Estando en Rusia años antes de la caída del régimen, pude observar el fervoroso interés de “los y las” jóvenes por los jeans, las modas y el catálogo de SEARS, una cadena estadounidense. Recordé entonces el célebre artículo de David Riesman, “The Nylon War” (La Guerra de Nylon), publicado varias décadas atrás, donde decía que si los Estados Unidos bombardeaban Rusia con electrométricos, ropas y comestibles, para mostrarle lo qué consumía el pueblo norteamericano, el pueblo ruso no aceptaría más la dictadura de sus camaradas gobernantes. Se trata de los finales de capítulo más tristes de la historia; que una revolución con tan altos ideales y construida sobre bases científico-filosóficas muy depuradas, fuese, al final, derrotada por una de las corrientes más desaforadas y degeneradas de los tiempos: el consumismo.
En nuestro país hemos estado asistiendo a una de las debacles morales y políticas más desastrosas que se puedan vivir. La mayor parte de nuestra juventud de los años 60 y las varias décadas que le siguieron vivimos, a veces como revancha contra la tiranía, a veces como moda, pero siempre como un anhelo fuerte y sincero de un mundo mejor, el boom de las ideas marxistas y social cristianas. En América Latina y en casi todo el tercer mundo (y parte del mundo capitalista desarrollado), surgían líderes y pensadores que describían el camino y las tácticas para hacer las añoradas transformaciones sociales.
Fidel y el Che eran testimonios vivientes de que ni siquiera el imperialismo estadounidense podría evitar que el sueño utópico de los nuevos tiempos se realizara.
Para muchos de los jóvenes más estudiosos, Carlos Marx era el gran pensador, quien ofrecía las directrices ideacionales, y Vladimir Lenin, el estratega, el de las formulaciones tácticas.
Marx, como judío, y discípulo de Hegel, desarrolló una interpretación de la historia siguiendo el mismo esquema de San Agustín, y, desde luego, de la Biblia: Del Edén inicial, pasando por la caída del pecado (esclavitud, capitalismo), hasta volver al Paraíso Celestial (socialismo). Pero Marx, como judío perseguido junto a los suyos, ideó eliminar toda religión, para que ya no se les persiguiese con Cristo como excusa para quitarles sus riquezas. Marx fue más lejos: Creó una nueva utopía, pero sin Dios, cuyo protagonista sería el proletariado del mundo capitalista. Aboliendo la propiedad privada, ya solo habría una sola clase: Trabajadores unidos en fraternidad y paz. En la década de los 70, la revolución pacífica llegaría al poder en manos de Juan Bosch y el Partido de la Liberación. Otra vez poniendo a un lado la “inoperante” filosofía cristiana. El imperialismo y la poca vergüenza local contraatacaron, mas el PLD sobrevivió, pero ya sin plan alguno de “Liberación Nacional”, ya que para ello abdicaron del boschismo y se entregaron al balaguerismo y al neoliberalismo. Al comunismo y al ateísmo los terminó de vencer el consumismo. A los peledeístas también los vencieron las jeepetas y los Cartier. A muchos de ellos, las cucharas atrasadas, la flaqueza moral y falta de conocimiento del verdadero Dios.