¿Existe la buena suerte? ¿Y la mala? ¿Es posible hacer que nos juegue a favor y no en contra? ¿Hay manera de torcerla en nuestro beneficio?
Existe, eso sí, un libro perfecto para hoy, ideal para quienes le temen a un martes 13, a pasar por debajo de una escalera, a romper un espejo o a cruzarse un gato negro: El factor suerte, del escritor y periodista estadounidense Max Gunther.
Publicado por primera vez en 1977 y, desde entonces, un bestseller internacional, El factor suerte es una guía para encontrar la buena fortuna que muestra cómo algunas personas se vuelven más afortunadas que otras al ajustar sus vidas a ciertos patrones característicos.
“A través de un recorrido por las historias y teorías más fascinantes de la buena fortuna, desde las matemáticas hasta la magia, Max Gunther revela la verdadera naturaleza de la suerte y cómo gestionarla en nuestro beneficio” puede leerse en la introducción. El autor invita a quienes les preocupa su mala suerte en un viaje urgente, ¡antes de que se ponga peor!
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Así empieza “El factor suerte”
Los benditos y los malditos
Algunas personas son más afortunadas que otras. Esa es una frase con la que pocos estarían en desacuerdo. Pero es como la sopa al inicio de una comida: por sí misma no satisface. Debe ir seguida de algo más, y es entonces cuando comienzan las discusiones.
¿Por qué algunas personas son más afortunadas que otras? Esta es una pregunta de enormes proporciones, pues explora las convicciones fundamentales de las personas respecto a sí mismas, sus vidas y sus destinos. No hay un acuerdo sobre este interrogante, nunca lo ha habido y quizá nunca lo habrá. Algunos creen saber las razones para la buena y la mala suerte. Otros están de acuerdo en que debe de haber las, pero dudan de que sea posible conocerlas. Y otros dudan incluso de que haya razones.
Y así se inicia el debate.
Eric Leek, barbero y estilista, ha pensado mucho sobre la suerte últimamente, pues esta llegó a su vida sin proponérselo y alteró de forma radical su curso. Ansioso por escuchar su filosofía, lo busco en su casa en North Arlington, Nueva Jersey. Tengo una dirección, pero no creo que sea la correcta. Se trata de un edificio de apartamentos sin ascensor ubicado sobre algunas tiendas en una calle vieja y decadente. Junto a una farmacia, encuentro una puerta desvencijada y sin numerar que, supongo, es la dirección de Eric Leek. El buzón metálico abollado en el pasillo no tiene nombre. Al subir unos escalones de madera que crujen, encuentro otra puerta sin número. Con la esperanza de estar en el lugar correcto, llamo.
Eric Leek me hace pasar. Es un hombre alto, delgado y guapo de veintiséis años, con cabello castaño claro y bigote. El apartamento es viejo pero está bien cuidado. Leek me presenta a su amiga Tillie Caldas, quien insiste en traerme una botella de cerveza porque, según dice, le incomoda ver a un invitado sentado sin nada en la mano. El tercer miembro del hogar es un pequeño y amistoso gato pelirrojo y blanco, que me presentan como Keel: Leek escrito al revés. Eric Leek menciona que su nombre completo escrito al revés es Cire Keel, y que cree que hubo un hechicero medieval con ese nombre. Piensa que es posible que él sea la reencarnación de Cire Keel.
Pasamos al tema de la suerte.
—Me preocupa hablar sobre la suerte —dice—, porque cuando lo hago, algunas personas piensan que soy raro. Mi opinión al respecto es principalmente religiosa, o mística, si lo prefieres. Creo que la buena suerte llega a la gente que está lista para ella y que la usará de manera desinteresada para ayudar a otros. No creo que llegue con frecuencia a los codiciosos. Como regla general, la gente más codiciosa que conozco también es la más desafortunada.
Leek tendrá una amplia oportunidad en los próximos años de demostrar su sinceridad. El 27 de enero de 1976, este joven desconocido se volvió sorprendentemente rico de la noche a la mañana. Ganó una lotería especial del estado de Nueva Jersey con motivo del año del bicentenario, y su premio fue el mayor jamás otorgado en cualquier lotería en la historia de la nación: 1.776 dólares a la semana, es decir, poco más de 92.000 dólares al año, de por vida. Él y sus herederos, si es que fallece antes de forma inesperada, tienen garantizados por lo menos un total de 1,8 millones de dólares.
El billete ganador, que le costó un dólar, fue uno entre 63 millones en el sorteo.
—Sé cuál es la pregunta —continúa—, ¿por qué ganó ese billete? Entre toda esa gente, ¿por qué yo? No creo que solo fuera algo que ocurrió al azar. Hay una razón para todo lo que ocurre, incluso si no podemos verla siempre. Hay patrones…, hay algo que guía nuestras vidas.
Dice que siempre ha tenido suerte.
—Nunca me he preocupado mucho por el futuro porque, para mí, siempre parecía que él se encargaba de sí mismo. Es una de las razones por las que nunca he «sentado la cabeza», como se suele decir.
A lo largo de su vida ha sido cantante y actor (algo que se ve en su forma suave y precisa de hablar), taxista, albañil y barbero.
—Siempre tuve un fuerte presentimiento de que en mi vida se produciría un gran cambio más o menos a esta edad. No tenía prisa por encontrarme a mí mismo porque sabía que pasaría algo que lo cambiaría todo, y de ese cambio surgiría la orientación.
—¿Sentías que conocías el futuro? —pregunto.
—De un modo vago, sí. Tillie y yo somos semiclarividentes.
—Es cierto —interviene Tillie—. Unas semanas antes de que todo esto ocurriera, soñé que estaba con un hombre de cabello claro que ganaba una fantástica cantidad de dinero. Pero es gracioso: al principio no conecté el sueño con Eric. Eso pasó después. Justo antes del sorteo, me di cuenta de repente de que estaba segura de que ganaría.
—Al final, yo también estaba seguro —dice Leek.
Recuerda que la aventura comenzó sin una pista premonitoria de su desenlace.
—En realidad no pensé en la posibilidad de ganar nada. La recaudación de la lotería se entregaría a un fondo estatal de educación, y compré los billetes porque me pareció una buena causa. Creo que compré unos cuarenta en el transcurso de varios meses, siempre que tenía un dólar de sobra. La lotería estaba organizada de modo que para el gran sorteo fueran elegidos cuarenta y cinco finalistas. Un día leí en el periódico que los nombres de los finalistas se anunciarían al día siguiente, y le dije a un amigo: «Mi nombre estará en esa lista». Fue un chiste, pero no una broma, si es que eso tiene sentido. En cierto modo pensé que era verdad. Y, desde luego, lo fue.
Entonces, el número 10 entró en la historia. Leek considera que el 10 es su número de la suerte.
—Nací a las diez del décimo día del décimo mes. La mayoría de las cosas buenas que me pasan tienen un diez en alguna parte. Por ejemplo, conocí a Tillie un día 10.
En el día del sorteo final de la lotería había un buen augurio: 27 de enero. Los tres dígitos de esa fecha, 27/1, suman diez. Otro augurio numérico apareció durante el sorteo mismo, que se llevó a cabo en un auditorio universitario con la mayoría de los finalistas presentes. Fue un procedimiento teatral y complicado, que se alargó deliberadamente para incrementar el suspense. En una de las etapas de este largo proceso, el nombre de Leek llegó a la «posición» marcada con el número 10. Dice que en ese momento supo que ganaría.
¿Qué hará con el dinero? De momento su plan más importante es abrir un centro juvenil en North Arlington.
—Para evitar que los niños se metan en problemas. Verás, mi buena suerte se va a convertir en la buena fortuna de algunos niños que todavía no conozco.
¿Cree que seguirá siendo afortunado? De momento, sí. Poco después del sorteo, llevó a Tillie a Acapulco y, sin saberlo, el hotel le asignó la habitación que él podría haber pedido: 1010. Al volver a Nueva Jersey unas semanas después, asistió a una reunión del sindicato de barberos. Se celebró un sorteo. Como entonces Leek ya era una estre lla local, le pidieron que sacara el nombre del ganador de una urna colocada sobre su cabeza. El nombre que sacó fue el suyo.
Quién es Max Gunther
♦ Nació en Inglaterra en 1927 y murió en Estados Unidos en 1998.
♦ Fue escritor, editor y periodista.
♦ Escribió más de una veintena de libros, varios de ellos bestsellers, como El factor suerte y Los axiomas de Zurich.