Más allá de la conciencia

Más allá de la conciencia

Nunca es suficiente estar en posesión de la verdad porque no soy de los que creen que haya que decirles a los demás cómo tienen que vivir, qué causas deben defender o qué tienen que pensar. Allá cada uno con su conciencia mientras quede a salvo la dignidad y la condición humana, que se construye a base de principios éticos, valores morales y derechos, sobre todo derechos, derechos inalienables que no se pueden conculcar porque sería atentar contra la libertad y la independencia y pisotear la justicia.

En este sentido, me siento orgulloso de considerar que otro mundo es posible y de poner toda mi capacidad al servicio del cambio. Ese orgullo no impide mi desprecio por la vanidad y la soberbia y mi inclinación por el pudor, hermano pequeño de la modestia. Si quieren ponerle una etiqueta a esa forma de ser, prefiero que me consideren un revolucionario. Mi amigo el poeta Juan Antonio Guzmán me califica como un guerrero que lucha entre tantos guerreros muertos, quiero entender que más por mi rebeldía ante quienes pretenden que me doblegue para obligarme a asumir actos que obran contra mi conciencia que por su admiración, que le agradezco y que en su pluma se transforma en metáfora de la vida.

Por eso, sólo puedo responder de mis actos y, en la misma medida, de mi pensamiento y de mis reflexiones, de mi armadura ideológica que me reviste de la responsabilidad suficiente como para identificar el sectarismo dogmático y a todo aquel que queriendo eludir su responsabilidad individual se niega a rendir cuentas y se esconde al amparo del inconsciente colectivo. Creo que el respeto está por encima de la tolerancia porque intento ponerme en el lugar del otro, no reclamar la razón porque los otros están equivocados. En consecuencia, me incomoda sobremanera que ahora vengan argumentando que la izquierda ha perdido y que el socialismo ya no es una alternativa válida para el cambio, más que nada porque quien así se manifiesta lo hace desde la dictadura del poder y el capital, con el escaso ropaje ético que puede vestir la corrupción, la mentira y la codicia del avaro. Cervantes pone en boca del Quijote que la falsedad tiene alas y vuela, y la verdad la sigue arrastrándose, de modo que cuando las gentes se dan cuenta del engaño ya es demasiado tarde.

Cuentan que, tras la debacle electoral de 1996, otro fracaso de quien muy a su pesar se transfiguró con el poder, sucumbió a sus ardides y le dio la espalda al pueblo, Felipe González exclamó ante el Grupo Parlamentario Socialista: “¡Estoy hasta los cojones de todos nosotros!”. De modo que si no queremos caer en el pleonasmo, debemos asumir ante el espejo de la verdad que las urnas no han derrotado a la izquierda sino que han vapuleado una gestión que a causa de la crisis está sacudiendo toda Europa, donde el socialismo, en retroceso cuando no en retirada y vergonzante desbandada, sólo conserva poco más de media docena de gobiernos. El fracaso político de un partido no es tanto perder las elecciones como darle la espalda al pueblo y quebrar su ilusión y su esperanza para entregarse, de rodillas, al poder del dinero. Pío Cabanillas se presentaba en los congresos de UCD después de las votaciones y preguntaba: “¿Quiénes hemos ganado?”. Este oportunismo del todo vale invade cada rincón de una realidad esquiva en tiempos de crisis.

Preferimos no analizar, ni siquiera discrepar o disentir. Pensamos con frases hechas y nuestra ideología se reduce a titulares de prensa y tópicos políticos. Lugares comunes que empobrecen el espíritu humano. Vamos de cabeza y, como decía Eugenio d’Ors, es posible que acabemos pensando con los pies.

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