De aquí a cincuenta años, nosotros seremos unos viejitos que nostálgicamente recordaremos las épocas doradas en que el arte teatral tenía un mes por entero dedicado a él. La memoria de Iván García será recordada en una estatua elaborada por fuertes metales, esplendorosa se verá en las afueras del Auditorio Manuel Rueda.
Letras esculpidas en la roca indelebles leerán Vivitur ingenio: cátedra mortis erunt y todo esto porque la tarea asignada a don Iván está siendo cumplida en los modestos términos que se le han impuesto.
Han desfilado tres decenas de trabajos, unos buenos, otros mejores y al final las voces de los aplausos dirán buen trabajo.
Durante las maratónicas sesiones, hemos testimoniado trabajos valientes surgidos del interior destacándose Navarrete, Moca, Santiago, Puerto Plata; teatro de estudiantes de colegio, de universidades; teatros profesionales con apoyo público y privado, hay de todo, qué felices estarían los patriotas de La Dramática viendo que esta media isla homenajea su esfuerzo. Caben destacar algunos trabajos consistentes, en particular esos muchachos de Santiago: la actriz Rebeca cuyo personaje cuarentón nos hizo reflexionar sobre las soledades que van y vienen, o el actor Franklin con un esmerado personaje de doble personalidad uno de bota y el otro devoto a su mujer; y qué me dicen del trabajo de Víctor Vidal haciendo competir dos tiranos panfletarios, y la Papisa interpretada por Cecilia Batista, imagen muy necesaria en nuestros tiempos.
Finalmente, en El Mejillón, pudimos ver como el público disfrutó de un trabajo que a través del humor y el ingenio en que nos fue contada la desopilante historia de una señorita que, a punto de casarse, quiere volver a ser virgen, para lo cual acude a un amigo suyo quien le presenta a un médico, bastante extraño y alocado.
Los actores parecen sacados de una revista de historietas y todo su estilo se vincula con esta forma de actuación, el autor de tan portentosa obra llena de contenido crítico es José Basulto y su cómplice el dramaturgo José Luis Pedroza.
Ambos, merecedores de nuestro reconocimiento por su labor en favor de la inteligencia teatral: buen trabajo.