamente y les pregunté cosas ahora que rondan los 40 años aunque no me contestarán porque están muy lejos.
Con quién ajustaba cuentas, a qué hombres de mi pasado les preguntaba cosas para que confluyera toda mi ira, mi pena, mi diatriba contra ése hombre con mayúscula que nos acota por ser mujeres.
Era mi ajuste de cuentas en resumidas cuentas con lo masculino. El 5 de agosto de 2009 mandé un correo electrónico a un hombre de mi pasado argentino. Durante unos meses intercambiamos noticias. Después escribí tres o cuatro historias de vida y se las envié. Cuando llegó la respuesta era una furia desatada, una ofensa horrible por haberle puesto en la cara el espejo de ese hombre siniestro y depredador que es una de las tantas caras de los hombres en la sociedad argentina de los últimos cuarenta años. Creo que lo que más lo ofendió fue el tono de humor, de burla o de sátira.
No le gustó la imagen reflejada en el espejo. Entre las muchas cosas que me dijo me tildó de “cobarde y vil”.
Su reacción airada y ofendida me recordó a “Anónima” y la historia de esta escritora y periodista alemana excepcional.
Marta Hillers nació el 26 de mayo de 1911 en Krefeld, Imperio Alemán y murió el 16 de junio de 2001 en Suiza. Estudió en la Sorbona de París, hablaba francés, ruso y alemán. Fue una periodista profesional autora del libro autobiográfico “Una mujer en Berlín” donde transcribe su diario desde el 20 de abril al 22 de junio de 1945 en Berlín, mientras se libraba la “Batalla de Berlín”, entraba el Ejército soviético y las violaciones a las que fueron sometidas las mujeres alemanas se sucedían ininterrumpidamente. Historiadores que han trabajado ese tema muchos años después dicen que las violaciones llegaron a dos millones de alemanas.
En el prólogo del libro, Hans Magnus Enzensberger dice que no es una casualidad que un libro tan extraordinario como “Anónima. Una mujer en Berlín” estuviera marcado por un destino fuera de lo común.
Los “garabatos íntimos” que realizó entre abril y junio de 1945 en tres cuadernos de notas (y algunos trozos de papel añadidos con precipitación) la ayudaron, más que nada, a mantener un vestigio de cordura en un mundo de devastación y crisis de los valores morales.
Se trata, literalmente, de “memorias del subsuelo”, escritas en un refugio antiaéreo que también debía ofrecer protección contra el fuego de artillería, el pillaje y las agresiones sexuales del victorioso Ejército Rojo.”
Lo llamativo de la repercusión del libro es que fue silenciado y ella fue tildada de “desvergonzada” por haber puesto en evidencia la cobardía de los hombres alemanes ante la violación de sus mujeres por los rusos.
(…) “Obviamente, el público alemán no estaba preparado para enfrentarse a ciertos hechos desagradables. Uno de los pocos críticos que lo reseñó se lamentó de lo que dio en denominar “la desvergonzada inmoralidad de la autora”. No era de esperar que las mujeres alemanas hicieran mención de la realidad de las violaciones; ni que presentaran a los varones alemanes como testigos impotentes cuando los rusos victoriosos reclamaban a sus mujeres como botín de guerra”.
El libro fue acogido con hostilidad y silencio. Por las inclinaciones políticas de “Anónima”, su fino sentido del humor, su mirada carente de autocompasión, con su mirada fría hacia el comportamiento de sus compatriotas antes y después de la caída del régimen, rechazó la complacencia y la amnesia de la posguerra.
En el relato de una de las tantas violaciones y mientras recorre Berlín en busca de leña o de comida, se ríe de su situación, del hambre y el frío que tiene. Va a un consultorio de enfermería del barrio bombardeado porque apenas puede caminar del dolor en la vagina por las reiteradas violaciones y cuando regresa, recoge diente de león para hacerse una comida con las papas que le acaban de dar de ración, recita un poema y totalmente deshumanizada se llama a sí misma “las piernas que caminan”.
En los años setenta, el clima político había cambiado y comenzaron a circular por Berlín fotocopias del texto, que hacía ya tiempo que se encontraba agotado. Los estudiantes del mayo francés del 68 las leyeron y las adoptó el floreciente movimiento feminista.
Al morir en 2001, su libro pudo al fin reaparecer tras un paréntesis de cuarenta años y la situación política en Alemania y Europa sufrió cambios fundamentales que permitieron aflorar toda clase de recuerdos reprimidos por la memoria colectiva.
Fue posible discutir temas que habían sido considerados tabú durante mucho tiempo.
El editor dijo de ella: “Ella es una implacable observadora que no se deja llevar por el sentimentalismo o los prejuicios. Aunque no era del todo consciente de la enormidad del holocausto, vio claramente que los alemanes habían revertido en sí mismos el sufrimiento que habían infligido a otros. A través de las pruebas a las que la sometió el siglo que le tocó vivir, mantuvo no sólo la entereza de su orgullo, sino también un sentido de la decencia muy difícil de encontrar entre las ruinas del Tercer Reich”.
Luis Fernando Moreno Claros escribió en “Letras Libres” un análisis del libro, de su autora y del momento histórico, dice: “La crueldad de los rusos con los civiles y, principalmente, aquellas violaciones en masa fueron la razón de que los alemanes prefirieran ser vencidos por los americanos o los ingleses antes que caer en manos de los soviéticos. El ejército americano o el inglés -salvo en casos aislados- jamás cayó en semejantes desmanes. Los rusos, en general más primitivos, incultos y abotagados por la ideología estalinista, excesivamente limitados en su visión del mundo, empobrecidos mayoritariamente por el comunismo, reprimidos sexualmente en un Estado que despreciaba el erotismo, se comportaban en la rica y civilizada Alemania como bestias desatadas; en cambio, los soldados de los ejércitos americano y británico, educados en Estados de arraigada tradición democrática, en los que la vida humana -al menos teóricamente- se valoraba por encima de cualquier otro bien, se comportaban con mayor fiabilidad en lo que se refiere al respeto físico del enemigo vencido”.
(…) Una mujer en Berlín no agradó en Alemania cuando se publicó por primera vez en 1957 (poco antes, en 1954, había aparecido en versión inglesa, y, en seguida, el libro fue traducido a varios idiomas más, entre ellos el español).
Los hombres alemanes se sintieron incómodos, y también muchas mujeres. El relato aireaba aquello que era mejor mantener oculto, por pudor y vergüenza. Era mejor olvidar por el bien de todos, y de repente aquel libro se empeñaba en recordar”.

Santo Domingo, domingo, 6 de enero 2019.

 

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