Invitado a la IX Feria del libro de Santo Domingo, Martín Prieto (Rosario, 1961) vino a dictar una conferencia sobre su libro recién editado por Santillana bajo el sello Taurus: Breve historia de la literatura argentina. Tarea difícil la de organizar en un sólo corpus material tan diverso, Prieto quien es poeta y académico se propuso prescindir de tecnicismos para ofrecer, con un lenguaje claro, «un útil instrumento para un público amplio, no restringido a los expertos».
¿A quiénes va dirigido tu libro?
-Yo digo que mi libro no es un libro para expertos y con ello quiero decir que no es sólo para universitarios. Está dirigido a lectores de literatura argentina y también a lectores de literatura latinoamericana que consideren a la producción de mi país como uno de los engranajes importantes de la literatura continental. A pesar de que soy un profesor universitario traté de no construir esta historia con la aridez propia del discurso académico, de modo tal que el libro puede ser leído como un relato, como una narración. Mi intención fue hacer un libro con cierta autonomía que no obligara al lector a ir todo el tiempo hacia afuera de éste para enterarse de qué es lo que realmente quiere decir.
¿Es un libro que se pueda leer, digamos, a salto de mata?
-Sí, claro. Se le puede ir entrando por los costados, para estudiar el romanticismo o la literatura gauchesca y leerlo de manera desordenada o lineal, según las prioridades de cada quien.
Novedad y productividad normaron tu criterio para hacer la selección de autores y obras
-En cualquier literatura nacional, son los textos nuevos y simultáneamente productivos los que logran cambiar la tradición. A partir de esos libros productivos es que cambia la forma de leer la literatura del pasado y que cambia, también, la forma de escribir la literatura del futuro. En ese sentido, en el caso argentino, los cuatro grandes alternadores de corriente han sido José Hernández, el autor del Martín Fierro, Domingo F. Sarmiento, autor de Facundo, Roberto Arlt, autor de Los siete locos y naturalmente Jorge Luis Borges, en la segunda mitad del siglo XX.
Revisando el índice, ¿con qué abres y con qué o quiénes cierras?
-Aunque la literatura argentina inicia realmente con las obras gauchescas de la segunda década del siglo XIX, éstas no surgen de la nada sino que tienen sus antecedentes y por eso abrí con las primeras crónicas. Hay que decir, sin embargo, que el Río de la Plata era un lugar muy poco atractivo para los conquistadores porque sólo había barro, agua y tribus en grado de civilización muy diferente al de las culturas que los españoles se encontraron en lo que después fueron México y el Perú. No había oro, no había minerales y eso hizo que en un virreinato, digamos, de segunda, llegaran adelantados también de segunda y ello se tradujo en que lo que se escribía, las crónicas, también fueran muy pobres. Así que el libro abre con ese anecdotario sobre el Río de la Plata: crónicas básicamente sobre la antropofagia y las muertes, y termina con las obras escritas a mediados de los años 80.
¿Por qué no incluiste obras posteriores?
-Porque para hablar de productividad es necesario que los historiadores tengan una perspectiva de las obras y eso sólo lo da el tiempo. No dejé de incluirlos porque desconozca lo que se está escribiendo en la Argentina ahora. De hecho en esta Feria del Libro se han dado mesas sobre la literatura argentina contemporánea. El excelente poeta dominicano León Félix Batista dio una charla sobre la nueva literatura argentina. Están sucediendo muchas cosas en la nueva narrativa de mi país pero no tenemos todavía una perspectiva histórica para ver qué es lo que va a pasar con esas obras.
Allí está el caso de Rayuela, de Julio Cortázar.
-Sí, en mi libro trabajo el caso de esta novela tan querida en América latina. Una vez que se publicó y parecía una gran novedad, ya cuando los críticos se dedicaron a estudiarla pasado el furor descubrieron que, lejos de ser una novedad, era más bien lo contrario: el hermoso final de la experiencia de la novela vanguardista que nació en los años 20.
Tanto de Cortázar como de Borges se comenta mucho. Actualmente ¿es más lo que se habla de ellos que lo que se les lee?
-Todo gran autor y todo gran texto genera una mitología a su alrededor y muchas veces el relato de esa mitología, que es más primario, tiene mayor y mejor circulación que la obra misma. Sucede, sí, con Borges y Cortázar como sucede con El Quijote.
En tu libro señalas que la enorme calidad literaria de Borges obligó a quienes venían atrás a exigirse más y a escribir mejor.
-El que me reveló esa realidad, durante mi trabajo de investigación, fue un periodista de principios del siglo XX, Roberto Pairó, quien, en un libro de memorias asienta que aunque se hablara bien o mal del poeta nicaragüense Rubén Darío en la Argentina, lo cierto es que, a partir de él, «todos trataban de escribir mejor». Así que, cuando aparece un autor extraordinario en una literatura, como en el caso de Darío en el panorama latinoamericano o de Borges en el argentino, todo lo que está alrededor levanta y se produce una multiplicación de la exigencia. Bioy Casares, por ejemplo, borró de su bibliografía los primeros cuatro o cinco libros que escribió antes de conocer a Borges. El tipo ya era un escritor pero a partir de que conoció a Borges pasó a ser otro escritor
En tu libro mencionas varias veces a Pedro Henríquez Ureña
-Sí, sobre todo en lo que se refiere a su contribución intelectual cuando formó parte del núcleo fundador de la revista Sur, de Victoria Ocampo, en los años treinta, cuando esta revista tenía un proyecto americanista y cuando el americanismo era un problema en el cual estaban pensando los intelectuales. Hoy daría la impresión que ya no es un asunto que les preocupe a los intelectuales latinoamericanos. Creo que dejaron de hacerlo desde los años 80 y hasta este 2006, en que los pensamientos parecen haberse concentrado en naciones y no en continentes.
Prieto Martín, Breve historia de la literatura argentina, Taurus, Buenos Aires, febrero 2006, 568 pp. De venta en las principales librerías.