Marx y Freud y la autoridad intelectual de los pensadores judíos

Marx y Freud y la autoridad intelectual de los pensadores judíos

“No me vuelvas a hablar más del crucificado ése. Por su causa mi gente ha sufrido demasiado”. Patricio se quedó pálido, incapaz de creer lo que tan enfáticamente le decía Rebeca. Él, un puritano, descendiente de católicos irlandeses; su padre, un médico famoso, por sus aportes a la medicina y su filantropía. Esta bella judía era su primer intento durante los tres años de universidad. Se entristeció mucho, pues él solo se casaría con una muchacha que fuera creyente.

En esos años, en Chile como en toda América Latina estaban de moda Marx y Freud, Fidel y Che Guevara. Engels y Freud eran las autoridades acerca del origen de las creencias religiosas. Durante el siglo 19 y en la primera mitad del 20, la persecución de los judíos había arreciado en Europa Oriental y Central. Abundan las historias desgarradoras de músicos como Mahler, intelectuales como Marx y Freud, y docenas de científicos e intelectuales brillantes, que fueron abrumados por las luchas políticas y religiosas en las que los llamados cristianos, católicos o protestantes, abusaron de estas gentes indefensas.

Probablemente no haya un siglo de historia moderna que no tenga episodios de maltrato a los judíos: Inglaterra, en los 1200; España, 1400-1500. En siglos siguientes, en Rusia, Polonia, Austria, Checoslovaquia, Alemania y demás países. Cuando para supervivir se convertían, eran despreciados y acosados por sus propias gentes. Con el alma desgarrada por las persecuciones, muchos de ellos llegaron a rechazar toda religiosidad y toda creencia. Paradójicamente, ese drama espiritual, psicológico y social dio mucha luz al mundo sobre las perversidades religiosas y políticas. Contrariamente, ha sido una lástima enorme en que estos hombres atormentados, incapacitados emocionalmente para tratar el tan complejo y delicado tema de la fe se convirtiesen, precisamente, en promotores, no solo de una conveniente secularización, sino que del ateísmo filosófico, y del pragmático y callejero, desprovisto de todo razonamiento.

Cuando regresé a Chile años después, mi amigo estaba casado, pero no feliz. Aquella judía fue la ilusión de su vida. Pero entre ella y él mediaron siglos de odios raciales, étnicos y religiosos, y de prejuicios antirreligiosos. (“No vine a traer paz…” Mateo 10.34). También el ateísmo y el anti teísmo existían entre los propios judíos en los tiempos del rey David: “Dice el necio en su corazón: no hay Dios” (Salmo 14).

Pero el ateísmo y su versión atenuada, el agnosticismo, han encontrado en el mundo de hoy un terreno extremadamente fértil.

El consumismo, la “cultura de la satisfacción” y  la “civilización del espectáculo”, compran como pan caliente cualquiera versión pseudo científica, o aún científica, que insinúe la posibilidad de un universo sin Dios. Paradoja: Así como los campesinos de Bolivia no pueden sino seguir produciendo coca, como sus antepasados, estadounidenses y europeos no pueden sino consumirla; aquellos judíos no pudieron sino producir ateísmo, y muchas gentes “modernas” de hoy, no pueden sino aferrarse a esas tóxicas ideas. Por razones distintas e inconexas, históricamente distantes.

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