Martha Pérez – ¡Viva la violencia!

Martha Pérez – ¡Viva la violencia!

¡Qué viva! Es la consigna que debiera levantar permanentemente el pueblo dominicano en esta controversial campaña electoral, afortunadamente ya en la recta final, en que las acciones de los que se disputan el control del poder se enrrumban por un camino contra el natural modo de proceder.

Esas acciones, mayormente matizadas por la desesperación de reeleccionistas, por un lado; de perredeístas que conforme a las encuestas saborean la derrota, por el otro; y de peledeístas que igualmente desde ya paladean el sabor a victoria, están conduciendo hacia un rumbo peligroso que puede convertir el más significativo acto de expresión democrática en un verdadero caos, sin nombre ni apellido. Y la sociedad dominicana debe mantenerse en alerta ante la soterrada afluencia de maldad, de egoísmo, de fanatismo, de venganza, que disfrazada de sutiles amenazas de campaña sucia, pretende convertir el final de la campaña electoral en ofensa, difamación, injuria, perversidad, luto y dolor. No ha sido preciso la tregua en la Semana Mayor motivada por el Cardenal López Rodríguez, asumida y prometida respetar por la dirigencia de los partidos políticos y sus respectivos candidatos, que al parecer no pudieron transmitir a tiempo la misma voluntad a la enardecida militancia, en especial la de aquellos partidos y candidatos menos favorecidos por las encuestas.

Tampoco ha sido preciso el consabido respeto a la condición ajena, al derecho del otro, a la libertad individual, como elemento de la libertad colectiva que correlaciona los derechos del pueblo. La más mínima cuota de sacrificio, de humildad, de respeto, de seriedad, ha sido relegada para asumir poses cualquierizadas (muy de moda el término), arrogantes, irrespetuosas y pedantes; cualidades que construyen un monumento a la indiferencia y a la irresponsabilidad de quienes pretenden aferrarse del poder y hasta del Estado, sin importar el costo social y económico que su afanosa lucha conlleve. Porque la apetencia insaciable no les permite ver más allá de sus intereses personales, grupales o tendenciales; y consecuentemente, la mejoría del país no la conciben por y para el pueblo sino por y para sí. Es esta una forma violenta de la conducta porque se manifiesta una actitud parcializada y sectaria; y cuando tras esa búsqueda se expresa por la boca lo que no se lleva en el sentimiento, en el corazón; o se manchan honras ajenas; o se cambia la realidad; o se usan calificativos alejados de los buenos modales y de los escenarios apropiados, que además se convierten en una doble vía que empaña condiciones personales y políticas, así como investiduras; es una forma violenta del lenguaje que denosta más de quien la usa que en contra de quien se usa. Y que sobre todo, exige volver al modo civilizado de expresarnos, máxime cuando de figuras públicas se trata, que naturalmente, deben ser ejemplo de lo que representen y de sus representados.

Los partidos y líderes políticos por lo general se hacen blanco de estas actitudes cuando de campaña electoral se trata, porque todavía la cultura partidaria dominicana, la cultura política no ha avanzado con los nuevos tiempos como para superar viejos esquemas que cada fin y comienzo del cuatrenio gubernamental se repiten como cintas pregrabadas. Esa cultura política atrasada ha pretendido a través del tiempo introducir una nueva expresión al diccionario proselitista: «los muertos de campaña», que por ser tales, «no se pagan», o muchas veces se pretende «cambiar» el dolor familiar por la declaración de heroicidad de la víctima; y/o asignándoselo a algún símbolo partidario para la memoria, en calidad de victimario, cuando las manos de la justicia por alguna razón no «pueden» o no «quieren» llegar hasta las últimas consecuencias; y por lo general corresponderá al partido en la preferencia del electorado. Y cuando las evidencias de los hechos resultaren tan contundentes que hacen imposible lo anterior, entonces se disfraza la culpabilidad o se distribuye entre las partes «afectadas», tendiendo a recurrir a los chivos espiatorios. ¡Vaya manera, también violenta, de manejar la justicia!.

Los recientes acontecimientos del Domingo de Resurrección en Los Alcarrizos, debieran servir de parangón tanto a los partidos políticos y su militancia, como a los incumbentes de la justicia, para hacer un alto y partir por el rumbo hacia la concientización. ¿Por qué hacia la concientización?, sencillamente, porque los primeros deben asumir con responsabilidad un verdadero liderazgo hacia su militancia que muchas veces en tiempos como estos, se olvidan de su disciplina partidaria, de su rol de militante y se dejan dominar por el fanatismo; y los segundos, porque, independientemente de las voluntades, condiciones humanas y profesionales de los actuales incumbentes, en nuestra justicia siguen ocultándose entuertos. Es saludable que el Procurador General de la República Víctor Céspedes Martínez a los dos días del repudiable hecho, haya anunciado que los crímenes en la campaña política no quedarán impunes; además de que, según lo publicado por la prensa, identificó a responsables de estos acontecimientos en Los Alcarrizos; pero lo más saludable sería que el peso de la Ley se aplique a estos responsables. Así se concientizaría a los que pretendan repetir estas prácticas repudiables que en modo alguno contribuyen con el avance de nuestro sistema democrático. De lo contrario, de ahora en adelante la unánime consigna será ¡viva la violencia!

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